El tiempo y la sociedad. El hombre insertado en una sociedad temporal. Manipulación socioeconómica del tiempo. El tiempo y la tecnología.
¿Hay un tiempo del hombre y un tiempo de la sociedad?
La respuesta es sí, pero nos han robado el tiempo del hombre. O dicho de otra manera: el tiempo de la sociedad no nos permite vivir el tiempo humano.
El hombre es un ser social, y no existe como hombre fuera de una sociedad. Porque todas las facultades humanas: el pensamiento, y su consecuencia, el lenguaje, son producto de su desarrollo social y de su existencia en una comunidad en la que interactúa y se desarrolla junto a otros seres humanos.
Pero vivimos en una sociedad a la cual, más que sociedad, deberíamos llamar sistema económico, porque es muy poco lo que le queda de verdadera sociedad humana, ya que esos rasgos y valores han sido reemplazados por motivaciones y fines netamente económicos.
El sistema capitalista que rige el mundo es perfecto.
¿Por qué? Porque prevé no solamente el control absoluto del hombre y de sus deseos, sino que crea en la psiquis humana un sentido del tiempo acorde con intereses que nada tienen que ver con lo biológico ni mucho menos con lo espiritual, sino que responden a la necesidad de retroalimentación y de crecimiento constante que tiene dicho sistema.
De este modo, el hombre vive en un tiempo escandido, dividido, controlado, por las reglas del sistema.
Y lo que el hombre considera su tiempo libre, o sea sus momentos de libertad -domingos, vacaciones, feriados- también es controlado por el sistema, que manipula sus deseos de manera tal que lo más común para una persona de nuestra sociedad es ocupar el llamado “tiempo libre” en actividades relacionadas con el consumismo.
O sea que se trabaja la mayor parte del tiempo para, en lo que resta del tiempo, gastar el dinero que se ha producido con ese trabajo.
La sociedad humana es tan perfecta, o tan perfectamente cínica, que proporciona entretenimientos para “matar el tiempo” o “escapar del tiempo”, cuando en realidad lo que debería producir es un tiempo de libertad que haga al hombre más hombre, más humano, más feliz.
Sin embargo, hay un elemento que puede derrotar a la máquina perversa que produce el tiempo social, y desbaratarla totalmente: se trata del arte, y en especial su manifestación más accesible y evidente: la literatura.
En la próxima entrega hablaremos del tiempo del arte, pero ahora podemos adelantar que un libro es una verdadera máquina del tiempo, y es una máquina que escapa a la imposición de la máquina social.
El libro posee un tiempo propio, que es el de la ficción, o sea el tiempo que está escrito en sus páginas.
Por ejemplo en Don Quijote de la Mancha podemos ver que hay días y noches que se escanden de acuerdo con las salidas y las aventuras de Don Quijote, y que a pesar que el autor soslaya una referencia temporal precisa para ubicar su historia, podemos deducir que pasaron varios meses, y hasta un año, desde la salida primera del Caballero de la Triste Figura hasta su regreso definitivo a casa, su enfermedad y su muerte.
Ese es el tiempo de la ficción.
Pero hay otro tiempo más, que se pone en funcionamiento cuando abrimos el libro y empezamos a leer.
Ese tiempo, que podemos llamar “tiempo del arte”, se vincula estrechamente con nuestro tiempo interior, y haciéndonos entrar en la historia narrada, nos permite liberar nuestro propio sentido del tiempo, metiéndonos en la ficción y llevándonos a través de días, noches, meses, años o instantes que surgen de nuestra capacidad de abstracción.
En nuestra sociedad se descalifica y desalienta la lectura para evitar que las personas puedan manejar otros tiempos, y de ese modo puedan sustraerse al tiempo del consumismo y la masificación.
La tecnología tiene un papel preponderante en esta esclavización del ser humano al tiempo impuesto por el sistema.
A pesar que para enviar mensajes de texto por los celulares, para chatear por internet o simplemente para escribir mails, hay que rozar lo que entendemos por lectura y escritura, no se trata de una puerta a un tiempo interior ni un desarrollo de nuestra capacidad individual de crear nuestro propio tiempo.
Se trata, en cambio, de una alienación más al tiempo impuesto por el sistema, un robo a cara descubierta que perpetra el sistema, impidiendo al ser humano su desarrollo y coartando su libertad.
Esto no significa que internet o los celulares sean nocivos en sí mismos. Son nocivos cuando se convierten en lo que el consumismo desea que se conviertan: o sea en drogas para distraer y estupidizar a las personas.
Sólo una persona que sabe leer y escribir puede buscar las puertas del tiempo en nuestra sociedad.
Saber leer y escribir no significa solamente saber descifrar el breve código de nuestro alfabeto, sino saber interpretar, metabolizar, elaborar un pensamiento, una idea, y saber expresarla.
Cuando se poseen estas capacidades, se puede pretender dominar el propio tiempo.
Nuestra educación ha sido destruída de modo sistemático y eficaz para evitar que las personas sepan leer y escribir, y de ese modo sean prisioneras del tiempo socioeconómico.
Podemos usar la tecnología para ejercitar nuestra propia personal concepción del tiempo.
Nada nos impide escuchar con atención una buena obra musical, o buscar en internet información acerca de un tema que nos interesa. Si la música es estridente, ensordecedora y de mala calidad, o navegamos por la red como barcos a la deriva sin rumbo y sin objetivo, la sociedad devoradora nos habrá impuesto su tiempo. Ese es el tiempo de la esclavitud.
Por su parte, el trabajo es una buena organización del tiempo, cuando nos permite ganar lo suficiente para vivir cómodamente. Cuando trabajamos en exceso para acumular dinero, o cuando trabajamos en exceso porque no nos alcanza para comer, en ambos casos estamos siendo manipulados, nuestro tiempo está siendo utilizado por el sistema.
El hombre debe ser libre, y para eso debe tener el poder de organizar su tiempo, utilizarlo y disfrutarlo.
En ese sentido, sólo las personas que hacen arte saben que el tiempo es manejable, que el tiempo puede crearse y recrearse permanentemente, y que la mente, en combinación con el espíritu humano, pueden manejar el tiempo a su antojo.
Una sociedad que no es dueña de su tiempo es esclava de un sistema, y ese sistema siempre apunta a la explotación y degradación del ser humano.
Un ejercicio fácil y sencillo para empezar a organizar el tiempo de nuestra jornada es visualizar de antemano, por ejemplo la noche previa, todas las actividades que debemos realizar al día siguiente.
En este ejercicio tenemos que recortar de manera neta el tiempo destinado al trabajo, de forma tal que resalten todas las horas que están alrededor, que son las horas en que vamos a disponer libremente del tiempo cronológico.
Una vez extraído el tiempo del trabajo, organizamos lo que vamos a hacer en el resto de la jornada, en un orden dictado por el placer y la comodidad. Aunque estas actividades sean siempre tareas, debemos empezar a hacerlas de acuerdo con nuestro gusto, con nuestros deseos, y con nuestra propia capacidad de “dejar para mañana lo que no tengamos ganas de hacer hoy”.
Si hay cosas impostergables, como un trámite o un trabajo doméstico que no podemos aplazar, entonces lo podemos hacer como condición para gratificarnos en el momento siguiente, o para recibir un premio por ese esfuerzo. Ese premio debe consistir en algo que realmente nos guste hacer, especialmente si ese hacer se denomina con la frase “no hacer nada”.
Para concluir la entrega de hoy vamos a decir una frase de Jorge Manrique, el poeta español que mencionamos en la anterior, y que es “Vivir la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).