La población –en su mayoría- no parece registrar la gravedad de la situación del país. En un repliegue individualista, parece darle igual si no podemos pagar una deuda monumental, con todo lo que vendrá detrás. Estamos al borde: y podemos pasar directamente al infierno.
¿Alguien cree que la Argentina podría pagar 22 mil millones de dólares el año próximo, como debe hacerse por las condiciones en que se endeudó Macri? Esto no tiene que ver con banderías políticas, con grieta ni con ideologías: el país no puede pagar. Y si no logramos que el Fondo Monetario cambie las condiciones, estamos ante el abismo.
Puede imaginarse lo que significa un bloqueo comercial generalizado o el embargo de los bienes argentinos en el exterior, tales como consulados y embajadas. Puede imaginarse: pero la mayoría de los argentinos no lo imagina. Sigue discutiendo contra molinos de viento, agitando la grieta, acusando de la situación del país a los más pobres.
Le preguntaron a María Eugenia Vidal, en un debate, qué haría para pagar la deuda que su gobierno tomó. La contestación: “pedir prestado”. Es decir: hacer más deuda. Respuesta insólita, que pretende ignorar que el gobierno de Juntos por el Cambio –entonces Cambiemos- fue al Fondo porque ya nadie más le prestaba. Nadie nos va a prestar más. Pero además, si ya no podemos pagar: ¿cómo haríamos tomando más deuda, que menos aún pagaríamos?
La población está saliendo de la pandemia (no sabemos si definitivamente, parece estar reapareciendo) y sólo parece interesarle volver a la calle, a los bares y al turismo. De que murieron 130.000 argentinos, poco recuerdo. De que casi todos tenemos personas queridas que murieron, tampoco. Nadie parece recordar lo importante que fue conseguir vacunas a tiempo para la población adulta. No: lo que importa es que no dejaron salir a las personas a la calle, lo que se toma como si, en vez de proteger a la población, se hubiera querido molestarla. Es como que la pandemia nunca fue. Y como si tener la inmunidad vacunatoria fuera un regalo que cayó del cielo, mientras “los malos” no nos dejaban salir a contagiarnos.
La población –no toda, por supuesto- parece vivir en un frasco. Apenas el 30% de los argentinos tiene trabajo en blanco: otro 30% tiene trabajo continuado pero en negro, y el 40% está en la total informalidad, la desocupación y las changas. Una sociedad desigual, desarticulada, con más del 50% de jóvenes en la pobreza, que además debe pagar préstamos enormes y no tiene cómo. ¿Alguien pide cuentas a quienes tomaron los préstamos? Para nada. De ese dinero, la sociedad argentina no vio un peso, pero ahora es una espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas.
El resultado electoral muestra la inconciencia sobre la situación. Como al gobierno nacional actual es al que le tocó la desgraciada situación de pandemia, es al que se responsabiliza. Los que tomaron los préstamos impagables, aumentaron la pobreza en 10 puntos, la desocupación hasta dos dígitos, subieron hasta 3000% las tarifas llevando a la quiebra a miles de pymes, bajaron los salarios un 23%. Eso sin pandemia: por propia incapacidad y por la propia ideología de que apostando al mercado, todo iría bien. Entrando al país más de 100.000 millones de dólares, se fue para atrás en todos los índices. ¿Alguien puede imaginar cómo será cuando hagan el mismo programa, pero –en vez de entrar- teniendo que salir una parecida cantidad de dólares? Sería todo lo sufrido hasta 2019, multiplicado por dos, por cinco, o por diez.
No importa: pareciera que a buena parte de la población no le toca. Seguimos bailando sobre el Titanic, hasta que el desastre sea completo. El hundimiento definitivo del país, piensan algunos, será problema de hijos o nietos, será problema de otros. Que ellos se arreglen.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.