Llegamos entonces al final de esta serie de aportes para entender la autopsia de un personaje como Creso, sobre el cual el inolvidable Marechal no ahorró epítetos.
Al momento de hablar del personaje tan central como invisible que es Gutiérrez, el autor la emprende contra el materialismo histórico, al que acusa de reivindicar sólo la corporeidad de Gutiérrez, lo cual está dentro de la lógica de Creso.
Todo cuerpo es individual, y eso significa que las teorías colectivistas, en el fondo, son individualistas, al menos en esta visión marechaliana. Así, en la lógica marxista, no entra tampoco la dimensión trascendente de las personas, la que lo re-liga a lo permanente y eterno, no importa su nombre ni importa si lo tiene. La espiritualidad, por lo tanto, es un “prejuicio burgués”: “Los dos rivales coinciden en el menoscabo de la persona, con la diferencia de que el marxismo lo hace por ignorancia y Creso por malignidad”.
El marxismo, afirma, tiene como objetivo construir un Estado que sea “el múltiplo funcional de los individuos “numerales” que integran una masa. Y en ese aspecto de la cuestión el marxismo no va descaminado; pues el hombre, en razón de su “politicidad”, debe integrarse y realizarse, como “individuo”, en una sociedad física y a las órdenes de un Estado que le haga cumplir los fines de bien común a que se debe”.
Hasta aquí Marechal no objeta al materialismo histórico su “estatismo”, pero sí el hecho de que, al menos en la práctica histórica, la persona queda reducida a su ser material, con desprecio por su libertad espiritual, de conocimiento, de expresión: “De tal modo el marxismo, al eludir o negar la “persona” en el hombre, construye una sociedad integrada por “medios hombres” y con la mitad inferior de cada uno”.
Pero aún así, los sistemas inspirados en el marxismo duelen a Creso. Recordemos que Marechal escribe ésto en la misma década en que visita la Cuba revolucionaria. Pero, ¿por qué duelen?. Porque, en su distorsión de la dimensión espiritual del hombre, Creso blandía la bandera de la defensa de la civilización “occidental y cristiana”, entendiendo como tal a un cristianismo traicionado en su esencia porque olvidó las bienaventuranzas, el Sermón de la Montaña, la alegoría del camello pasando por el ojo de una aguja, el haber echado a los mercaderes del templo.
Marechal no critica al marxismo por decidir que el Estado obligue a practicar una solidaridad forzosa cuando ésta no es espontánea. Pero le critica que convierta a la sociedad en lo que describe George Orwell en “1984”: el estado controlando la intimidad de cada persona, controlando hasta los deseos más elementales. El marxismo practica el estatismo económico, que es lo único que merece las críticas de Creso, no lo otro.
“Según lo he demostrado, el marxismo, que se anunció como un “amanecer”, perfecciona y cierra la noche de Creso, aunque proponga un sistema distributivo de la riqueza que tampoco es original, ya que las primeras organizaciones cristianas “poseían en común todas las cosas” (Hechos de los Apóstoles, II, 44)”. El comunismo, suele decirse, y con razón, era la forma de vida de los primeros cristianos. Los comunistas del siglo XX decían que eso no era verdadero comunismo, que el verdadero era, es, o será, el comunismo “científico”, en los términos positivistas del vocablo “ciencia”.
Al especular sobre la evolución de los problemas provocados por Creso, Marechal sentencia que “1º) se da en las masas (y en el orden mundial) una “conciencia” de sus derechos a la vida, cada vez más clara y más perentoria. 2º) se une a esa conciencia una identificación muy precisa de los “factores responsables” que actúan con signo negativo en la organización social; y 3º) las estadísticas aseguran que a fin de siglo la población mundial se habrá duplicado vale decir que 3.000 millones más de hombres reclamarán su derecho a la existencia (o su “deber”, que será más drástico)”. Entonces, las personas ya conocemos cuáles son las causas de nuestros males y sabemos que tenemos derechos. Hay además un crecimiento numérico de los Gutiérrez en el mundo y empiezan a darse las condiciones para que este personaje invisibilizado tome la posta.
Marechal dice aquí entonces, en palabras distintas a las de Perón, que ha llegado “la Hora de los Pueblos”. No de los que hablan en nombre de los pueblos, sino de los pueblos, a secas. Y lo dice en términos de una “tercera posición” que hoy denominaríamos “populismos”, tan denostados desde izquierda y desde la derecha, como no podía ser de otra manera: a Creso se lo necesita para producir riqueza, pero no para distribuir. A Tiresias se lo necesita para conectar a la sociedad con lo permanente y eterno, y a Ayax se lo necesita para proteger a todos, incluyendo Gutiérrez, a quien se lo necesita para poner el cuerpo para la labor de Creso, pero en condiciones de justicia social y respeto por su espiritualidad y su libertad. No una sociedad de esclavos felices porque comen todos los días como imponía el stalinismo, sino otra cosa.
“Claro está que la magnitud de los problemas exigirá entonces la organización de Estados realistas cuya naturaleza implique: a) o la participación de un Creso “regenerado”, vale decir conscientemente restituido a su virtud original, pero con riendas estatales que lo controlen; porque, librado a sí mismo, Creso puede volver a sus antiguas iniquidades, b) o la constitución mundial de Estados marxistas parecidos a los que ya tenemos, lo que significaría el triunfo universal del dogma, hipótesis nada segura, dado el carácter endeble y “mutilante del hombre” que presenta la doctrina; c) o la adopción de la doctrina en su mero sistema productivo y distributivo de la riqueza, el cual, sobre la base de cualquier tradición religiosa o metafísica, bien puede florecer en comunismo cristianos, musulmanes, hindúes y chinos”.
Nuevamente estamos entonces ante una propuesta donde lo religioso (no los dogmas) está presente. Es indudable que Marechal había sido atravesado por el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, que establece que todas las religiones son valederas, y se acerca al ideario del inspirador post mortem de ese documento conciliar: Teilhard de Chardin. Así sigue: “Abona esta última posibilidad el hecho de que las cuatro clases sociales, al responder a cuatro funciones necesarias y a cuatro naturalezas de individuos, no dejan de manifestarse ni aun en los Estados comunistas de hoy. Sabemos que Tiresias, el hombre sacerdotal, existe y obra en ellos, aunque, merced al ateísmo de la doctrina, lo haga en el “subsuelo” donde lo espiritual se refugia (ya lo dije) cuando el clima exterior se le hace adverso. Ayax el soldado integra los ejércitos rojos, en defensa y `expansión de la doctrina. También Creso aparece, muy bien disfrazado, en los directores oficiales de empresas comunistas y en sus Jefes de producción. En cuanto a Gutiérrez está, como de costumbre, al servicio de todos, y como ayer, sin comerla ni beberla: su “dictadura” (la del proletariado) no salió de una mera enunciación “abstracta”, ya que, según era previsible, otras clases ejercen su “tutoría” y gobiernan por él”.
Marechal no se anima a vaticinar más que eso. Había visitado Cuba, la Cuba marxista y cristiana a la vez, y había regresado diciendo que allí se está aplicando el Evangelio, se está construyendo el paraíso en la tierra. Poco después de escribir eso el cura colombiano Camilo Torres moría en combate en la selva. Luego surgirían los Curas del tercer Mundo. Más tarde Marechal moriría, pero nueve años después la Revolución Sandinista (como más tarde el bolivarianismo en Venezuela) alzaría la bandera de un socialismo cristiano, aunque en Nicaragua las cosas luego se distorsionarían; eso es otra historia. Pero él está claramente del lado de los teólogos del tercer mundo, hoy teología de la liberación, curas en la opción por los pobres, o como se llame, en el sentido de no aceptar la “inhumanidad del humanismo ateo”,
Rescatamos dos “santo y seña” de los combatientes nicaragüenses, relatados al autor de estas líneas por un amigo militante que estuvo allí en esos años: “¡Luchamos para vencer! / ¡No pasarán!” y éste otro: “¡Entre cristianismo y revolución / no hay contradicción!”. En los tiempos finales de Marechal surgieron en América Latina cristianos revolucionarios como Camilo Torres, Ernesto Cardenal, Helder Cámara, Monseñor Romero, Jaime de Nevares (de cuyo fallecimiento acaban de cumplirse ya 26 años), Angelelli, Mugica, muchos. Incluso nuestro segundo Premio Nobel de la Paz (1980), Adolfo Pérez Esquivel, es católico y en su Servicio de Paz y Justicia trabajamos algunos meses en el armado de legajos de los militantes católicos desaparecidos en dictadura.
Hace 15 años, caminando por la Bahía de La Habana, nos sorprendió una enorme estatua de un Cristo y le preguntamos a nuestro guía qué era eso, y nos dijo “es una estatua que fue muy dañada durante los tiroteos en la Revolución; el Che Guevara ordenó restaurarla”. Entonces le preguntamos que cómo se conciliaba eso con el ateísmo oficial, y nos respondió con simpleza “es que la Revolución respeta la religiosidad popular”.
No se equivocaba tanto, entonces, Marechal, al anunciar que viene el tiempo de Gutiérrez, la hora de los pueblos. Se hace muy evidente con la manera cruel e impune con que Creso está actuando en tiempos de pandemia. Quizás el hombrecillo económico intuye que su final se acerca y está dando manotazos de ahogados.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.