Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Tengo en el estante de los platos uno que me regaló una persona que no conocía. Lo obtuve hace veinte años cuando llegamos de Mendoza a una Toronto tapada de nieve. Ahora miro por la ventana y está nevando hoy que es el abril de la primavera canadiense. Es raro sí, pero sucede. Me levanté temprano, la luminosidad de la ventana anticipaba el manto blanco. Recordé aquel primer encuentro con Sebastián en Toronto veinte años atrás. Esta coincidencia no coincide con la ausencia de quien fue el puente para el regalo que recibí de su amiga. Anoche se murió ese entrañable mendocino que desparramaba calidez por donde andaba.
Hacía poco que habíamos llegado a esta ciudad con las pocas cosas que entran en las valijas del exilio. Mi compañera consiguió un piso para alquilar, un flat, la parte de arriba de una casa de más de cien años en el barrio portugués. El anterior inquilino nos regaló algunas cosas. Pero la tarde en que nos juntamos con el amigo que traía aires del sur volvimos a casa con una caja repleta de vasos platos, ollas y el corazón contento. Era una escena impensada, encontrarnos a cuatro cuadras de nuestra nueva casa en una ciudad que apenas si sentíamos como propia con alguien que nos traía -junto a su sonrisa- recuerdos cálidos de un tiempo que se desvanecía en lo cotidiano.
Anoche se murió el hermano de una amiga entrañable, el hijo de un tipazo generoso, el miembro de una familia que en algún momento adoptó a mi compañera como una más en la rutina familiar, tanto que a veces uno se pregunta si ser familia depende del ADN o se puede construir ADN familiar con los actos cotidianos.
Cuando mi amigo buscó una compañera de vida vino a elegir a quien conocí por teléfono, por mi trabajo como productor en Radio Nihuil de Mendoza. Nos encontramos en la calle Rufino Ortega antes que se vinieran los dos a vivir a Canadá. En ese momento para nosotros este país estaba al norte, hacia frio y algunos también hablaban francés.
Mi amigo terminó su maestría en Quebec y después hizo el doctorado en British Columbia, del otro lado del país, donde llueve tanto que algún día tenemos que viajar a conocer antes que el agua despinte todo. De allí venía de paso por Toronto cuando nos encontramos una tarde, el sol era esquivo y la nieve se acumulaba en las veredas. Hablamos de las cosas de la vida, quizás pudimos decir “como decíamos ayer”. La magia de esos encuentros es ponernos no en el lugar de la ausencia sino en el de acercarnos vívidamente la presencia. Ese siempre fue el tono de voz de Sebastián. Ocupado en las cosas de la vida reflexionando desde el menos común de los sentidos. Haciendo evidente lo que se escamotea.
Los medios sociales me muestran que hay cientos de amigos y personas que como yo ocupamos solo un instante de su vida, aquí en Canadá de este a oeste y en su Mendoza natal. Cada uno ha ido dejando su rastro de araña tejiendo la tela que sostiene el recuerdo. El entramado que quedará por siempre en el corazón. O como decía Unamuno, en ese espacio del alma que floreció. Ese espacio que hubiera permanecido yermo sin su presencia.
Volvió a pasar por Toronto hace menos de diez años. Ninguno de nosotros éramos los mismos. Quedamos en juntarnos en una esquina, hacia frío entonces nos metimos en un restaurante de comida vegetariana, estaba cuidando su dieta. Siempre había cuidado su salud. Tomábamos un jugo imposible de rehacer y repasamos los años pasados. Ahora la ingrata muerte se lo lleva como una víctima más de la pandemia.
Siempre fue un placer encontrarlo, con una copa en la mano y apoyados en la pared de la casa paterna hablando sobre políticas públicas. Escucharlo desgranar ideas sobre neoliberalismo y comunicación desde un escenario. Siempre fue entretenido, certero y abierto a la discusión pensada. Dijimos eso cada vez que podíamos tomar un autor y discutirlo, teníamos intereses en común. La lección que se aprende en estos casos es que cuando te decides a hacer algo, hay que apurarse. La olas pasan, parecen las mismas, pero en cada una de ellas se nos va, gota a gota la vida.
No llegó a los sesenta, el desconsuelo pasará, espero saber encontrarlo en la evocación de las cosas buenas. Nos queda el rastro de su sonrisa en la de su hija Matilda. Hay muchas fotos, menos de las que uno quisiera. Urge juntarse con quienes han compartido para reamar su impronta en nosotros, para que sea huella que se camina todos los días. Cada mañana elijo un plato para desayunar, tengo algo más que trae tu memoria. Gracias Sebastián.
Toronto miércoles 21 de abril 2021
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.