En Pirámide Informativa nos habíamos “detenido en Maimará” junto a Rodolfo Kusch, en un texto que pareciera un viaje iniciático al corazón de la América profunda. Hacemos referencia a el en el libro La Aventura del Conocimiento, coordinado por Ricardo Castillo y en el que incluimos unas reflexiones con el título “Magrassi desde Kusch: indianidad, mestizaje y subjetividad emancipatoria”.
En ese capítulo dejamos entrever que existen muchos “detenerse-en” (¿la Villa Bermejo de Un lugar en el mundo, histórica película de Aristarain?, ¿Malargüe?).
Esta segunda entrega es, en realidad, la primera de los subtítulos completos de dicho escrito:
Rodolfo “Günther” Kusch murió en 1979, luego de haberse detenido en Maimará, Jujuy, en tiempos de dictadura. Era el año de la fallida contraofensiva montonera, del triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua y la de los ayatollahs en Irán. Los tres sucedidos, calificables de maneras distintas desde el punto de vista político y moral, fueron hechos “malditos” en la historia mundial. Lo disruptivo era la re emergencia de lo raigal en la historia.
Guillermo Magrassi murió diez años después, en 1989, año clave en la historia reciente, en tanto allí se produjo un nuevo punto de inflexión, pero en sentido negativo, ya que marca el comienzo de la caída del campo socialista, y la consiguiente hegemonía del neoliberalismo como gendarme mundial de la economía, la política y hasta la vida cotidiana de las personas.
No conocimos personalmente a Günther, pero sí a su esposa Elizabeth Lanata, y estuvimos algunos días, en 1988, viviendo en su casa en Maimará.
A Guillermo Magrassi sí lo conocimos en el CEHYSSO (Centro de Estudios Históricos, Antropológicos y Sociales Sudamericanos, Buenos Aires), y porque tenía una larga experiencia como conductor televisivo de “La Aventura del Hombre”, un programa que reivindicaba a las culturas aborígenes (Guillermo siempre explicaba que ese era el término correcto, en tanto significa “que está en el origen”, o sea “que está antes que nosotros”) en la televisión, en tiempos en que el indigenismo era algo exótico, foráneo; el mundo al revés venía funcionando bien, y la sola existencia de Guillermo y su prédica era algo así como una transgresión. Recordamos cuando en una conferencia se refirió a “ese gran puto argentino”, refiriéndose a Manuel Mugica Lainez, o la vez en que preguntó, a un auditorio “y qué carajo es el tango, si no folklore”. Un auditorio que hasta ese momento quizás nunca había escuchado que “folklore” significa “cultura popular”, y por lo tanto el tango lo es, como lo es la cumbia, o el rock.
No tenemos claro si Kusch hubiese definido a Magrassi como “antropologuito”, como solía hacer con los antropólogos que salen al campo a estudiar a los aborígenes como objeto y que ignoran que ellos también pueden serlo. Teilhard de Chardin se burlaría de esos investigadores que se suponen ajenos a las leyes que enuncian, como se burlaba de los paleoantropólogos que suponían que el Homo sapiens era el último eslabón de la cadena evolutiva. Pero sí compartía con él esa cosa del chico travieso: Anastasio Quiroga en persona nos contó, que en las fiestas de fin de año, viviendo en Buenos Aires, Kusch se divertía tirando petardos por el pozo del edificio de propiedad horizontal donde vivía.
Pero de lo que sí estoy seguro es que Magrassi no merecía tal diminutivo. Al igual que Kusch, tenía título universitario y había sido director de Asuntos Indígenas de Salta y de Programación Comunitaria de Jujuy. Fue docente de universidades privadas de Buenos Aires, incluyendo la UCA, fue asesor de la OEA. Pero asumía como propia la condición de “indio”. Al igual que “Günther”, provenía del mundo urbano y se había zambullido en el otro mundo, el de allende la muralla. Pero había vuelto de allí, como el prisionero de la caverna de Platón, a contar lo que había visto, aunque no pudo vivir lo suficiente para ver los resultados, que recién empezarían a notarse en los comienzos del siglo XXI: el empoderamiento político de los “indios” por obra y gracia de un “tercer movimiento histórico” que habría tenido la adhesión de Kusch… al menos su viuda Elizabeth Lanata sí lo hace hoy. Magrassi estaría hoy en la primera línea de lucha contra el neoliberalismo y a favor del populismo tan denostado por las clases media y alta, y hasta por cierta izquierda.
Cuando publicamos con Gabriel Morales, un reportaje a Magrassi en la revista Huaico Lazo Americano (suplemento 3, 1985) estábamos en plena primavera alfonsinista, donde el indigenismo había vuelto a ser, como diez años antes, una moda cultural más, como el ecologismo, la reivindicación de los derechos gays, el feminismo, el orientalismo (que en dictadura había sido muy fuerte), los libros de autoayuda que reemplazaban al psicoanálisis exiliado. Los derechos humanos en general fueron una simple moda para mucha gente… La Guerra de Malvinas permitió que se abrieran las compuertas de un país lobotomizado por la dictadura, y lo raigal empezó a germinar nuevamente, desde las profundidades. Al principio como moda, pero luego de 1989 el subsuelo de la patria iría tomando cuerpo poco a poco, ello a pesar de la autotraición del peronismo menemista.
En los albores de la democracia, publicamos algunas cosas sobre Rodolfo Kusch, en cuya biblioteca en Maimará, Jujuy, vimos en 1988 muchos libros de Heidegger, y luego en su obra una descripción muy peculiar del “dasein” americano.
La revista Huaico Lazo Americano fue creada en 1979, el mismo año del fallecimiento del pensador, y su director Gabriel Morales está subiendo las versiones digitales, para recuperar el pensamiento de Kusch y de Magrassi: Kusch, indigenismo e izquierda; Descubrir América dentro de nosotros mismos; Necesidad de resistir al nuevo orden mundial; Todos somos indios y el libro Huico Identidad y Reflexión. Pretendemos, con este trabajo, actualizar esas reflexiones de fines de la dictadura y albores de la democracia.
En la entrevista de 1985 Magrassi definió como “indigenismo” a la visión blanca de los aborígenes, pero decía que cuando son los aborígenes los que se ocupan de sí mismos, eso es “indianismo”, que es cuando los indígenas asumen su indianidad. Ese es un proceso que muy claramente se percibe en Neuquén durante el obispado de Jaime De Nevares, que a pesar de ser católico incentivó a los mapuches a auto-reivindicarse, a sentirse orgullosos de sí mismos y de su condición de indios.
“Indios” es un término despectivo que proviene de “las indias”, ya que los españoles, confundidos al principio con haber llevado a la India y sabiendo que este continente era otra cosa, nos llamaron “Indias Occidentales” por contraposición con “Indias Orientales”. Mucho después nos llamarían América, nombre del cual se apropiaron indebidamente los Estados Unidos, ese país sin nombre.
Ser “indio” era un estigma, era ser un “negro de mierda”. Pero los mismos indios empezaron a llamarse así, quizás para burlarse de quienes así los habían bautizado. Es, según Magrassi, una palabra genérica que los mete a todos en la misma bolsa. Lejos estábamos todavía de que los mapuches se autodenominaran mapuches, los qom se llamaran qom y los coyas, coyas.
Fueron siglos de aculturación y transculturación, y eso no podía, no puede, ser revertido en poco tiempo. Pero sin duda Magrassi comparte con Kusch y De Nevares el mérito histórico de haber sido pioneros de la re-culturación actualmente en marcha. Lo de De Nevares tiene el doble mérito de haber provenido de un obispo católico, de una Iglesia que fue la autora intelectual de aculturación: él mismo convivía los veranos con los mapuches, negándose a dar misa, estimulándolos a que hablaran en su lengua y participando de los ritos mapuches. Recordamos un día haberle pedido acompañarlo en esos viajes a la Cordillera y terminantemente nos dijo “no, ellos son personas y nosotros no tenemos derecho de ir a visitarlos como cuando vamos al zoológico”. Don Jaime también había atravesado la muralla y sabía que detrás de ella había un mundo que no estaba para ser estudiado como una rareza, sino respetado y considerado como algo de lo cual aprender, o quizás vernos en él como en un espejo.
La subjetividad blanca es producto de una historia, pero la subjetividad india parece no tener historia, o sea, parece no existir. Un problema no menor para la filosofía, para la psicología, para la política.
Para Magrassi, la Guerra de Malvinas fue el detonante de algo grande: descubrimos que nuestra subjetividad no era europea, y entonces empezamos a buscar qué era. Allí es cuando empieza a recordarse a Scalabrini Ortiz y su “espíritu de la tierra”, a Kusch. Europa no nos reconoce como europeos, pero Sudamérica (todo el territorio al sur del río Grande, incluyendo México) nos reconoce como hermanos, y entonces tenemos que empezar el largo camino para descubrir qué somos. Ese camino, empero, ya estaba trazado.
Textualmente dice Magrassi en esa entrevista: “lo que tenemos en común con esos pueblos latinoamericanos son, precisamente, las raíces indígenas. Tenemos una historia colonial similar y una historia post-colonial (relativamente independiente) también similar, y que nos hace totalmente diferentes al resto del mundo. La cuestión aborigen aparece como sustrato de un intento de autoidentidad como nación, como país. En la superficie, hay peligro de que se transforme en simple moda, de que no se profundice el proceso. De allí la enorme responsabilidad de los medios de difusión y de los sistemas educativos”. El psicoanálisis lacaniano aún no tomaba partido en esa contienda, y creo que no la ha visto todavía, en su búsqueda de una subjetividad nacional propia, no trasplantada.
A mi entender, y lo dije en esa entrevista, la Guerra de Malvinas nos conectó con la realidad tangible de la muerte (las desapariciones forzadas de la dictadura también lo hizo, pero de manera silenciada por los medios), y eso nos llevó a la búsqueda de lo imperecedero. Y allí aparecen las “culturas milenarias” de las que hablaba Kusch: América como continente donde dos culturas corren paralelas, sin tocarse. La respuesta de Magrassi fue terminante: “Tengo que decirlo con dolor: Rodolfo Kusch sigue sin discípulos, en el sentido de aquellos que puedan profundizar en su misma línea de trabajo. Los seguidores de Kusch son sus difusores, pero no gente que ha ido a profundizar yendo a las raíces. A cinco años de su muerte aún no hay quienes hayan hecho aportes valiosos en su misma línea”.
“Kusch habría sido un precursor de una corriente universal”, la del investigador que investiga DESDE la visión del investigado. “Émico”, así lo definó Magrassi, hace más de teinta años, por oposición a “ético”, que es la investigación desde la óptica del investigador.
Pero hay más: “todos somos indios” decía Magrassi, y advertía que “indios” es como nos definen los europeos no importa nuestro color de piel. “Indiano” era el europeo que había vivido mucho tiempo en América y regresaba a casa. “Al mapuche le hemos dicho nosotros que es un indio. Al mataco también. Al toba también; ellos no se sienten indios, se sienten mapuches, matacos, tobas, pero lo que los une entre ellos, y con nosotros, es la palabra indio. Y la palabra sudamericano. Todos somos indios en la medida que no tenemos una identificación específica sino genérica y que asumamos esa identificación genérica como mesticidad”
Allí Magrassi advierte que son pocos los indios que quieren seguir siendo indios y que reniegan de la nacionalidad argentina o brasileña o boliviana. “Todos los demás, no sólo adoptaron una ciudadanía -o les fue impuesta- sino que además culturalmente son mestizos; todos han incorporado elementos de culturas occidentales… Nunca podré ser un mapuche o un komlek, pero todos somos indios… una vez le dije a un komlek: ustedes también son mapuches, porque mapuche quiere decir “gente de la tierra”.
“Los nombres se pueden dar por autoasignación o por asignación de otros”, y esto nos remite a que, por ejemplo, los egipcios, no se llamaban a sí mismo egipcios. No sabemos cómo se autodenominaban. El nombre “Egipto” le fue dado por los griegos.
Magrassi iba más lejos aún: “cualesquiera sean nuestras raíces genealógicas, genéticas, no podemos tener las raíces fuera de la maceta, que es la tierra donde vivimos. La única posibilidad de constituir un pueblo, un país, una nación, es que asumamos nuestros antepasados no individuales. Nuestros antepasados históricos están en estas tierras. Nuestros indígenas de hace miles de años son nuestras raíces y nuestra savia permanente. Sobre esas raíces -los que fueron o estuvieron antes- se iniciaron pueblos de otros lugares”.
Zambulléndose en la historia Magrassi advierte que, en tiempos virreinales, la tercera parte de la población era negra, africana. En Tucumán, por ejemplo, eran el 50% de la población. Ellos fueron enviados a morir a las guerras, o se diluyeron en la población general. Advierte que la raza negra es recesiva respecto de la blanca y ésta lo es respecto de la amarilla, por lo que en el futuro toda la humanidad tendrá los ojos rasgados; y entonces se burla de quienes reivindican “lo ario”: “en la naturaleza, lo puro no sirve, el oro puro, la plata pura, no sirven para nada. Hay que alearlos con metales más duros para que sirvan… Los pueblos que llegaron a ser grandes siempre fueron pueblos mestizos”.
Y luego comenta que “el americano antiguo es una persona inserta, hermanada con la naturaleza. Además, conceptos que nosotros separamos como “persona”, “naturaleza”, “comunidad”, “Dios” y que no pueden separarse, ellos no los separaban. Estos conceptos formaban una unidad cósmica”,
Surge entonces aquello de cómo es posible compatibilizar el concepto de “dueño de la tierra” con el de “hijo de la tierra”, y Magrassi también tuvo respuesta a eso: “asumir nuestra multietnicidad, nuestra pluralidad. Tenemos que reconocer las distintas posibilidades de las que somos herencia. Que exista entre nosotros la posibilidad de la propiedad privada, la posibilidad de la propiedad colectiva, la posibilidad de la propiedad social o comunitaria, la posibilidad del usufructo o de la convivencia con la tierra (como sería el reconocimiento de tierras a las comunidades indígenas que se está dando, por ejemplo, en Formosa)”.
“Todavía no hemos dado al mundo lo que el mundo espera de nosotros. Eso no lo podemos definir, no sabemos cómo va a ser. Sí sabemos que tenemos que trabajar para ello. Y lo estamos haciendo, como lo hizo Kusch y otra gente… eso no se da en Africa ni en Asia. En ningún lugar del mundo se da la mezcla en el grado, cantidad y calidad como para producir algo nuevo”.
Kusch ubica al gaucho mestizo, más indio que blanco, como un modelo humano extinguido, pero reemplazado rápidamente por otro modelo mestizo, el de la nueva oleada inmigratoria de fines del siglo XIX. Y advierte, ya en 1985, que “ya no hay más inmigración europea” pero sí mucha inmigración paraguaya, boliviana, chilena. Magrassi fue, entonces, testigo de la “americanización” de la Argentina. Y remarca que la civilización americana del futuro tendrá que “desarrollar cosas que algún día puedan llegar a ser “de punta”, pero desde nuestra pobreza”. Para Magrassi, “hay que crear un humanismo nuevo”, no engancharnos como furgón de cola del humanismo europeo. Y tomando como referencia nuevamente a Kusch, que reivindicaba el pensamiento contemplativo americano, remarca que “nosotros no somos ni el “hacer” puro de Occidente ni el “ser” puro de Oriente. Tenemos que ir haciéndonos siendo, o siendo haciendo”.
Kusch murió cuando la dictadura estaba en decadencia y no alcanzó a ver la primavera alfonsinista, que culminó en 1989, cuando murió Magrassi, quien no alcanzó a ver la noche de 15 años del neoliberalismo salvaje. Sin dudas fue Magrassi quien mejor había dado continuidad al trabajo interior de buscar lo sudamericano (término que reivindicaba a muerte frente a “latinoamericano”, por ejemplo, en tanto remite a la adscripción a un suelo. Su modestia le impidió pensarlo y decirlo.
Si Magrassi se lamentaba de que nadie hubiera adoptado el legado de Kusch, a treinta años de la muerte de uno y cuarenta del otro, diríamos que seguimos en la misma, pero ahora doble, orfandad
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.