Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
En realidad, no se le llama Día de la Reina al penúltimo lunes de mayo en que siempre se festeja el Victoria Day. En nuestra familia el día de Victoria son todos los días, no podemos dejar de celebrar a nuestra hija “la mayor”. Ella se llama así según dice su abuela porque fue una victoria para mí. No lo niego ni lo afirmo, pero en el folklore familiar nuestra hija tiene varios días de festejo especial, este es uno de ellos. Es el día de Victoria.
Aquí la festividad incluye fuegos artificiales en cada municipio, excepto en Quebec, y por extensión en parques, plazas, esquinas, en el jardín de cada casa y al lado de la “churrasquera”. También en el patio de los vecinos. Olvidé mencionar que se hace una “barbecue” y se adereza con salsa “BBQ”.
La verdad es que la palabra “barbecue” proviene del español. Según cuenta la historia, los primeros españoles que llegaron a las islas del Caribe, vieron cómo los nativos ponían carnes en un marco de madera sobre el fuego, y le llamaron barbacoa tratando de decir “baribicu” que era como le llamaban los nativos a este antepasado de nuestro asado. Historia que habría que reconstruir, pero que termina en la tradicional barbacoa que vemos en las series y películas producidas en Estados Unidos de Norteamérica.
El Día de Victoria es, además el primer día del verano. Aunque sea aún mayo, la temperatura empieza a ascender en el termómetro. Lo que ayer era para usar una chaqueta en la mañana ahora es para ojotas y bermudas. Temperaturas máximas de 26 a 30 grados, mínimas que rozan los 20. Es para desorientar a cualquiera y tender en la cama y enfermos a muchos.
Entonces en ese día, cañitas voladoras en el aire, una buena provisión de carnes que serán asadas y una garrafa para la parrilla. Porque eso del carbón, en un país de casas de madera, digamos que no está alentado por el cuerpo de bomberos. Sin dejar de mencionar que es más complicado el trámite.
Hay que agregar que, como el jardín ha estado bajo nieve, hay que remover la tierra, replantar los canteros con flores, remozar los muebles de jardín. En algunos casos se ven en la vereda los restos de algún mueble de jardín que ya cumplió el ritual por años.
Hace 20 años atrás, cuando llegamos a Toronto, nuestra primera mesa para la computadora fue un sillón de jardín sin almohadones que mi compañera encontró en una vereda casi tapado de nieve. El ingenio del inmigrante atravesó una madera sobre los apoyabrazos y ¡voilá! tuvimos una mesa que nos acompañó por nueve meses en el flat del barrio portugués.
Cuando se acercaba el día del “comienzo del verano”, veíamos movimientos nuevos, inusuales para nuestros ojos del sur. En el supermercado cercaron una parte de la playa de estacionamiento y se llenó de macetas, bolsas de tierra fértil, góndolas de plantas y árboles en macetones. Todo con el frío intenso de los días de fines de marzo e incluso las últimas nevadas de abril. ¿Se volvieron locos? Piensa un desprevenido. No, se está preparando el festejo del Victoria Day.
Hay una gran porción de los habitantes de la ciudad que empiezan a armar sus vacaciones y viajan a la segunda residencia. Una casa en medio del bosque en una zona que se denomina “Cottage Country”. El nombre “cottage” refiere a una casa rustica típica de un trabajador de la zona, que con el tiempo se ha transformado en una casa de descanso, en verano generalmente. Muchas mantienen ese estilo, aunque también las hay muy modernas, sofisticadas y caras también. Lo que tienen en común es que están en medio de un bosque, idealmente frente a un lago.
Al “cottage” hay que cuidarlo y dejarlo bien preparado para soportar el invierno, “winterizing” es la palabra inglesa que denomina el proceso. Para la época de este primer feriado puente, hay que ir para hacer el proceso inverso: “veranizar” podríamos bautizar aquí. Además, hay que ver como quedó todo después de los intentos de los animales de bosque de obtener refugio al crudo invierno. En otro momento contaré de cuando encontré un nido de víboras en el transmisor que tenía una radio en medio de una zona rodeada de naturaleza. En defensa del vilipendiado animal hay que considerar que el cálido e inmenso transformador eléctrico del transmisor era el lugar ideal para la cría, abrigado y protegido.
El resto de los habitantes de Toronto prepara el espacio exterior de sus casas en la ciudad. En los primeros días del verano trajinan entre el jardín y los arreglos de mantenimientos de las casas. Hace veinte años atrás miraba todo el ajetreo con sorpresa. Imaginaba un futuro posible, como el sapo cancionero.
En realidad, éramos parte de ese universo silencioso que habita en los intersticios urbanos: casas partidas en tres, sótanos acondicionados como viviendas, departamentos para palomas. Viviendas palomares.
Esa multitud que busca los parques y espacios verdes para el BBQ con familia y amigos. Lo de silencioso es una metáfora, porque los radiograbadores y los “boom box” resuenan con música estridente. Esas canciones que allá lejos y hace tiempo le decíamos “tropical”. Estos atronadores musicales se acomodan al lado de las conservadoras de bebidas, solamente gaseosas pues está prohibido consumir alcohol en los parques públicos.
Prohibido consumir bebidas alcohólicas que es reforzado con el patrullaje de fornidos policías que recorren los parques y rondan las humeantes parrillas. Lo que no impide que alforjas con botellas de vino se apretujen debajo de las mesas y en el baúl de los autos cajas de cervezas queden ocultan entre cajas de herramientas.
Cuando pasa el patrullero los mas chispeados, los saludan y brindan con un vaso de plástico rebosando vino tinto. Y al caer la tarde el brindis es con ron, coca cola e hielo.
Lo vimos con un cierto grado de sorpresa en nuestro primer asado del Victoria Day. Fue cuando el gerente del diario hispano casi que lo decretó mediante una circular que recibimos una semana antes. Había que estar a las 11 de la mañana en un parque que todos parecían conocer y que para nosotros era una novedad absoluta. Ubicado en lo que me parecía el confín de la civilización, de la tierra conocida. Como los mares dibujados en los mapas medievales de viajeros intrépidos, similar al de Piri Reis o de los que debe haber usado Cristóbal Colón para llegar a este lado del mundo. El parque parecía estar rodeado de animales inmensos con fauces tremendas, nacidos de la mano febril del dibujante. El denominado parque era en realidad una gran extensión de tierra que alguna vez fue la pista de aterrizaje de aviones civiles y militares y que al fin quedó sólo como pista de la Fuerza Aérea. Sin árboles y rodeado todo de construcciones bajas.
Hace 20 años atrás, Downsview Park era mucho mas salvaje de lo que es hoy. Del otro lado de la avenida, hay otro espacio verde más pequeño que lo atraviesa un arroyo. Los días de lluvia el cauce se transforma en un torrentoso rumor de agua que corre y arrasa. La cita era a la orilla del arroyo, en un remanso rodeado de árboles pequeños, pero de sombra intensa. Había que estar temprano para reservar el codiciado espacio. Así fue como los que no teníamos auto, quedamos en juntarnos en la puerta del diario aquel domingo y allí nos acomodaríamos en varios autos para llegar. A las 9 de la mañana estábamos sentados a la puerta del edificio donde estaban el diario y la radio, esperando. Mirábamos la actividad distinta del barrio en feriado. En el frente de la ferretería donde había copiado la llave en mis primeros días, había una venta de plantas y flores. Autos que llegaban y partían repletos de bamboleantes y largas plantas con sus verdes desbordando por las ventanillas abiertas, palas, bolsas de tierra y todo lo imaginable que es necesario tener para dejar el frente y fondo de la casa acorde para el asado y los fuegos artificiales.
Cuando desde un vehículo tipo Van alguien me gritó: ¡barbeta!, cuando reconocí el origen del grito tuve la tentación de cancelar el paseo, pero ya era demasiado tarde.
Al fin y al cabo, esa era la vida que, sin saber había elegido vivir. Costumbres nuevas, música estridente, mucho más alcohol que el que es posible digerir y nuevas culturas para conocer con sus costumbres, todas latinoamericanas.
Recordé cuando llegué a Mendoza en el principio de los ’80 y un compañero de la facultad me invitó a comer un asado en Luján. Fue poco después del comienzo del ciclo escolar, a lo mejor era el abril o mayo del otoño mendocino. Fue un abrazo de calor en una ciudad a la que me constaba entrarle. Algunos me hablaban del carácter montañés del mendocino, otros de los resabios de la cultura colonial. Lo cierto es que caminaba por las calles solo y aquella invitación era la primera que paría el corazón. ¡Pero yo era vegetariano!
Así que aquel domingo, pasé a buscar por su casa al que me invitó y que sería mi guía. En algún lugar del Citroën llevaba mi vergüenza en un “tupperware”, con una ensalada bien nutritiva. Fue y volvió en el mismo lugar, pues ninguno de los presentes quiso o supo hacer el famoso asado. Viendo la oportunidad de tener un lugar propio en el grupo me ofrecí, transformándome en el asador oficial. De ahí en más, en cada reunión que se armaba mi responsabilidad era preparar el asado. Esos amigos son la familia que tengo en Mendoza, que me nutrió y me contuvo hasta que subí al avión que me trajo a Toronto.
Al caer la tarde a orillas del Arroyo Negro, el Black Creek que atraviesa el parque, las brasas ya habían asado toda la carne, las botellas de Malbec nos las tomamos los varios argentinos y chilenos presentes. Se iba acabando el ron con coca y el tenor de la conversación rumbeaba por ridiculeces como que Leonardo Favio es colombiano.
Imaginarán que no atiné a fundamentar a un alcoholizado de que lugar de Mendoza era Fuad Jorge Jury Olivera, aunque podría haber dicho que nació en “Little Carrot”, siguiendo las bromas de Horacio Sicilia en la oficina de prensa de Radio Nihuil. Y terminar el día dejando todo confundido. Total, el festejar a una Reina que cimentó el colonialismo sobre el que se ha construido Canadá bien puede ser un contrasentido.
Toronto 21 de mayo 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.