Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
El día feriado existe en todo el mundo desde que se inventó el trabajo. Convengamos que nuestra tendencia “natural” es a descansar, nuestro cerebro activa rápidamente cuando ve una reposera al sol o bajo una sombrilla. Hace veinte años atrás, me sorprendió la cantidad de días festivos en Canadá. El Año Nuevo, el Viernes Santo, el lunes después del Domingo de Pascua. El Día de Canadá, un lunes de agosto que es “día cívico” todavía no sabemos bien porqué, excepto que no se trabaja en ninguna parte. El “Día del Trabajo” en septiembre, la festividad de Acción de Gracias, la Navidad y el día después de Navidad que se llama “Boxing Day”. Se supone que es el momento en que los comercios venden todo más barato pues lo están sacando de la caja de embalaje. Lo que es una verdad a medias. Pero esa es otra historia.
Existe una categoría de feriados en que la celebración no es para todos. Por ejemplo, para los empleados que se rigen por legislación federal, como los carteros o los trabajadores de radio. O los judíos, los musulmanes y los cristianos -no el mismo día, ya sabemos, pero casi-. Y muchos relativos a los pueblos originarios que antes se denominaban genéricamente indios por el error de Colón. También los correspondientes a cada una de las provincias. En total en ese año hubo en Canadá casi 120 días feriados. Es realmente un acertijo tener en claro esto, hay que bucear en una lista centenaria de feriados según el almanaque, y cada tanto cambian, se sacan o se agregan.
A mediados de la década del noventa me tocó estar una temporada en Madrid. Además de estudiar, viendo la tele y escuchando radio todo el día, uno empieza a incorporar las costumbres del lugar. Mi madre decía “donde fueres, haz lo que vieres”. Cuando llegué a Madrid entendí lo que era el “jet lag”, que es el corrimiento del patrón dormir-estar despierto por efecto del desfase horario. Llegue al mediodía que para mí era la medianoche. Caí en una cama y cuando me levanté eran las 2 de la mañana. Salí a la calle y nada, estaba todo cerrado, solo las serpentinas en las veredas delataban el fin del desfile del día de reyes. En cuanto encontré un lugar para desayunar me abalancé como beduino en el oasis. Sentado a la barra del lugar, esperé a que alguien pidiera. Me convenció ese tazón de leche con café y un “bocata”, pedí lo mismo. Cuando el dependiente me preguntó de qué lo quería… le dije como con seguridad, “sólo con manteca”. Me sostuvo la mirada un instante y se dio vuelta como diciendo “cada loco con su tema”.
Así fue como incorporé lo del “feriado puente” y empecé a mirar los fines de semana largos con otros ojos. En el primer puente nos fuimos a Portugal en bus y a dormir en un “hostel” de estudiantes. Es accesible al bolsillo y sin culpas, en Europa se alienta esta costumbre.
Venia de la Argentina reprendida desde los medios y el poder público por vagancia. Castigada por la desidia y la poca cultura del trabajo. Sobre esa premisa, las huelgas y los días feriados eran lo mismo, parte de una cultura de la vagancia y el ocio. Por eso éramos un país con deudas, pobres y con el futuro cercenado. De la deuda externa ilegitima, ni hablemos. En ese clima no era posible hacer miniturismo. Eso esta reservado para sectores sociales minúsculos y privilegiados.
Para los españoles, los europeos en general y esa masa informe que se llama genéricamente primer mundo, la oportunidad de tomar pequeñas vacaciones rompe el peso de la rutina de trabajo. No entraré en consideraciones pertinentes respecto del trabajo y la remuneración, aunque seria bueno incluir que es posible pasar un fin de semana en el hotel Sheraton frente a las Cataratas del Niagara, porque el costo es ínfimo en temporada baja, además posible de pagar con el sueldo de un obrero o empleado de comercio. Sin culpas, es una buena oportunidad para descansar en un feriado.
De acuerdo con la real academia española, feriado era cualquier día de trabajo por corresponder a una feria, es decir, en el lenguaje eclesiástico, un día cualquiera de la semana, excepto el sábado o domingo. Y de allí que los días de feria, eran los días que no estaban consagrados a Dios.
No he podido saber cuándo se cambió de feria y trabajo a llamar feriado a los días en que no se trabaja. Lo que sabemos todos es que se aprovechan los feriados para hacer escapadas de la rutina, o al menos esa es la intención. En todo Canadá es casi transparente la intención. De mayo a septiembre son los meses en que es posible disfrutar del buen clima. Excepto junio todos los demás meses tienen un lunes feriado. Y en algunos ámbitos de trabajo, en el sector de administración y otros no ligados directamente a la producción material, es muy usual que, durante el verano el viernes sea día libre, aprovechando viajar el jueves en la tarde-noche rumbo a los lugares cercanos a la ciudad donde es posible disfrutar el verde. Concretamente de fin de junio a fin de agosto se ve reducida la movilidad en toda la ciudad.
Cuando llegamos a Toronto hace veinte años atrás, no teníamos aun incorporada esta posibilidad del miniturismo. Al año siguiente de llegar y durante la siguiente década hacíamos larga la hora de ir a dormir el último día de febrero. Esto fue así, porque al primer minuto de marzo se habilitaba la posibilidad de hacer reserva en el sistema “on-line” del servicio de parques nacionales.
Muy rápidamente se ocupan los mejores sitios para hacer camping. Los que están más cerca de las playas, los que son más amplios, los que tienen mejor sombra. Uno los empieza a conocer y a desear ocuparlos cuando llega y descubre que lo que reservó es lo más parecido a la Isla de Guilligan.
Porque cuando llega el verano, hay que disfrutar al máximo el aire libre, la vida en contacto con la naturaleza, para alejar el fantasma que nos acecha por más de seis meses en el año.
¡Cuánto hay de recuerdo infantil! Cómo habrá colado este hábito que disfrutamos en familia y con amigos antes que las coyunturas empezaran a crujir al salir de la bolsa de dormir. Confieso que una de mis primeras lecturas fue el Selecciones del Reader’s Digest. Un folletín de penetración cultural que se editaba en Latinoamérica y que fue muy popular por décadas. De las brumas del recuerdo, sobresalen los avisos del servicio de buses Greyhound con la imagen de un galgo inglés en sus costados, me hacían imaginar viajes por las rutas marcadas en un mapa que mostraban las ciudades de Estados Unidos de Norte América. Aquellas que conocía por las novelas o películas. En esta semana de 2021 y luego de casi cien años se han suspendido indefinidamente los servicios. Ayer salió de la terminal de buses de Toronto el ultimo bus con destino a la memoria.
La otra imagen que me quedó de aquella revista infame está ligada al camping en lugares que se me antojaban paradisíacos. Después de la depresión de 1930, con el auge de los automóviles y la construcción de rutas que unieron ambos océanos en todo el norte de América, estas rutas permitieron el acceso a zonas boscosas, montañas y lagos escondidos. Algunas reservas naturales y otras que se transformaron en parques protegidos. Y allí apareció la oportunidad del negocio. Había nacido la industria del camping.
En mi temprana adolescencia comenzamos la práctica de camping con mis hermanos en la Sierra de la Ventana, en la provincia de Buenos Aires. ¡Que elemental y primitivo era aquello!, equiparable al “wild camping” de la actualidad. En la Argentina de las décadas siguientes el camping se fue acomodando a los estándares del resto del mundo de manera “sui generis”. Los servicios sanitarios, por sólo citar un ejemplo, implicaban el ingreso a un laboratorio de manipulación de virus y bacterias, sin barbijo ni equipo protector.
En Canadá los días festivos se transforman en la excusa perfecta para disfrutar del contacto con la naturaleza. Recordemos que este es el país con más lagos de todo el mundo, cuenta con prácticamente el 20% de los recursos de agua dulce del planeta. En la ciudad de Toronto hay mil espacios verdes. Plazoletas, “parkettes” y parques. A poco de andar por cualquier calle o avenida, uno se topa con algunos de estos ámbitos poblados de altos árboles con su sombra que invita al picnic y al asado. Cualquier excusa con tal de poder dejar atrás el eterno manto blanco.
Creo que uno se banca estoico la caída de esa cosa blanca que se adhiere a todo, que en el suelo permanece y crece. En algún lugar sabemos que es el alimento de la explosión de naturaleza. Lo paradójico es que le tengo tirria al sol, soy de esos tipos que van a la playa con jeans y camiseta de manga larga, si es posible estar bajo la sombra, allí me quedo todo el día. Pero desde hace veinte años miro al sol con otros ojos.
Toronto 14 de mayo 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.