Susana Rinaldi, vida y obra de una artista completísima
Parte 2
Aquella oportunidad en la que presencié uno de sus espectáculos desde la primera fila fue en el bellísimo Teatro Colón de Mar del Plata. Esa sala es como una cajita de música estilo español, pared colindante con la Municipalidad de General Pueyrredón (frente a la enorme y hermosa Plaza San Martín). El contexto elegante y cuidado, fue una empalizada que esta enooorme artista utilizó muy bien.
Su versión de Che, bandoneón a lo largo de esa noche inolvidable, puso una vez más a la profesional del canto a coquetear con la profesional de la actuación, logrando unos pocos minutos que deslumbraron. Por cierto, los aplausos no se hicieron esperar y sonaron fuerte, al ritmo de emociones que crecían con cada canción, perfectamente elegidas para dar cuerpo a todo un relato.
Como siempre, esperé al final de la cita para saludarla en persona y expresarle mi admiración. Me confieso uno de los que nos sentimos abonados de por vida a su magia, a esa pasión por las ideas que suma a la música popular. Desde el vestuario hasta cada movimiento, desde la puesta lumínica a cada nueva devoción; los músicos que la acompañan no le van en saga. ¡Chapeau!
(viene de la entrega anterior)
“1959-1966: comienzos profesionales como actriz y cantante
“Rinaldi siempre aseveró que ninguno de sus logros profesionales fue como consecuencia del azar, sino que hubo una conjunción de personas que la apuntalaron desde sus comienzos. Sus primeros trabajos no fueron como cantante, sino como actriz, y sucedieron en el teatro independiente con las obras Despierta y canta de Clifford Odets en el Teatro del Globo y La muerte de un viajante de Arthur Miller en el Teatro IFT. Luego, junto a María Rosa Gallo y Alfredo Alcón, participó en El farsante más grande del mundo (1959), una adaptación del libro de John Millington Synge dirigida por Osvaldo Bonet. Al año siguiente, fue convocada para protagonizar una obra de Tennessee Williams, Orfeo desciende, en el Teatro Presidente Alvear. Sus actuaciones estuvieron intercaladas por interpretaciones tangueras y fue así como en 1961 cantó «Pájaros de barro» de Samuel Eichelbaum en el ciclo El teatro y sus éxitos, dirigido por María Herminia Avellaneda en Canal 13, que le valió un premio Martin Fierro a la Revelación del Año, convirtiéndose en la primera persona en recibir este reconocimiento. Rinaldi calificó a Avellaneda como «mi gran hermana» y a quien «le debía toda mi carrera y todo lo que soy». Ambas se conocieron en 1958 cuando la directora se hallaba en la búsqueda de alumnos de teatro para sus trabajos de televisión.
“El primer tango que Rinaldi interpretó públicamente fue «Uno» en un agasajo brindado al actor vienés Maximilian Schell en la sede de la calle Viamonte de la Asociación Argentina de Actores. Simultáneamente, una pequeña compañía discográfica independiente, Madrigal, quiso contratarla para grabar poemas luego del éxito que había tenido María Casares recitando versos de Miguel Hernández, pero Rinaldi rechazó la propuesta y sugirió grabar un disco donde poder cantar tangos, el género predilecto de su madre. Finalmente, tras un acuerdo, concretaron la realización del casete «Nostalgias» (1966), que permaneció inédito algunos años hasta su lanzamiento. Luego de eso, el director de Canal 7, Miguel de Calasanz, la convocó para animar un espectáculo como «damita joven» en el que debía realizar un apartado musical en compañía de Roberto Pansera y Juan Carlos Cirigliano. Pansera quedó tan conforme que la contrató para una actuación en el Canal 5 de Rosario, donde volvió a cantar tangos.
“Posteriormente, fue invitada por la Asociación Argentina de Actores para participar de un homenaje a Aníbal Troilo en el Teatro General San Martín con ocasión del 30º aniversario de la formación de su primera orquesta. Ese festival tuvo una gran repercusión y Rinaldi lo consideró como su «verdadero debut ante el público de Buenos Aires» a tal punto que se volvió el puntapié inicial para la grabación de su primer disco en 1966, «Mi voz y mi ciudad», acompañada nuevamente por Pansera.
“1967-1974: la Botica del Ángel y su consagración
“Eduardo Bergara Leumann, como escenógrafo y diseñador de moda, se encargaba de confeccionar vestuarios de época para Canal 7. Rinaldi lo conoció ahí en 1967 y le llevó un ejemplar de su primer disco, «Mi voz y mi ciudad», estrenado el año anterior. Luego de escucharlo, Bergara la convocó para que leyera un libro de poesía en La Botica del Ángel, una sastrería teatral creada por él en el barrio porteño de Monserrat, pero esa misma noche, en lugar de eso, terminó por interpretar tangos y, más tarde, estrenó «Alejandra» de Aníbal Troilo y Ernesto Sabato. Su presencia como cantante generó tanta convocatoria que Rinaldi asistió todos los días durante cuatro meses y relegó temporalmente su trabajo en televisión. En La Botica también emergieron, por esa época, figuras del espectáculo como Pepe Cibrián Campoy, Nacha Guevara, Marikena Monti, Valeria Lynch, Horacio Molina, Marilina Ross, el Cuarteto Zupay y Leonardo Favio.
“El propietario de 676, el boliche de tango y jazz creado por Astor Piazzolla en la calle Tucumán a la misma altura, recurrió por entonces a Bergara Leumann para localizar a Rinaldi cuando Piazzolla sufrió un percance en su salud y debió ser internado. Rinaldi lo reemplazó, en sus propias palabras, «para hacer un favor» y sintió temor de que la suplencia pudiera interferir o alterar su actividad como actriz en televisión. Sin embargo, sus presentaciones que alternaban la actuación y el canto, y rompían con la esencia machista del tango, fueron un éxito y se prolongaron aún después de la reincorporación de Piazzolla. La selección de determinadas letras con contenido social y político generaban reiteradas veces debates polémicos con el público.
“Cátulo Castillo, que la conoció por esos años, dijo de ella: «Es la nueva forma, la cosa diferente que abre el gran horizonte, inaugurando un arte minucioso y sutil, caviloso y vibrante». Castillo ejerció una figura protectora sobre la carrera de Rinaldi, a quien aconsejó y alentó en sus comienzos. Rinaldi se refirió a él como un «padre» y un «ser humano por excelencia», y lamentó su muerte ocurrida en octubre de 1975, unos meses después que la de Troilo, el padrino artístico de su primer marido, Osvaldo Piro.
“En 1969, protagonizó Tres mujeres en un show en el Teatro Embassy y tuvo un rol importante en Antígona Vélez de Leopoldo Marechal en el Teatro Municipal General San Martín. En el mundo del cine, su primer trabajo ocurrió en un episodio de El ABC del amor (1967), un drama romántico dirigido por Rodolfo Kuhn.
“Con un estilo novedoso para la época y una voz delicada, Rinaldi apeló a un repertorio variado que mezclaba romanticismo, poesía y protesta, e incluía letras de José María Contursi, Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi y Cátulo Castillo. Luego, interpretó a compositores emergentes como Eladia Blázquez -tuvo gran repercusión su versión de «Sueño de barrilete», Héctor Negro, de quien entonó «Responso para un hombre gris» o Chico Novarro. En el contexto de la dictadura de Onganía y la Noche de los Bastones Largos, atrajo a un público joven universitario que, a través de ella, volvió a revalorizar el tango en sus años de decadencia. Por esos tiempos, registró un disco de tres temas musicales con Eduardo Rovira y en 1969, realizó un long play, «A Homero», con letras de Homero Manzi. El mismo fue editado por el sello Trova, que en 1973 le produjo otro LP íntegramente dedicado a Cátulo Castillo.
“Fue dirigida por Lucas Demare en Solamente ella, donde tuvo un rol protagónico, y por Enrique Carreras en Las procesadas -donde interpretó un rol atípico en un ambiente carcelario-, ambas de 1975, que marcaron sus apariciones finales en cine hasta 1993 cuando fue convocada para hacer de sí misma en Funes, un gran amor.
“Su café-concert Magoya, inaugurado por Rinaldi y su marido en Mar del Plata en 1971, se volvió un punto de coincidencia nacional para artistas como Facundo Cabral, Norman Briski, Ulises Dumont, Amelita Baltar y Marikena Monti; con estas últimas dos, estrenó ahí Tres mujeres para el show. Joan Manuel Serrat y Les Luthiers eran clientes habituales dado su gran poder de convocatoria. Rinaldi viajaba con su familia de noviembre a abril cada temporada y también, durante las vacaciones de invierno en julio y agosto, hasta que a mediados de los años de 1970 la conducción del local continuó en manos de Piro. En palabras de Rinaldi, «pasamos momentos muy bellos ahí».”
(continuará)
Aquella reina del Plata
Uno
Balada para mi muerte
Fuente: De la red de redes