Pérez-Reverte no es un gran escritor, pero sí un buen narrador. Conoce, además, el oficio periodístico, al cual se dedicó cuando joven. Nos describió un conmovedor oficio de los corresponsales de guerra en su novela “Territorio comanche”. Y dejó claro que esos paisajes de dolor, desolación y muerte (que a veces pueden llevarse también a esos periodistas) configuran una especie de ética del sufrimiento, de capacidad para soportar la tensión y las caídas, que hace cierta callada grandeza de quienes allí ofician.
Qué lejos de la actual decadencia del periodismo a la que hoy se asiste en la Argentina. Acá hay otro periodismo, que sin que nadie se lo pidiera, un reconocido periodista que alguna vez se presentó como de izquierda -y hoy trabaja para el principal multimedio nacional- denominó “periodismo de guerra”. Con esa denominación no se hablaba de búsqueda de la información y la verdad con peligro para quien lo hiciera, sino de decir lo que el poder dominante quiere. No el gobierno, sino el poder del stablishment económico y mediático: durante el macrismo ese poder coincidió con el del gobierno, en otros momentos notoriamente no es así. Servir al poder, es servir a los gobiernos del stablishment y a sus organizaciones -a la derecha, en la jerga política clásica-, y atacar al progresismo: sobre todo a la izquierda y a una satanizada versión actual, “el populismo”.
Es obvio que esto no entraña peligro alguno, que no sea el de recibir tantos apoyos económicos que no se sepa qué hacer con ellos. Lo curioso es que de guerra, estos periodistas poco saben: en este país hay disputa que debiera ser democrática, no guerra. Y además, como estos hombres y mujeres debieran saber pero ignoran (o fingen ignorar) en la guerra hay reglas. No existe el “todo vale”: hay crímenes de guerra, y se ha pagado por ellos. ¿Qué fue, si no, lo sucedido en los juicios de Nüremberg? Pueden discutirse las sentencias, pero no que los crímenes deben ser juzgados (sabiéndose que, lamentablemente, se juzgan sólo los de los perdedores).
Está claro: hay crímenes de guerra. La guerra no permite cualquier recurso. Pero los “periodistas de guerra” en Argentina creen que sí: permanentes pseudo noticias jamás chequeadas, que cuando se muestra su falsedad no hay lugar a rectificación. Y si hubiera alguna menor, al mismo tiempo se está haciendo otra fake news más visible. Mentiras lisas y llanas -como la supuesta cuenta de Máximo Kirchner en el extranjero-, contrastan con la omisión de referencias no a cuentas sino a empresas enteras off shore del expresidente Macri, no declaradas en nuestro país. La doble vara es tan extrema, que por obvia resulta casi indemostrable: se ha internalizado tanto el sentido común según el cual el actual oficialismo es cuasi-satánico, que demostrar que ello es un efecto de la acción mediática parece tan extraño como decir que al sol lo vemos por el Oeste en las mañanas.
El “periodismo de guerra” se autopermite todo: insulto, injuria, humillación, destrato, deformación de datos, caricaturización, burla, desprecio… Si satanizamos al “enemigo”, cualquier barbarie en contra de los malos se presenta como buena. Mentir, coaccionar, propalar ilegalmente escuchas telefónicas previamente obtenidas de manera también ilegal, todo está bien si es contra “los malos”. Para eso estamos en guerra, señores.
Y ya se pasa a los hechos. La reunión del ministro Garavano con el entonces preso Fariña, fue promovida por Luis Majul. De periodista a operador político directo. No hablemos de las relaciones con “noticias” obviamente logradas desde contactos con servicios de espionaje, como el caso Dalessio muestra, donde un conocido periodista de Clarín está implicado (como también varios de otros multimedios). Allí, las notas periodísticas -según la acusación en curso-, cumplían funciones de extorsión para obligar a confesiones falsas en juzgados, a la vez que a la rastrera finalidad de obtener dinero por la fuerza.
No es todo el periodismo, por supuesto. Y por cierto que siempre hay testimonios de buena fe y calidad profesional en esta actividad. Pero el mal que se está haciendo a este añejo oficio es enorme: su credibilidad está dañada, y aún los que están a favor de “la guerra” son concientes de que se difama, se falsea y se deforma.
Sin dudas que así no se puede continuar. La creación de mecanismos civiles (no-gubernamentales) pero con efecto de Estado que permitan evaluar públicamente a los medios, se hace tan importante como urgente. La impunidad y la vejación no pueden ser eternas.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.