Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Muchos de los que se presentaron a la convocatoria que hice hace 20 años en Toronto pensaron que podían ser parte de una radio en español. Algunos creían que, dado que hablan, pueden hacer del hablar un oficio. Al publicar en el diario de mayor lectura en la ciudad y en ingles, había apostado a que se ampliara el estanque donde pescar algunas voces nuevas.
Había elegido el Toronto Star a propósito. Era también una forma de echar a rodar la idea de un nuevo medio. En la ciudad existía desde hacia décadas una radio en español de circuito cerrado y con un espacio a primera hora en la radio de la comunidad portuguesa que, con algunas mudanzas todavía existe con muy buen éxito. Había además varios programas de radio en español en otras emisoras, universitarias mayormente. Nosotros salíamos con la pretensión de dejar una huella, sumando diario y radio, con profesionales que sabían hacer algo más que un medio de subsistencia.
Entrevisté a todos los que se inscribieron porque se sintieron llamados, pocas fueron las voces que pasaron a la segunda ronda, allí se harían las pruebas de voz.
Aquello fue una romería. El multimedio hispano que, aunque suena pomposo éramos un periódico y una radio al fin, tenia a una señora italiana en la recepción. El lugar era un pasillo amplio que integraba la radio a espaldas de su puesto de trabajo, y la administración y redacción quedaba a la derecha. La señora mantenía el espacio bien arreglado y luminoso. Había conseguido un sillón y varias sillas para quienes tenían que esperar ser atendidos.
La señora, siempre muy atenta, tenia la costumbre de hablar en italiano o en ingles con todo el mundo. Ella venía de otro ámbito, vivía en una ciudad periférica de Toronto que se preciaba de ser el hogar de los nuevos ricos. Hace veinte años estaba de moda por sus estándares altos. En uno de los paseos de fin de semana que hacíamos con la familia, fuimos a conocer Oakville. Nos recordó esos barrios privados donde viven quienes quieren ser eso que no son.
Veía deambular a la señora por aquella recepción, me intrigaba saber como es que un medio hispano tenía alguien que no usara nuestro idioma. Ella entendía español, pero siempre respondía en inglés o en italiano. Pensaba en la convocatoria para integrar una radio en español y encontrar a una italiana. Traté de hablar con ella, pero me atajó con un gesto. No le había gustado nada que tuviera siempre cinco o seis personas acompañando su tranquilo espacio. “¿Perché non pianifichi che le persone vengano a un’ora specifica. In questo modo non devono aspettare così a lungo e non occupano tutto lo spazio della reception.?”
Algo así me dijo la mañana del primer día de las dos semanas de entrevistas. Entendí mas por el tono, los gestos y las manos en el aire que estaba molesta por la cantidad de gente que alteraba su tranquilo espacio. Después de hablar con ella por un rato, pudo entender de las posibles dificultades para llegar, como afectan las ganas de tener tiempo para conocer el lugar, en fin, todas las ansiedades que se juegan en una entrevista de trabajo.
Por mi parte pude saber que ella había nacido en Latinoamérica, y muy joven se había casado con un italiano y el resto de su vida había estado sumergida en esa cultura. Ser la recepcionista del multimedio era volver a sus orígenes, algo que ella había buscado deliberadamente cuando sus hijos ya no la necesitaban día a día.
Para mi estaba claro que ella era el ultimo orejón del tarro, el escalón mas bajo en la estructura de quienes trabajábamos allí, sobretodo porque no había sido elegida por ninguno de nosotros, sino puesta por la oficina central. Una manera de tener un ojo puesto sobre el movimiento cotidiano. Al final la recepción era un foco de energía, que se cargaba de tensión todos los días y a mi me tocó recibir la descarga esa vez.
Entonces la incluí en el trámite que había planificado por mi mismo y ella pasó a ser la encargada de coordinar las entrevistas. Confirmaba las citas con cada uno y los iba conociendo, a algunos incluso les daba indicaciones de como llegar en transporte público o manejando. Al ir llegando ella ya sabia quien era la persona, entonces ya no le importó tener lleno su espacio, su reinado. Es más, estaba a sus anchas caminado de un lado a otro, con una tableta que tenia la lista de convocados. Cada vez que entraba uno a la sala donde hacíamos la entrevista, ella aprovechaba a hacerme una pregunta cualquiera, en voz baja y salía regalándole una sonrisa al entrevistado. Ella había encontrado un sentido adicional a su trabajo rutinario, yo había conseguido una aliada interna y ambos empezábamos a entender otro idioma.
De todos los que pasaron por aquel proceso solo a una decena hicimos una prueba de locución. No era tan importante la voz perfecta, sino un tono que acompañe. La idea del programa era llegar al corazón del latino hispano que trabaja en Toronto. Que al mediodía, cuando se hace la pausa en la labor para comer al escuchar la radio fuera como estar en casa.
Fueron quince días de entrevistar hombres y mujeres de buena voluntad que se tentaron con la idea de ser la voz en la radio. Dejar de ser el que escucha y animarse a despertar los sueños del oyente. Hubo de todo lo imaginable. Algunos de ellos los he seguido viendo en el tiempo, en otros ámbitos y haciendo cualquier otra cosa alejada de los espacios de una radio. Hay quien hoy es un famoso presentador internacional. Otros dejaron Canadá y volvieron a sus lugares de origen y han triunfado en su profesión como periodistas.
Con la lista de los seleccionados, y el CD con la grabación de cada uno de ellos me reuní con el editor para que juntos seleccionemos los elegidos. Lo primero que me dijo fue porqué le pedía que interviniera en esa decisión, si yo era el responsable. Me dijo: “…al fin si algo sale mal usted será el responsable”. La otra cosa que dijo fue, “…ahora entiendo porque ha desfilado tanta gente por las oficinas”. Que era como decir que él sabia que yo sabía que él sabía.
Pese a la declamada independencia de criterio que me había otorgado, estaba feliz con poder lucirse en sus dominios corporativos con todas las mujeres que trabajaban en la oficina central. Las convocó para que dieran su opinión. En el medio del tramite se escuchó el camión del heladero y alguien salió corriendo para volver con el helado de crema, para todos ya que era el que más le gustaba al editor.
La dinámica de esta corporación no dejaba de sorprenderme, hasta incluso después de salir de ese ambiente seguía siendo para mi una caja de pandora, lo que siempre quedaba en el fondo era la esperanza.
Al fin del día, teníamos dos hombres y dos mujeres seleccionados. ¿Porqué cuatro?, me preguntaron. Es que ahora vamos a trabajar todos juntos y vamos a hacer como si, pero solo serán ensayos. En ese proceso se verá, le dije. Porque una cosa es con guitarra y otra es con violín, rematé, logrando que todos se rieran y siguieran comiendo helado.
Antes de irme solicité se me autorice a realizar contratos para la grabación de la vestimenta de la radio, es decir las frases de identificación, las presentaciones, incluso las publicidades tenía pensado para mi, contratarlas en Mendoza. Esa tarde volví a casa con la satisfacción de poder construir un puente sólido con Mendoza.
Recuerdo haber enviado un correo en que decía: “hay chamba pa’todos”. Generando solamente confusión en quienes lo recibieron. “Chamba” es un rastro del idioma quechua que quedó en el lenguaje coloquial de algunas partes de Centroamérica y México. Significa originalmente “trabajo para asegurar el sustento de corto tiempo”.
Mi fantasía, a poco más de tres meses de haber dejado Mendoza, era que podría acompañar a quienes habían sido mis compañeros de trabajo con un ingreso adicional. Las noticias de Argentina que recibíamos en Canadá no eran para nada alentadoras.
Sabía que nada estaba bien, porque a esa altura me adeudaban de mi trabajo en Mendoza seis meses, que al fin cuando los cobré resultó ser casi nada, por efecto de la devaluación de la moneda.
El trámite de la grabación allá de cosas de acá, resulto ser complicado. La pronunciación de las mismas palabras, el énfasis de algunas ideas. Fuimos y volvimos varias veces. Al fin, nos llegaron las voces de identificación, grabaciones que guardo con cariño por el trabajo laborioso de un grupo de ex compañeros de radio, quienes se prestaron a poner su sapiencia para la radio naciente en Toronto.
Otro de los temas que quedaron definidos en aquella reunión de las voces y los helados, fue el nombre de la radio. Para mi gusto el nombre tenia que ser luminoso y cálido, que estuviera presente en nuestras vidas siempre, que por lo demás no era nada original. Pero la idea del sol es fuerte en nuestra cultura. El editor quería que el nombre refiriera al genérico de la corporación, en italiano y en castellano. Al fin quedamos en un hibrido que, con el paso del tiempo, como con todas las marcas comerciales se instaló en el corazón de los oyentes: Correo Radio del Sol.
Hasta mayo hicimos todos los días un ensayo de una hora de radio. Luego escuchábamos la grabación para aprender de los errores. Los integrantes de la redacción del diario nos veían trajinar durante el día, sin entender mucho lo que estábamos haciendo. Había una rivalidad inentendible pues al fin estábamos todos en el mismo barco. O al menos así lo sentía yo. La ubicación de los estudios nos metía en la rutina de los almuerzos, para peor le habíamos quitado el comedor, ahora estudio de radio. Entonces todos comían apiñados en una mesa pequeña en la cocina. Justo a la hora de la grabación las voces y las risas se colaban en el estudio que todavía no tenia las pesadas cortinas que terminaron de aislar los sonidos.
Fue entonces que con la ayuda del técnico todo servicio, instalamos unos carteles rojos que se encendían cuando el micrófono estaba abierto. Otro motivo más que ayudó a profundizar la brecha.
Tendríamos que encontrar puentes de contacto para que el día a día fuera más vivible, el episodio con la recepción llena de gente, mas la incomodidad de los almuerzos necesitaba de algo. Por suerte nuestro técnico de sonido siempre llegaba con los últimos temas de moda, que ponía a todo volumen cuando veía llegar alguno de los periodistas y las personas que trabajaban en la sección clasificados. Hubo un momento en que más de una docena de personas estaban bailando bachata o salsa en la cocina. En definitiva, todos éramos expresiones diversas de una misma voz. De ahí surgió una camaradería que fuimos alimentando cada vez más. De repente se empezaba a celebrar todo, cada cosa era una excusa para celebrar, pero eso lo contaré más adelante.
Las torrenciales lluvias de abril arrastraban los restos del invierno al Lago Ontario, cada tanto el buen clima ocasional coincidía con un fin de semana que usábamos para aproximarnos a las actividades que explotarían con todo su esplendor en el verano. No lo sabíamos aun, entonces nos parecía exagerada la playa de arena, las sendas para bicicletas y para correr o simplemente caminar entre la vegetación de la orilla del inmenso lago de olas tímidas.
No podía aun creer que el verano llegaría, después me lamentaría por no haber traído los mocasines de cuero marrón. Me costaba darme cuenta que habíamos logrado asentarnos en esta nueva realidad con tanta firmeza, pensaba. Las historias de los inmigrantes que nos circundaban eran, en algunos casos humillantes. Llegaría el verano para hacer brillar todo hasta enceguecer, pero también el otoño con la decadencia. Llegaría también el momento de limpiar pelos púbicos en baños públicos.
Toronto 16 de abril 2021
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.