Un hombre al que muchos toman por vocero del stablishment, al servicio del poder económico y las geopolíticas del Norte, lanzó que “con la pobreza que se ha producido en pandemia, habrá que reformatear nuestro sistema de manera autoritaria”. Con “tantos gritones”, apuntó, a sus ojos eso se hace necesario.
Después, el mismo Longobardi -que pronunció el dislate al lado de un Lanata que fingía preocuparse- trató de desmentir sus graves declaraciones, pretendiendo que quiso decir casi lo contrario. A nadie le importa lo que quiso decir: como Freud bien enseñó, nunca se dice mejor la verdad que en los actos fallidos. Importa lo que dijo.
Hace poco pasó, sin mucho ruido, el jefe del Comando Sur de los Estados Unidos por Argentina. No trascendió -por supuesto- cuál fue el propósito de su singular visita. Pero la página web de la CIA es elocuente: entre los “peligros” para América Latina (es decir, para los intereses propios que Estados Unidos ha sembrado en Latinoamérica), se advierte que la pandemia ha aumentado la pobreza. Con ello, se agrandan los motivos de protestas contra el capitalismo y la desigualdad. Y para colmo, China y Rusia han hecho políticas “expansivas” en la región con las vacunas, en contraste con unos Estados Unidos que buscan concentrar todas las que pueden sólo para ellos mismos.
Ante tal “peligro geopolítico”, Estados Unidos pretende garantizar que se lo apoye sin retaceos. Esto no puede lograrse fácilmente, pues gobiernos como el argentino, el mexicano, el boliviano o el nicaragüense -y no son los únicos- no le son incondicionales. De tal manera, desde el Norte necesitan restringir la democracia, pues los votos ahora no siempre salen favorables a sus designios, a diferencia de lo que sucedía en los años noventa, inmediatamente posteriores a la caída de la Unión Soviética.
Aquel tiempo soñado del capitalismo triunfante y el mercado libre absoluto, tras las dictaduras en América Latina pudo hacer matrimonio feliz con la democracia. Se impuso el neoliberalismo con la legitimación por los votos, en tiempos de Collor de Melo, de Menem, de Fujimori y de Salinas de Gortari. Pero ese tiempo de oro para los dueños del dinero, se terminó: irrumpieron Chávez, Lula, Evo, Correa, Kirchner, y la fiesta se fue aguando. Echar a Zelaya y a Lugo no bastó: siguieron con el golpe blando contra Evo, pero el MAS los volteó apenas en un año por elecciones, y regresó con Arce a la presidencia.
La democracia ya no garantiza la total hegemonía del capital: no en vano surgen nuevas derechas más radicalizadas, que muestran el cansancio por la falta de sangre, de intensidad del universo neoliberal (pura administración y economía, nada de pasión y de política). Así surgen los liber(autori)tarios, nuevo modo de derecha que se expresa en personajes como Steve Bannon -organizador de estos grupos a nivel mundial-, y en figuras políticas como Trump, Le Pen, Abascal o Bolsonaro.
Estos últimos responden menos a los designios del stablishment, pero le son muy funcionales: beligerantes, neofascistas en el lenguaje, terraplanistas, antivacunas, antigobiernos democráticos y populares, exhiben sin tapujos el desprecio a la democracia junto al odio a la diversidad y a los de abajo. Lo hacen sin máscaras ni atenuaciones. Son como los niños o los locos: dicen sin tapujos la verdad del sistema. De ese sistema que el Norte sostiene.
Gobiernos como el argentino, que intenta responder a la soberanía democrática, empiezan a ser molestias a eliminar. La democracia “no es para todos los países”, espetó el periodista porteño. No es para nosotros. Para nosotros, autoritarismo. Para nosotros, palos. Para los argentinos, represión. Eso es, notoriamente, lo que cabe interpretar del repertorio del equívoco y verborrágico personaje radial. Y del mensaje que, a su través, nos están enviando desde el Hemisferio Norte y la geoestrategia ahora vigente.
A defender la democracia. A practicarla y sostenerla sin ambages ni tibiezas. A la generación de los años setenta, le quitaron con torturas y pesadilla el sueño de la revolución. Ahora quieren acabar con la atenuada vigilia de la democracia. Es demasiado. Si de algo sirvieron la post-dictadura y la prédica de Raúl Alfonsín, fue para desplegar una sana obstinación por sostener la democracia como emblema y como espacio ciudadano de convivencia, con el apoyo casi unánime de la ciudadanía. No nos quitarán las libertades otra vez: la sociedad no da para volver hoy al oscurantismo de las catacumbas.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.