Apocalypsis Now: tres o cuatro cuadras de cola cada día frente a la plaza Independencia para hisoparse, aglomeraciones en los más variados e inesperados sitios de la ciudad y sus aledaños. Números nacionales alarmantes: 115 mil casos el jueves, es de esperar que los contagios sigan subiendo. Personas que maltratan brutalmente al personal de salud, ya agotado por el esfuerzo: es cierto que las esperas de las personas, a veces bajo el sol descarnado, han sido muy duras, pero obviamente no es culpa de médicos/as o enfermeros/as. Hay descontrol y prepotencia en los que dicen “yo te pago el salario con mis impuestos”, como si ello los convirtiera en amos de empleados estatales que serían sus esclavos (suelen ser los mismos que hablan pestes del Estado pero ahora lo necesitan, e incluso habría que ver cuántos de ellos pagan sus impuestos en serio).
Las filmaciones de Mar del Plata son impresionantes: la cancha de Ríver en una actuación de la Selección no es nada al lado de este apiñamiento rotundo, todos amontonados. Es que la llegada de la Delta, mezclada con Ómicron, ha sido súbita y devastadora en los contagios: el gobierno la había retardado varios meses con buenos controles limítrofes en aeropuertos, pero la disciplina “dura” fue cesando, cuando se vio que a la mayoría de la sociedad le importaba poco el cuidado sanitario, y que era propensa a recibir bien el discurso opositor de “no nos quiten las libertades” y “los chicos deben siempre ir a la escuela” (de modo que los padres no tengan que lidiar con ellos). Ante una sociedad cansada de esfuerzos y controles, ya poco se podía hacer desde el Estado: el voto mostró claramente que la sociedad no valora el logro de vacunas suficientes que hizo el Estado nacional (incluyendo un variado repertorio de vacunas diversas). Ante tal situación, con una sociedad renuente y cuando los casos de contagios no eran más de 1.700 por día, se programó un verano que resituaría la industria del turismo: se planteó un exitoso programa Pre-viaje, y la población se lanzó ávida (¡por fin!!) a un veraneo sin problemas.
No se contaba con Ómicron, ni con el esparcimiento enorme de la Delta, iniciado en una Córdoba que ha sido ejemplar en cuanto a mal manejo de la pandemia: el “cordobesismo” de Schiaretti ha resultado un fracaso en este punto (y no sólo en este). Ahora asistimos en toda la Argentina a una suba exponencial y permanente de los contagios, y multitud de personas tienen síntomas, de modo que desbordan cualquier posibilidad de que se cubran todos los hisopados necesarios.
La misma sociedad que se lanzó a las fiestas de fin de año y las vacaciones con pasión –a veces desenfrenada- es la que protesta porque no la hisopan más rápido. La propia responsabilidad de cada ciudadano en esta cuestión, no es asumida. Algunos de los que no se vacunaron, ahora lo hacen: pero la mayoría de los renuentes a las vacunas, siguen en la tensión de sostener sus personales creencias en potencial afectación al contagio de otras personas.
Por suerte, no suben mayormente los casos graves: Ómicron contagia pero parece no matar, y los casos graves surgidos de los contagios de hoy, recién se registrarán como pacientes de terapia intensiva –y en su caso, como muertos- dentro de 15 ó 20 días. No sabemos hoy cuántos muertos se corresponden a los 130.000 contagiados de cada uno de estos días: los 150 muertos, corresponden a los menos de 50.000 casos que había semanas atrás. Son magnitudes totales de contagios demasiado diferentes, y es de esperar que crezca el número de casos graves pero casi seguro menos que en la primera ola del año 2020, gracias a la cantidad de personas ahora vacunadas.
El pánico de un sector de la población –mientras otro, y a veces el mismo, vive entusiastas vacaciones- es proporcional a su despreocupación previa, y en algunos casos a cierta desidia incluso actual. Algunos usan barbijos, otros no; algunos callan en los buses, otros hablan, lo cual –aún con barbijo- no es la mejor opción. La confusión que la política trajo en Argentina, con la presidenta del PRO yendo a quemar barbijos y Carrió iniciando una absurda causa judicial por “envenenamiento” de las vacunas, ha sido un factor adicional a los sectores que tienen resistencia a la vacuna por creencias personales, religiosas o éticas. Aún así, hay que decirlo, el número de vacunados en la Argentina es alto en el promedio mundial, y ello nos lleva a pensar qué hubiera pasado si no se hubieran obtenido las vacunas, que por cierto algunas provincias amagaron con comprar pero nunca lo hicieron.
La sociedad se debate entre querer vacacionar a gusto, y a la vez tener que atender a la sucesión creciente de contagios. Es obvio que las dos pulsiones son contradictorias entre sí. No se arregla esto con desplantes, a los que Mendoza no ha sido ajena. Por el contrario, hemos llenado la prensa nacional: desde una joven que se quedó en ropa interior en una heladería de Godoy Cruz para usar el vestido como supuesto barbijo (¿?), ya que no la atendían por no tenerlo; al caso patético de quien en Tunuyán agraviaba a la trabajadora de la salud diciéndole que “si no podés estar 24 horas parada, andate”.
Como me dijo un taxista con pensamiento de derechas (algún día habrá que investigar por qué se da tan seguido esta asociación, que tiene puntuales excepciones), “es que falta credibilidad política para que se haga caso a las medidas”. ¿Seguro que será así? El gobierno tuvo alguna resbalada importante como la cena de Olivos, pero la sociedad argentina se autosupone impoluta, no parece hacerse cargo de sus propias decisiones. Hace apenas unos meses, apostaba a que los niños y docentes fueran a la escuela, con peligro de contagio. Ahora reclama una atención que supera cualquier posibilidad de ser cubierta, a partir de una falta de cuidados que no puede atribuirse principalmente a los gobiernos, sino al miedo de éstos ante el rechazo social.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.