12. Nuevo batallón, nuevas funciones
En el camino se acomodan las cargas, su madre solía decirle eso cuando se quejaba del peso del estudio en la escuela secundaria. El militar en ascenso volvió a recordar esa admonición materna varias veces en el camino de vuelta a la casa del barrio al costado de la autopista que lleva al aeropuerto.
De a poco empezaba a reconectar con la rutina en Buenos Aires. En el cuartel buscaba adaptarse: conocer al nuevo jefe, a los suboficiales que le ayudaban en las tareas de contabilidad, además de entender las necesidades para el funcionamiento del batallón adonde había sido destinado.
También pudo reconstruir los acuerdos que tenía con los comercios del barrio, que le aportaban un ingreso extra para mantener su nivel de vida. Los domingos volvieron a funcionar con cierta “normalidad”.
Un domingo, tras conocerse el asesinato de Aramburu, fue a la misa buscando un consuelo que no encontraba. Salió antes que termine, “no alcanza, hace falta que hagamos algo más” pensó o quizás lo dijo en voz alta, porque justo en ese momento se le acercó el regordete compañero de las prácticas de tiro diciéndole:
-Bueno, es lo que estábamos esperando, ¿o no?-.
La frase lo desconcertó. No estaba seguro de si era una pregunta o una afirmación, ni siquiera si iba dirigida a él. Miró al hombre de campera de cuero negro, que sonreía con amabilidad, como dispuesto a aliviar su desolación.
-Sali para buscarlo cuando vi que dejaba la misa, quiero que hablemos. Hay cosas que se pueden hacer mejor- agregó.
No sabía qué responder, se quedó con la boca abierta tratando de articular algo, alguna idea, una palabra al menos. Finalmente, el tipo retomó el hilo:
-Lo invito a tomar un café en el centro, en la confitería London City el miércoles a las 11,00 de la mañana. ¿Puede estar allí?-.
-No la conozco, no sé dónde queda, no sé si pueda faltar al trabajo…-.
-Amigo, no se complique tanto, es solo un café. Tenemos muchas cosas en común de las que tenemos que conversar…-.
-Pero… es que desde el trabajo hasta allá… no creo que llegue-.
-Dígale al coronel que se va a reunir con el Mayor Raúl del 601, él ya va a saber-.
Tanto conocimiento de su vida le puso de frente a su vulnerabilidad, le dio tal sensación de vértigo que casi pierde el pie. El regordete lo tomó del brazo evitando que cayera por la escalera.
Tenga cuidado con los escalones de piedra, se puede partir la cabeza. Sería una forma muy tonta de dejar este mundo lleno de oportunidades.
Repuesto de la sorpresa, tomo aire ostensiblemente.
-Sabe dónde está la London, ¿no? Seguro ha leído a Cortázar, él es antiperonista como usted-.
El miércoles salió temprano y tomó la autopista. En media hora llegó a la esquina de Perú y Avenida de Mayo. Antes de las 11,00 ya estaba sentado a una de las mesas de la cafetería London City, un bar notable de la ciudad. Le habían dicho que quizás Julio Cortázar había escrito allí parte de la novela “Los Premios” en la década del ’60.
El lunes le comentó al jefe que tenía que hacer unos trámites en el centro. “Mejor me saco el peso de encima”, se había dicho a sí mismo. El coronel, con total naturalidad respondió: “Hablé con el mayor Raúl, ya sé que van a conversar, estoy seguro que saldrán muy buenas cosas de esa reunión”.
Mientras esperaba que se acomodara el que lo citó y la llegada del café que habían pedido, repasó mentalmente cómo se habían ordenado los distintos aspectos de su vida que le ocupaban, sentía que su devenir tenía aun cabos sueltos, había algo que atender y no sabía qué ni cómo.
A poco de beber el café ya estaban entendiéndose sobre el tema que los unía a los tres, al coronel jefe del batallón, al jefe de finanzas del cuartel y a este enigmático Raúl.
El trámite será bien transparente, los precios de la licitación los vamos a tener antes que nuestros socios presenten la propuesta. Con que tenga un valor menor al momento de la apertura no habrá nada más que el azar y el buen ojo para hacer los números. De esta forma todos ganamos y usted deja de hacer de matarife. Todos los ajustes que sea necesario realizar los podemos manejar con la figura de mayores costos. Todo legal.
La London, después lo supo, era un clásico café donde se juntaban periodistas del diario La Prensa, principalmente, políticos que cruzaban desde la Casa Rosada rumbo al Palacio del Congreso, funcionarios de la administración pública arreglando entuertos. También militares activos, retirados y camuflados. Todos bailando al son del dinero.
Antes de la despedida, el regordete Raúl abrió el portafolio de cuero marrón y extrajo una carpeta amarilla, marcada con un sello rojo que decía: RESERVADO.
-Léalo, estoy seguro que nos ayudará a tener una relación más firme. ¡Ah! Una cosa nomás, si va a venir con su arma y ropa de civil, procure que no se vea la empuñadura cada vez que gira su cuerpo en la silla- terminó.
Se sintió torpe y no estando a la altura que se suponía que debía estar. Hablaba de millones de pesos y tenia papel higiénico pegado en la suela del zapato.
Deambuló por la calle Florida hasta la Plaza San Martín, mirando las ofertas para los turistas que visitaban Buenos Aires. No era una muestra de la realidad, era solo la vidriera ostentosa que ficcionaba una visión cosmopolita. Entró a un negocio de venta de artículos de cuero. Estaba repleto de turistas brasileros que aprovechaban el cambio favorable para vaciar los estantes que ofrecían “todo de cuero legítimo”.
Preguntó por una funda de cuero para llevar la Beretta calibre 22.
-¿Anda buscando una sobaquera?- le dijo el dependiente con una sonrisa -venga por aquí-.
Lo condujo por un laberinto al fondo del estrecho negocio. Allí había infinidad de esas fundas, para armas pequeñas, largas, pistolas, revólveres. Incluso las que lo combinaban con algún tipo de funda para un arma blanca. Un universo que hacía perder la perspectiva. Abrumado eligió una de cuero natural, con un correaje simple que se acomodaba en la espalda y el arma quedaba calzada en la axila. Entonces cayó en la cuenta del porqué del nombre: sobaquera.
De regreso a casa se detuvo en las oficinas de Campo de Mayo, no estaba de camino -tuvo que desviarse-, pero quería cerrar el día de la manera más rutinaria posible. Pasó por la oficina del coronel quien, sin que fuera necesario entrar al despacho, desde el sillón le dijo: “Me alegro que haya salido todo bien” y tomando el teléfono para hacer una llamada le regaló un sonrisa amplia y formal, mientras le hacía señas para que cerrase la puerta.
Cruzó el pasillo y se metió en su oficina, cerró las persianas que daban al patio, pero dejó abierta la ventana, necesitaba sentir el frio del invierno, el calor lo aturdía.
Sacó de su portafolio la carpeta y empezó la lectura del texto obviando las líneas formales, típicas de un informe militar.
“El primero de junio de 1970, de acuerdo con la información difundida por los secuestradores, fue fusilado el general Pedro Eugenio Aramburu, secuestrado desde fines de mayo. Fue sometido a un “juicio revolucionario” y se lo mató con un disparo de pistola 9 milímetros en el pecho y dos tiros de gracia.
“Para justificar su acción recurrieron a las tres condiciones de la “guerra justa” de Santo Tomás de Aquino, un marco ético que resonaba con los ideales de justicia y resistencia aprendidos en el paso de los asesinos por el nacionalismo católico.
“La primera condición, la legitimidad soberana, los llevó a cuestionar el régimen militar de Onganía, carente de respaldo popular y sostenido por la represión. La organización subversiva Montoneros, que con esta acción nacía a la vida pública en Argentina invocó el artículo 21 de la Constitución Nacional, que llama a los ciudadanos a defender la patria, como fundamento de su lucha contra una dictadura que representaba los intereses de una minoría elitista y extranjera, como la Doctrina de Seguridad Nacional impuesta desde Estados Unidos.
“La segunda condición, la causa justa, se fundamentaba en reparar una profunda injusticia histórica. La democracia había sido destruida tras el golpe de 1955, dejando a una gran parte del pueblo, especialmente a los sectores peronistas, fuera del sistema político. Para ellos, la muerte de Aramburu representaba un acto de reparación ante años de exclusión y humillación.
“Finalmente, la rectitud de intención se centraba en evitar un mal mayor: el retorno de Aramburu al poder. Como impulsor de un peronismo “descafeinado” y funcional al sistema, la figura de Aramburu simbolizaba un intento de neutralizar el potencial revolucionario de las masas trabajadoras. Su ejecución no era un acto de venganza, sino un mensaje claro contra la continuidad de un régimen que perpetuaba la opresión y la desigualdad.
“En este contexto, Montoneros no solo buscaba justicia, sino dar inicio a una lucha que prometía transformar radicalmente la historia argentina”.
Se le escurrió la carpeta de las mano, desparramando las hojas por el suelo de su oficina. Miró como iban cayendo, desordenas, balanceándose en el trayecto, como buscando el lugar en el que depositarse y quedar allí, unas levemente dobladas sin que se pudiera leer lo que decían. Otras boca arriba dejaban leer: “Informe de Inteligencia Militar, reconstrucción de un crimen bárbaramente cometido”.
Y allí, en ese instante, la pregunta del Mayor Raúl resonó como un eco inevitable: ¿no es usted antiperonista?
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.


