Fioravanti lanzaba por radio la sentencia: penal para River. Contra Boca, en lo que era casi una final. Año 1962, no había transmisión en vivo por tv. Yo era aún niño, y erizaba emociones en torno de la camiseta boquense, soñaba con el fútbol y sus glorias. Va a patear Delem, que le había metido al otro arquero de Boca, Errea, un tremendo gol desde 40 metros en la “primera rueda” -así se la llamaba-, y River se había alzado con un 3 a 1. Todo estaba consumado, para mi ánimo. Pegado a la radio como quien aguardaba el hacha del verdugo, temblaba yo en la espera. Como desde entonces dictó siempre mi talante, dí todo por decidido: River se alzaba agónicamente con el campeonato. Otra vez a esperar el largo torneo anual, otra vez a creer que el “fútbol espectáculo” podía dejar huella, que un empresario como Alberto Armando no era contradicción en un club popular, que Paulo Valentim podía salvar las papas. Penal para River: final cantado.
Con los ojos fijos en la baldosas, escucho la sentencia. Va a patear Delem, dice Fioravanti. Masas ansiosas: las de River en confianza nunca segura de convertir, las de Boca en la remota esperanza del milagro. El ruidoso estadio es sepulcral silencio, millones de argentinos están pendientes del momento decisorio en la historia. El brasileño va a patear, dicen. Crónica del final anunciado: el gol que era obvio. Pero no. ¡Pero no!! Ruido, batahola… ¡Atajó Roma!! Atajó Roma, grita Fioravanti, y unas lágrimas se me cuelan sin pudor, y no puedo creerlo, quiero saltar y no puedo, quería creer que eso era cierto, que no soñaba. Atajó Roma, y Nai Foino, aquel referee que nos había crucificado a los boquenses con el dictamen del penal, era el que certificaba la atajada, contra la bronca riverplatense porque el arquero se había adelantado. Y qué, pensaba, yo, qué tiene eso de raro. Que el reglamento dice que no se puede. Ma qué reglamento… Medio estadio cantaba, celebraba, deliraba, mientras la otra mitad lloraba y se lamentaba.
Después lo ví por televisión. Y sí, Roma se había adelantado. Pero como en un penal está todo a favor del delantero, Nai Foino había razonado: “penal bien pateado es gol”, para certificar que Delem no supo hacerlo. Claro, si el referee marcaba otra cosa, en aquellos tiempos sin corrección política no le hubiera sido fácil salir de la cancha.
Qué épocas. Yo leía “El Gráfico” todas las semanas, e incluso la “Goles” hasta que dejó de salir. Fueron años en que El Gráfico sacó un suplemento periódico, el Sport, a todo lujo y con fotografías monumentales. Mi ilusión infantil se dibujaba de tal modo en las gramillas futboleras, que alguna vez dije a mi hermano que quería ser locutor de fútbol cuando fuera grande. Mayor que yo, él no dejó de trasuntar reserva.
En El Gráfico había leído yo una rara semblanza de Báez, un futbolista de 20 años antes al cual, en la tapa, se rendía “justicia para un olvidado”. Me gustó la frase estampada en la portada: no sabía yo –qué iba a saber, con 11 años de edad- que era la última intervención de Panzeri como director de esa revista.
Tampoco, claro, sabía quién era Panzeri, si bien me sonaba como Juvenal, como El Veco, como Ardigó, y otros nombres del periodismo deportivo de la época. Pero no sabía. No sabía que se fue porque tuvo la dignidad de no propalar un aviso que apoyaba al poder político de ese momento. Nada menos.
Y ahora he sabido. Que puso el nombre “burguesía” en un libro sobre el fútbol de aquellos tiempos, que era un tipo insobornable que se oponía a la creciente mercantilización del deporte, que no quería ceder en sus principios.
Bicho raro. Y eso que el fútbol de la época era amateur, comparado con el actual. No había representantes, gerentes, clubs comprados por empresarios. No había cinco campeonatos al año, copas azarosas y absurdas, con tal de ganar más y más dinero. No había derechos televisivos por cifras siderales. No había contratos por sumas dantescas.
En aquel capitalismo moderado no cabía que terrenos cercanos a un lago o a un río se hubieran privatizado. No cabía imaginar jubilaciones privadas, como las que hay en Chile. El barro del mercado no abarrotaba la vida diaria, no teníamos minutos y minutos de publicidad de medicamentos que nos prometen que en base a píldoras seremos más sanos y felices.
Ah, qué mundo aquel, parece tan ingenuo frente al dinero hoy metido en todo. Contra este proceso Panzeri se levantaba, cuando apenas comenzaba: con una profética cualidad de anticipación. No estaba el eterno Havelange por entonces en la FIFA, custodiando negocios. No estaba Blatter, luego caído por corrupción. No estaba Infantino, que trabaja para hacer un mundial cada dos años: si pudiera, haría un Mundial anual. Plin, caja.
Y ya no está Maradona, que quiso hacer un sindicato de futbolistas. El control de la efedrina en el Mundial, fue una respuesta: aprenderás a subordinarte. Diego nunca lo hizo, de modo que la FIFA jamás lo perdonó. Ahora tenemos a otras organizaciones que hacen eco: la Conmebol es grande en ese sentido, con minutos de silencio por los muertos en pandemia mientras decenas de futbolistas se contagiaron por los partidos que la institución organizó, porque el negocio no puede parar. No para en estos tiempos en que se olvidó aquel accidente aéreo de los futbolistas colombianos, y que costó la vida a todos los tripulantes. Había que olvidarse.
Panzeri quiso que así no fuera. La ilusión del deseo, de la ética, la que tenía mi intención de niño, esa que algunos aún queremos sostener. Pero la brutal aplanadora del capital nos mostró que, como en el poema clásico, casi siempre “los sueños, sueños son”.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.