Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Llegaba el verano. Había señales muy claras. Las ropas desaparecen, las botas quedan colgadas del cordón en algún alambre. Los días se hacen normales, largos, con mucha luminosidad. Hay otro ánimo en las calles. Los restaurantes, bares, lugares de comida se empeñan en limpiar la mugre de todo tipo acumulada durante el invierno en los patios. Se pinta, se remodela, se acomodan sillas y mesas. Todo se dispone para disfrutar el buen clima, por supuesto con una birra en la mano.
Cuando llegué, hace 20 años, no había la profusión de cervecerías con producción local. Ahora es bastante común que en el negocio de la esquina se encuentre una producción y venta al publico de cerveza artesanal, con distinto éxito en el sabor. Lo que sí está garantizada es la diversidad. Cervezas de todos los colores y con los sabores más extraños. Como siempre, es posible encontrar mi preferida, la cerveza del fondo del tanque, que es la más fuerte, la que tiene más sabor, la de color denso y pardo, cuando no oscuro que no deja pasar el rayo del añorado sol del verano.
Toronto es una ciudad luz por muchas razones y cuando termina la primavera la paleta de colores está completa. Florece Toronto, literalmente. Los postes de luz y los canteros se llenan de flores que han sido preparadas en los viveros municipales, regalando su testimonio de vida. Es una invitación a los turistas, la ciudad toda vive del turismo, intensamente. Todo aquello que puede generar dinero, avanza. Hacerla bella es para enamorarse, quedarse y recorrerla encontrando sus atractivos.
Una de estas atracciones son los espectáculos deportivos. El hockey sobre hielo -del invierno- transmuta en el béisbol y el básquet. Disciplinas que no han tenido la satisfacción de títulos ganados, aunque sí los tiene, pero digamos que la frecuencia no es la deseada. Pero bien lo sabemos los que venimos del planeta fútbol. La copa esta ahí y muchas veces no se toca.
Hace 20 años el fútbol, que aquí se llama soccer, no tenia el peso que desde hace 10 años ha empezado a tener. El tema del fútbol merece una reflexión. En Norteamérica el soccer ha sido cosa de mujeres, por lo tanto, ha sido siempre de segunda categoría. Algo que practican los niños en las escuelas, y las mujeres. Acá los deportes por excelencia son el de los machos. es el que está matizado con piñas en medio del juego, como en el hockey sobre hielo. También los encuentros que implican choques físicos tremendos, con secuelas comprobadas en la salud de los jugadores. Todo parece indicar que el fútbol es demasiado débil, por tanto relegado al ámbito femenino. Entonces no aparece en las noticias con la misma frecuencia que los otros. A pesar de ser ampliamente practicado y hasta con títulos internacionales ganados.
¡Ah! Y el tema de las mediciones, los tiempos y las distancias. Ese tipo de condimentos están muy presentes en la cultura de esta parte del mundo. Todo se expresa en cantidades mensurables. Los relatos que pueden describir las cosas y las acciones, esta bien que existan, pero hacen falta números, avances en yardas, minutos de juego, tiempo parado. Entonces esas gambetitas tipo Neymar… no son bien vistas de este lado. Hasta que se descubrió que era un negocio multimillonario.
En mi primer año en Canadá, en 2001, se organizó en Colombia la Copa América de fútbol. En esfuerzo conjunto, la Radio y el Diario lograron financiar el viaje de un periodista que haría la cobertura. Anunciamos profusamente la partida de un enviado a cubrirlo en exclusiva. Tengo la sensación de que ahora este tipo de figura y esfuerzo ya no vende tanto como antes. Quizás por la inmediatez de los servicios derivados de internet.
Recuerdo que cuando estaba en Radio Nihuil, el envío de los corresponsales fuera de la ciudad a dar cobertura propia a una actividad deportiva aumentaba la posibilidad de apoyo publicitario. Y si era internacional, mucho más.
Dos ciudades colombianas habían quedado en mi memoria: Pereyra y Manizales. En aquella oportunidad viajaron los responsables del equipo técnico de deportes a preparar la llegada de los periodistas. El relato al volver sonaba a mis oídos como una aventura maravillosa, la descripción de geografías selváticas, camino de montaña, pero no del tipo Uspallata, de Mendoza, sino rodeados de frondosas plantas que ocultan civiles armados hasta los dientes que tienen poder de dejarte pasar o no.
En 2001 también las dos ciudades eran sedes del campeonato. En la previa del torneo logramos despertar algún tipo de entusiasmo entre los lectores del diario y los oyentes de la radio. El fútbol es un capítulo central en la vida de los latinoamericanos en Toronto.
Pero para que estuviera presente en la ciudad, debían de pasar diez años y algunos sucesos convergentes. Uno fue el famoso “fifagate”, cuando una reunión del ente internacional que regula la actividad fue intervenida por la policía federal de un país. La excusa fue la corrupción de la organización. Cualquier similitud con el denunciado “lawfare” no es pura coincidencia.
En poco tiempo cambió de manos el manejo del negocio del fútbol. Las cadenas internacionales de televisión empezaron a ofrecer seguir los detalles de las ligas europeas y de cada país en forma creciente y diversa.
El otro suceso, más local, tuvo que ver con el intendente de la ciudad, un hijo de londinenses amante del fútbol, quien favoreció la presencia del equipo local, con un estadio nuevo entre otras cosas. Precisamente ese estadio de Toronto fue una de las sedes en 2007 del Mundial Sub20.
En junio de 2010 se realizó la reunión del Grupo de los 8, el grupo de países industrializados cuyo peso político, económico y militar es de gran relevancia en el mundo y paralelamente también el del G-20, que es un foro internacional de gobernantes y presidentes de bancos centrales, cuyo objetivo es el discutir sobre políticas relacionadas con la promoción de la estabilidad financiera internacional, siendo el principal espacio de deliberación política y económica del mundo. En ese año le tocó a Canadá la organización de ambos foros y una de las sedes fue aquí en Toronto. Con mi pareja conseguimos ser acreditados por dos medios y meternos del otro lado de la fortaleza que se armó para intimidar al ciudadano común. Fue una manera de decirles: “miren como tenemos que cuidarnos de los bárbaros que protestan por la acumulación de riqueza de unos pocos”. O “de los que piensan que el medio ambiente se degrada por la acción de las corporaciones”. Y otros “cucos” por el estilo.
Este evento coincidió con el Mundial 2010. En los días que duró, permanecimos encerrados y custodiados desde la mañana hasta la noche en la sala de prensa. Estábamos a la caza de algún reportaje, queríamos llegar a la presidenta de Argentina. En la espera, veíamos los partidos del mundial en una pantalla gigante que estaba en el bar. Los periodistas de los países participantes y los futboleros del mundo que hacían hinchada por uno u otro bando, coincidíamos a la hora de los partidos y terminamos reconociendo las parcialidades e intercambiando alguna broma o chanza.
En las largas mesas de trabajo, mi laptop siempre abierta tenia amarrada a un costado una pequeña bandera de Argentina, cábala que permitió que la selección le ganara a México.
Fue a raíz del triunfo y la bandera que se acercó el intendente de la ciudad para asegurarme que no llegaríamos a la final. Me impactó el lenguaje futbolero y de qué forma se alejaba de su rol de político hablando de fútbol. Volví a hablar con él cuando ya había abandonado la política para dedicarse a otra de sus pasiones, el medioambiente. Yo no quería acordarme de ese Mundial, pero él me dijo: ¿recuerdas que te dije que no llegarían a la final? Y se rió socarronamente por el cuatro a cero que nos propinó Alemania.
Ese partido lo vimos en una taberna, en un pueblo cercano a un camping donde habíamos ido a pasar unos días con un grupo de amigos. Aquel sábado salimos a buscar dónde ver el partido y terminamos en una cervecería, que al tercer gol descubrimos era alemana. Salimos calladitos, en fila india, por la puerta del costado todos vistiendo la tradicional camiseta celeste y blanca.
Lo que me impactó en nuestro primer verano fue la oferta de músicos de fama internacional que se presentaban en Toronto. Hay aquí cuatro o cinco ámbitos excelentes para la presentación de espectáculos musicales que por aquel tiempo ofrecían a Paco de Lucia o Mercedes Sosa. La posibilidad de estar cerca de algunos de los más importantes representantes de nuestra cultura, ponía el corazón a latir desbocado.
Para los recién llegados el costo de las entradas, incluso las más baratas nos dejaba como el tango, mirando desde afuera (“la ñata contra el vidrio”). Pero a nuestro alcance estaban las ofertas de los festivales de verano. La privilegiada posición en la radio y en el diario, nos permitió conocer de antemano lo que se venia y armar un calendario para todos los fines de semana del verano con las diversas ofertas festivaleras. En cada una de ellas había una promesa de música y ambiente latino hispano, gratuito y rodeado de nuestro folclore, que no siempre significa lo mismo que decir de nuestra cultura.
Una mañana estaba esperando unos invitados que vendrían a la radio. Los había citado un poco antes para coordinar los términos de una entrevista. Eran integrantes de un centro comunitario dedicado a la comunidad hispana. Los había intentado contactar estando en Mendoza, cuando quería conocer un poco del ámbito con el que nos enfrentaríamos al llegar.
Hablando con la recepcionista, veo pasar detrás de mí a una persona que sólo levantó la mano e hizo un gesto metiéndose en la administración del diario. Curioso como soy, quise saber quién era.
Giré mi cabeza y solo alcancé a ver a un sujeto melenudo que usaba prendas un poco más grandes que su talle. Me llamó la atención la forma de caminar. Un bamboleo que delataba alguna mala posición del pie o alguna deformación en las caderas. No soy especialista médico, pero había algo en su caminar que era distintivo. Miré su calzado y ahí me di cuenta de que ese bamboleo se producía porque caminaba apoyando sólo la punta del pie.
No lo hacía de la forma que mi instructor de yoga recomienda como la más beneficiosa para la salud integral: talón, planta y punta. Este sujeto iba pasando como sin tocar el suelo, apoyando solo la punta de los pies.
Le pregunté a la recepcionista, que había habilitado el paso del sujeto sin más. Quería saber quien era ese tipo de pelo que llegaba hasta los hombros y barba como muyahidín. Hacia fines de junio del 2001 los barbudos como este ya eran mirados con atención, aunque todavía no habían caído las torres gemelas, como para ser demonizados.
Es el que organiza festivales de verano, me dijo la señora de la recepción del diario con cara de nada.
Algo me quedó resonando de esa escena que hoy evoco con claridad y que me llena de un frío profundo, como sólo el invierno polar puede ofrecer.
Me metí en la radio con mis invitados y dejé en el baúl de los prejuicios todos mis pensamientos. Me aboqué a atender a mis invitados y no volví a pensar en ese tipo hasta que, al finalizar el otoño se sentó frente de mí. Pero eso es otra historia.
Con la cercanía del verano las actividades se multiplicaban por la posibilidad de combinar el aire libre y la afición de los latinos hispanos a beber cerveza, bailar ritmos sensuales y disfrutar del sol. Si tuviéramos arena disponible, el verano canadiense no tendría nada que envidiar al Caribe.
Había muchas ofertas de festivales y, como se dice aquí: actividades culturales. Como negocio particular o a beneficio de distintas causas, muchas de ellas para disfrazar beneficencia particular. Nada nuevo, pero notablemente extendido.
Nuestro primer verano fue menos agitado, pero aun no lo sabíamos. Teníamos planes de encontrar una nueva escuela y casa cerca de esa escuela. Planeamos lugares para visitar y conocer. Teníamos un brillante auto blanco, pequeño y silencioso. Había tenido un atisbo del largo invierno que se cernía sobre nosotros y que duraría por muchos años, afectando nuestra vida y la de toda la comunidad latino hispano, pero no lo sabíamos, no podíamos anticiparlo y tampoco nos dimos cuenta cuándo pasó.
Toronto 18 de junio 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.