20. Con el inútil
Nunca tuvo la oportunidad de usar la Beretta calibre 22.
Ni tampoco el correaje complicado que vino de regalo junto con la caja de caoba lustrosa. No había caso que se lo pusiera bien. Le quedaba la hebilla al revés y se le marcaba en la espalda luego del viaje en auto desde el departamento mal habido hasta la oficina de la calle Viamonte y Callao, en el centro de la ciudad de Buenos Aires.
Podría no haberse disparado la Beretta calibre 22, pero le gustaba desarmarla y jugar con su hijo en las mañanas de domingo, cuando el chiquitín se metía en su cama matrimonial.
Le gustaba alargar el momento de levantarse los días que no tenía que ir al trabajo, entonces aprovechaba para jugar con su hijo. Y los domingos jugaban con el arma en la cama. Cuando lograba armarla completamente, se peleaban entre ellos para ver quien lograba empuñarla primero y apuntarle al otro amenazadoramente.
Compartían el juego hasta que se hartaban y cambiaban la diversión por los dibujos animados de la tele.
Luego la Beretta calibre 22 volvía a su caja de caoba lustrosa debajo de la cama hasta el domingo siguiente.
Tampoco pudo tener la vida que su padre imaginó tendría, el día que le entregó el arma en la casa del barrio al costado de la autopista. La vida de un espía es intensa, secreta, marcada por una constante tensión entre el deber y la identidad personal. Sin contar con el glamur de la alta sociedad y el estar rodeado de seducción y romance. Sin embargo, esto es solo un ideal, una visión romantizada de la figura del espía, ya que la realidad es más compleja y gris.
Así fue la aburrida, peligrosa pero inocente vida de la Beretta calibre 22 en manos del inútil y de su pequeño hijo, cuando ganaba en el juego de manos en la cama matrimonial.
Fue así hasta mediados de la década del ’80. Con la recuperación de la Democracia, “los enemigos objetivos se camuflaron” dijo el nuevo responsable de la oficina y los ojazos de ardilla en otoño del inútil miraron al “jefe” tratando de entender lo que les quería decir a los empleados reunidos en el segundo piso del palacete que usaban como oficina a pocas cuadras del Congreso Nacional.
El gobierno de Raúl Alfonsín fue un período crucial en la historia argentina, ya que marcó el retorno al estado de derecho tras la dictadura militar. El presidente asumió el cargo en un contexto de alta tensión social y económica, con un país devastado por la represión, la violencia y una grave crisis económica. Su gobierno se comprometió a consolidar las instituciones democráticas y a abordar las consecuencias de la dictadura, lo que incluyó el procesamiento de los responsables de violaciones de derechos humanos, en lo que serían los juicios a las juntas militares.
En ese contexto había que saber moverse para no quedar pegado en alguna de las descripciones que se hacían popularmente en algunos medios de comunicación.
-La institución militar no debía quedar manchada por los errores de algunos de sus miembros. Al fin y al cabo, los camaradas habían cumplido con la ley. Y si hubo que salir a pelear, se lo hizo por mandato de la Democracia y contra un enemigo poderoso que se camuflaba en la sociedad y se escondía en sus pliegues. Entonces se usaron tácticas y estrategias acordes a cada momento y modalidad de la lucha-.
Con estas palabras el inútil debió aceptar las órdenes que le dio el jefe. Tendría que salir a la calle y en cada ocasión que hubiera una movilización en apoyo a los juicios contra las juntas militares, debía volver a la oficina con todos los rollos de fotografías para armar el álbum de los enemigos que siguen asolando la patria.
Como el embate contra quienes habían participado activamente durante la dictadura militar, además de las caras visibles que habían sido juzgados y condenados en el juicio basado en un informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, empezó a llegar a las orillas de los estamentos por debajo de los generales, brigadieres y almirantes -es decir, todo el cuerpo militar-, no hubo quien quedara excluido al ser señalado como integrante de algunos de los centros de detención, tortura y muerte.
Era tan grande y extenso el escándalo que hubo que echar mano de elementos que sirvieran de amparo y justificación. El peso de la deuda externa contraída por los gobiernos militares, el creciente desempleo y la hiperinflación fueron fuente perfecta para mantener la presencia necesaria de quienes habían sido capaces de poner freno al avance de las amenazas permanente al estilo de vida occidental y cristiano. Esta fue la conclusión a la que arribaron los participantes de la jornada de estudios que se realizó en una casa de retiros.
Fueron convocados los miembros de distintas oficinas de trabajo del personal civil de las fuerzas armadas a realizar una capacitación durante un fin de semana. Allí estuvo el inútil tratando de entender un poco lo que estaba sucediendo y mirando con sus ojazos a los personajes que deambulaban por las amplias galerías de la casona estilo colonial donde estaban alojados.
Se lamentaba de no poder jugar con su hijo y compartir la mesa servida con tallarines con tuco que le preparaba su mamá, los domingos en que estaba en Buenos Aires. Cavilando en esta ausencia estaba cuando se le acercó un hombre alto de unos cincuenta años quien le preguntó por su padre.
-¿Como anda tu papá? Nosotros trabajamos juntos en los años de plomo, incluso creo que alguna vez te vi en la casa del barrio. ¿Siguen viviendo allí o ya se mudaron a Miami?– le preguntó con una sonrisa cómplice.
-Y si… a veces están en Miami, pero también les gusta la casa de Mar del Plata- dijo en un claro ejemplo de exceso de información.
-Tenés que tener cuidado, pibe. No es cuestión de estar dando más de lo que se pide. Sobre todo pensado que esa casa aún podría estar en litigio con algunos que se creen con derechos que ya no tienen-.
Y luego se sumergió en un largo discurso de reivindicación de las funciones del Ejercito como sostén y columna vertebral del ser nacional.
-Dale saludos cuando lo veás, a lo mejor me tengo que guardar algún tiempo, porque hay muchos dedos que me señalan. Pero decile a tu viejo que el mayor Raúl no es un buchón. Que se quede tranquilo que el va a poder disfrutar de la vida, aun con aquellas cosas que llegaron impensadamente.
Vos sabes a que me refiero, ¿no?-.
Dijo esto y se fue caminado despreocupadamente por la galería de la casona, sin dar siquiera tiempo al inútil a repreguntar… ¿a que se refería con las cosas impensadas?
Algún tiempo después, en una visita a los padres en el verano, y a propósito de la casa, el inútil hizo un comentario en la mesa sobre el encuentro con el mayor Raúl. Después de eso la madre le pidió que nunca más mencione a esa persona ni a las actividades del padre en el pasado, no quería que volviera terminar en el hospital. Ya sabía que tenía una cardiopatía que lo llevaría a la tumba, pero estiraba el momento del encuentro con el Barba para el momento del Juicio Final.
Aquel encuentro en la playa con sus padres fue uno de los últimos en Mar del Plata. La Argentina se había convertido en un tembladeral, conmovida por una economía en permanente crisis que desembocó en un creciente descontento social y huelgas generales que paralizaron el país.
El trabajo en la oficina de la calle Viamonte, pero fundamentalmente las excursiones como fotógrafo en cada aglomeración que hubiera, desgastó el ánimo del inútil. Quizás hubiera influido lo que su esposa le decía respecto del trabajo: “¿no será que vos estas trabajando para que estos carapintadas vuelvan al gobierno, no?”
El inútil no lograba que dos neuronas hicieran sinapsis para alcanzar a comprender el significado de la pregunta de la madre de su hijo. El respondía siempre que lo criticaba por su trabajo, que gracias a su esfuerzo es que tenían un techo y comida en la mesa todos los días. Casi siempre terminaban las discusiones con la esposa fumando en el balcón y el inútil encerrado en la habitación jugando con su hijo y la Beretta calibre 22.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.


