Relatos desde el
Camino de Santiago
A solis ortu usque ad ocassum
Amigos de mis recuerdos permanentes
Hoy les escribo desde Carrión de los Condes, una ciudad antigua pero moderna (la parte vieja se destruyó en guerras sucesivas, y queda poco del caserío, pero sí está la traza y casi todas las iglesias).
Muchos me cuentan que me recuerdan mirando las estrellas, que me imaginan haciendo lo mismo en este camino sideral. Y lamento tener que decirles que NO…, que jamás las veo, aunque me encantaría ver la noche inmensa del campo, o el cielo estrellado desde mi ventana. El asunto es que toda nuestra actividad transcurre de día.
Nos levantamos muy temprano, en mi caso a eso de las 06,00 (soy de los últimos), y a esa hora ya es de día. Nos acostamos también temprano (como máximo a las 22,00), al ocaso… no sé a qué hora oscurece totalmente por aquí. Así que las estrellas parecen ser una entelequia más en este camino de búsquedas ignotas.
La gente está loquísima, y se levanta cada vez más temprano. A las 04,30 ya comienza a haber ruido, y a las cinco y media el albergue bulle de actividad, de gente que va y viene a los baños o a la cocina. Hay silbidos de cierres de bolsas de dormir, chasquidos de velcro y un incesante e insoportable crujir de bolsas de nylon en las que cada uno guarda papeles, frutas para el camino o ropa sucia. Todo eso, al alba suena amplificado. Y además… hay españoles que no entienden que se puede hablar sin gritar (bueno, no todos gritan, pero muchos sí). Lo ridículo es que luego salen tipo 06,00 de la mañana, y a las 08,00 ya están en los bares del camino tomando café o cerveza, comiendo tortillas o panes con chorizo, así es que el madrugón sirve sólo para tener más tiempo para comer y beber. El mundo está gourmetizado (tema que vengo pensando en los últimos días, y del que quizás alguno de estos días les cuente), y aqui se hace honor a este “signo de los tiempos”.
Aunque el estilo románico nunca me atrajo demasiado, he de aceptar que me estoy volviendo fan del mismo (si es que cabe ser fan de un estilo, y menos de éste). De a poco voy descubriendo sus modos y puedo entonces leer con más claridad cada muro, capitel o sarcófago. La penumbra tiene su gusto, y la aridez del muro pelado tiene mucho que ver con la tierra en la que se desarrolla y de la que parece emerger con total naturalidad. Texto arquitectónico y contexto paisajístico tienen en estas tierras castellanas una coherencia total.
Hay algo que también me tiene extasiado, y son los TECHOS de iglesias y monasterios. No se puede creer el trabajo que tienen y la fantasía que albergan. Algunos verán, cuando nos encontremos, mis cientos de fotos de techos (también tengo otras cientos de fotos de ventanas, puertas, paisajes y flores… y de retablos, imágenes y gentes).
Me encanta leer sus mails, así que sigan escribiendo. No puedo responderlos a todos personalmente porque son demasiados y aquí no sólo es caro usar internet, sino que además me llevaría horas de redacción y tipeo. Pero los leo con fruición y los disfruto mucho.
Mañana parto a un pueblo que se llama Calzadilla de la Cueza, donde no creo que pueda comunicarme a la web, y luego seguiré por la meseta castellana entre los campos de trigo verde y la poca tecnología (algunos pueblos se parecen a las ciudades viejas del norte de Perú, como Cajamarca o Chiclayo, otros tienen un aspecto más andino-boliviano, pero sin montañas, como Laja por ejemplo, y son similares en todo, subdesarrollo incluido. ¡Qué coherencia la conquista española, qué afán conservador!!!).
Los dejo hasta la próxima.
Ramiro
Ramiro Albino
Músico, periodista y especialista en comunicación visual. Desarrolla una extensa labor de estudio y difusión de la música preclásica, con especial interés en el repertorio colonial americano, a través de su actividad artística y pedagógica que lo ha llevado por toda la Argentina y numerosos países de Europa y América. De manera paralela se dedica a la docencia y a la investigación, y colabora con importantes medios de Buenos Aires. En Instagram y Twitter: @ramiroalbino