Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
En las frías noches del invierno de Toronto, hace veinte años atrás, pasaba frente a un local que promocionaba una radio portuguesa con un vistoso cartel luminoso de colores estridentes. Una vez leí un cartel escrito a mano sobre un pedazo de cartón cortado de una caja de embalaje, que invitaba a hacer una donación para las víctimas del terremoto en El Salvador. Volvía de mis clases de ingles, y era el fin de una larga jornada de trabajo en el asilo. A lo mejor mis neuronas no captaron el mensaje, no estaban alineados los planetas o simplemente no era mi tiempo.
Diez años después entré por primera vez a los estudios de los que, para entonces ya sabía era la radio hispana de Toronto desde la década del ochenta. Era una radio de circuito cerrado que solo era posible sintonizar si se tenía un receptor especial adosado a la radio. En la programación contó siempre con un par de horas, entre las 5 y las 7 de la mañana que salía en simultaneo por la frecuencia modulada de la radio portuguesa; la del cartel que miraba al pasar las noches de invierno. Aquella primera vez pude reconocer el estudio, pequeño, pero bien dotado con lo necesario para hacer una radio de verdad. Quien me había hablado de esa emisora fue Jorge Sosa, quien falleció ayer en Mendoza mientras tomaba un café en un bar del centro.
Es que el Jorge estuvo en esa radio de Toronto con su hermano de la vida, el Pocho, a mediados de la década del ’90. En tanto referentes mendocinos no podían faltar en la primera fiesta de la vendimia que se realizaba en Toronto. Como parte de la promoción fueron llevados a la radio para contar lo que harían aquí. La audiencia de la radio se nutria en aquella época con inmigrantes de habla hispana que llegaron a este país. Cada oyente encontraba en la radio rumores de su patria. Como las personas venidas de Argentina, la mayoría de Mendoza. Escuchar a Jorge Sosa en la radio era estar sintonizando algunos de los programas que hizo en Radio Nihuil.
La anécdota me la contó Jorge el día en que Amira Manzur se encargó de juntar a quienes hacíamos la radio del Jorge. Fue en un restaurante para desearme una buena estadía en Canadá, poco antes de mi partida. Compartimos un buen momento con quienes habíamos hecho la parte más distendida de la radio. Además, habíamos llevado de paseo a los personajes que creaba Jorge, por las ciudades de la periferia de Mendoza.
En esa oportunidad el “Nene” Ávalos me hizo un regalo que uso todos los días, una calabaza para tomar mate. No hacía falta que me contara la historia, ya la habíamos repasado mil veces en los estudios de Radio Nihuil. Ese fue el mate viajero de Markama cuando anduvieron de gira por Rusia y los países escandinavos.
Hablando de a dónde me iba, Jorge me dice: “vos tenés que ir a enseñarles como hacemos radio aquí”. Y siguió diciendo… “Yo estuve allí en una radio, chiquita, pero bien puesta”. Contó que a poco de compartir con el locutor de turno que estaban de paso por Toronto, invitados para la fiesta de la Vendimia, y que Pocho estaba allí para cantar sus canciones, los teléfonos empezaron a sonar. Todos a la vez y sin parar. “Casi sin darme cuenta, quizás como deformación profesional, agarré el micrófono y empecé a hacer lo que siempre hice en radio, engancharme con la audiencia. Se me voló el tiempo, no se si fueron dos o tres horas las que estuve hablando, poniendo música, atendiendo el teléfono. Hablando con la gente. El locutor me ayudaba con los controles de la consola, era inmensa y no hubiera sabido usarla. Pero estuvimos un buen rato haciendo radio. En un momento veo por la ventana que separaba los dos estudios que había un hombrecito que me miraba con el ceño fruncido. Pensé que estaría haciendo algo mal, con los gringos nunca se sabe” dijo, despertando risas… “Pero no; cuando salíamos del estudio, me cruzó en el pasillo y me dijo: lo contrato ya, quiero que se haga cargo de hacer esta radio”.
Así era Jorge Sosa, la radio era una extensión de su existencia. Se movía con facilidad en ese ámbito donde desplegó su creatividad por décadas.
Antes de empezar mi trabajo en la radio mendocina, ya conocía a Jorge Sosa. Me hablaron de él y pude escucharlo haciendo el programa en la noche. Supo darle a la audiencia espacios para recrear recuerdos, imaginar situaciones ficticias y reconocer lo cotidiano… “no te la toquís que es pior”… Abrazaba con facilidad a quien le prestaba oídos. Legó a varias generaciones una galería de personajes que están siempre presentes. Seguramente podría continuar con las facetas públicas de quien hizo poesía, teatro, también eso que llamamos Café Concert… en cambio quiero compartir mi experiencia de trabajo con él.
Fue a fines de la década de los ochenta en Radio Nihuil de Mendoza. Llegó y se aposentó en la oficina que había dejado libre el “Director de Noticias”, era la única oficina privada accesible en todo el edificio, las otras estaban ocupadas. Me llamó para preguntarme a que hora me quedaba bien que nos juntáramos para hablar sobre el trabajo que yo hacía en la radio. Fue la primera vez que alguien quería saber qué hacia en mi ámbito de la producción radial. Muchas personas lo ignoraron, otras suponían que lo sabían y algunas solo me vieron hacerlo. Hablar sobre el trabajo permite reflexionar sobre actos muchas veces impensados. Él se tomó el tiempo de anotar cada una de las cosas que hacía en un día típico. Sabía de qué se trataba, pero también quería saberlo por mi. Hablamos una larga hora en que yo no podía salir de mi asombro por su actitud. La sorpresa impensada fue, cuando a fin de mes vi un aumento en mi salario. Le pregunté que significaba esto y me dijo como atajándose que no era mucho, pero que era tiempo que se empezara a valorar el trabajo de cada persona allí.
En la cancha se ven los pingos. Vino el día a día, con la mezcla exigente de: tener lo que habíamos acordado necesario para cada programa, las corridas durante la realización de los espacios en vivo; y después la fiesta. No digo Fiesta, el programa de los sábados a la mañana. Digo el momento de celebrar, de reír, de compartir las cosas de la vida, de sentir la satisfacción por haber plasmado en el aire de la radio lo que pensamos que podría generar una reacción; un efecto buscado y encontrado.
El fue quien le dio valor al trabajo y un paso más. Las propuestas que presenté para alguna realización, el siempre las apoyó. Usó y exprimió mi cerebro para crear personajes y momentos en sus guiones. Y después celebramos juntos y también lloramos alguna vez.
Tomé de él algunos tics. Ahora cada vez que entro a una reunión de trabajo, llevo mi lapicera, una que me produzca placer escribir y un cuaderno donde anoto, dibujo, empiezo a desplegar una idea. Es un diario de vida que voy llenando paso a paso. Cuando debo emprender algún trabajo específico, llamo al equipo a la mesa para que cada persona dé su punto de vista, aporte y esté al tanto de lo que haremos. No hay secretismos, ni ideas salvadoras, ni alguien que llega y ordena, todas las opiniones suman. En Canadá no suena extraño, en la Mendoza de fines de los ochenta fue revolucionario.
Me tocó recordarlo esta mañana en la radio, la misma donde el Jorge estuvo hace más de dos décadas atrás. Conversaba con quien conduce ese programa, un mendocino como Jorge o como yo, todos nacidos fuera de la provincia, pero con la lágrima fácil al escuchar Tonada de Otoño. Concluíamos en que lo bueno de las personas como Jorge es que nos ha dejado una miríada de recuerdos grupales, provinciales, nacionales también. Podemos hacerlo volver con sus ojos grandes, su sonrisa a medias y el mechón de cabellos caído sobre la frente. Puede llegar en cualquier momento; para mi será además el recuerdo de un tipo que me ayudó a moldear el hombre de radio que despliego cada día.
Hace diez años atrás, cuando empecé a ser habitué de aquella pequeña radio de calle Dundas, en la planta baja de la radio portuguesa; le conté al pequeño hombre del ceño fruncido si recordaba al que se apropió aquella mañana de la radio. Nunca admitió que sí lo recordaba, pero lo descubrí por el brillo de sus ojos y enseguida me lanzó: “son muchas las personas que tendrían que haber estado primero en esta radio, en vez de andar haciendo cosas raras con otra gente”. Los dos sabíamos a que se refería, pero eso será para la próxima historia.
Toronto 30 de julio 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.