Llegamos, siguiendo la historia de Héctor Rosendo Chaves, al momento en que cierto relator de fútbol había impuesto eso de “los argentinos somos derechos y humanos”, la misma época en que los militares se sentían víctimas de una “campaña antiargentina” desde el exterior; quizás uno de los más importantes operativos de colonización de las subjetividades de que se tenga memoria, habida cuenta de que muchos militantes del campo nacional y popular compraron el verso de que los ataques de los organismos internacionales de DDHH iban dirigidos contra el país y no contra la dictadura. Parecía que el enemigo había ganado la batalla cultural… No se podía hablar de política ni con los parientes.
En ese tiempo quien esto firma escribió, aunque nunca llegó a publicar, “La reencarnación de Winston Smith”, el personaje del “1984” de Orwell que había reencarnado en la Buenos Aires de la dictadura. En 1983 escribiría “Por algo habrá sido”, un miniensayo con pretensiones psicoanalíticas, donde intentaba explicar por qué las víctimas negaban a los victimarios su condición de tales, y les firmaban cheques en blanco en cuanto a credibilidad, además de practicar el negacionismo respecto de los temas más dolorosos. Obviamente con la ayuda de los medios de difusión masivos.
Se imponía el discurso único. Con el asesinato de Rodolfo Walsh se había iniciado el silenciamiento del periodismo que cuestionaba al sistema, seguiría con el robo de Papel Prensa y La Opinión, y entonces podríamos enterarnos de lo que realmente pasaba en el país leyendo The Buenos Aires Herald o el Argentinische Tageblatt, al que teníamos acceso en la oficina de prensa del Banco Central donde trabajábamos. No existían redes sociales ni telefonía celular, pero era cotidiano conversar con los periodistas que nos contaban desapariciones de personas desarmadas y al día siguiente leíamos sus artículos donde relataban que esas personas habían “muerto en un tiroteo”.
Los desaparecidos no eran tales, sino “subversivos que estaban paseando por Europa”.
Lo que estaba pasando en la mente de los argentinos era gigantesco y siniestro a la vez. Se estaba lobotomizando a una población entera y preparándola para una eternización del militarismo y del “superyoismo” cultural. Nos estaban programando para recibir con júbilo patriótico al delirio de la Guerra en el Atlántico Sur contra la entonces tercera potencia naval del mundo. Habíamos silenciado a los revoltosos, habíamos hecho viajar al Papa para detener un conflicto con Chile, habíamos ganado un mundial de fútbol y nos estábamos burlando de las Madres que encontraban eco a sus reclamos en el exterior, cada vez más, hasta convertirse en un icono mundial. El impostado egocentrismo nacional estaba exultante.
En ese contexto, la contraofensiva montonera era un delirio, aunque muchos presos políticos no lo vieran de esa forma. Para Chaves, como vimos en la entrega anterior, ese saludo desde la cárcel a los compañeros que volvían a la lucha desde el exterior era una prueba más de que la cárcel anula a las personas. Con eso también estuvo en desacuerdo, pero siguió tres años más en la cárcel, lo que prueba que la lucha de los militares no era antisubversiva, sino simplemente antipopular.
Chaves tiene también un primo desaparecido, según cuenta él mismo: “se llama Aníbal del Rosario Torre. Aparentemente desapareció por un acto de liberalismo o de indisciplina. Estaba trabajando de peón rural en Rivadavia y vino a la ciudad; le avisan que no vaya a una casa que está “cantada” y el va igual. Ahí lo levantan. Según una compañera, ella lo vio entre dos monos con un sombrerito de paja, con los dos monos sentados a cada lado, en el momento en que le extienden la ratonera a Paco Urondo, que cae en el enfrentamiento y después desaparece su compañera”.
Al salir de la cárcel, la vida de Héctor ya no es la misma. El país no es el mismo: “Cuando yo salgo, a la primera persona que fui a ver en San Luis fue a mi tía, la que lo crío (al primo desaparecido). Él es primo, pero no lleva el apellido de mi madre. El hijo de un tío mío, Lucero, pero se llama Torre. Siempre nos tratamos como primos, nos reconocimos como parientes, pero él era Torre, lo que se decía un hijo natural. Mi tía que lo crió es tía por el lado de mi padre, ella había hablado con él, por teléfono, y le creo, hasta casi un año después de detenido. Entre seis meses y un año ha estado vivo. A veces le decía que estaba en Río Cuarto, o en otras partes, pero es de suponer que le mentía. Entre seis meses y un año ha estado vivo. Nunca más apareció. Después desaparecen, del mismo grupo, un muchacho Avellaneda de Rosario y un muchacho Amodey, de San Juan. Eran del mismo grupo de San Martín, que caen presos como consecuencia del campamento montonero de Las Aguadas de ese departamento”.
Chaves salió de la cárcel, “pero con prisión domiciliaria en General Alvear, en marzo… y ahí mismo vino el 2 de abril” (1982). Aquí recordamos que durante la Guerra de Malvinas hubo montoneros que residían en Europa y que apoyaron la guerra de Galtieri, pensando que ella abriría las compuertas para la expresión popular, y así fue nomás, pero esa expresión popular no sería la misma que ellos esperaban. Se sabe que Montoneros aportó buzos tácticos para un atentado fallido contra barcos ingleses anclados en Gibraltar en 1982, lo que explicaría que ellos no estaban muy preocupados por la suerte de los compañeros presos. Y que consideraban al genocidio como una “guerra”; y en la guerra todo es posible, como fue posible la alianza de los chinos enfrentados entre sí para repeler la invasión japonesa hace casi cien años. Como fue posible, en la Primera Guerra Mundial, que Italia cambiara de bando.
En la lógica militarista, todo esto es posible. En la lógica de los Derechos Humanos, no. Eran estos montoneros “pares” de los otros montoneros, los caídos, los presos, ¿o pares de los militares?. A juzgar por las relaciones jerárquicas que había allí adentro, se había hecho carne el militarismo, una ideología contraria a toda revolución y ajena a los principios democráticos. Se había hecho carne en toda la sociedad.
Lo de Malvinas fue otro punto de ruptura interna en el alma de todos los argentinos, incluyendo el alma de los militantes populares: “A pesar de que la prisión lo priva a uno de la base social, no hacía falta ser muy conocedor del tema como para saber que si nos metíamos con Margaret Thatcher íbamos a perder. Al salir de la cárcel yo tenía que ir a firmar todas las semanas a la comisaría; me tenían parado al sol, en la vereda, todo el tiempo que al oficial se le cantaba el traste. El dos de abril, cuando fui a firmar, estaban todos los milicos saltando y gritando “¡por fin los hicimos cagar!”. Empezando por el suboficial principal que era el que me hacía firmar y siguiendo por todos los demás que le hacían el coro; estaban enloquecidos porque habían derrotado al Imperio. Ellos esperaban a ver mi reacción, pero yo hacía silencio. A los pocos días voy a la agencia donde había comprado un coche viejo, y la chica que estaba atendiendo me preguntó qué opinaba de esto, y dije “que los van a hacer bolsa”. Yo nunca tuve dudas de eso. De lo que sí tengo dudas es de haber sido tan imprudente, porque por suerte esa niña no dijo nada; sino quizás hubiera ido a la cárcel o me habrían boleteado. No sólo a ella, a varias personas les dije lo mismo. Siempre he tenido ese defecto; soy muy pavo, poco prudente”.
Claro, el imperio no estaba derrotado. Suponíamos que nunca iba a reaccionar, pero no era así. ¿cómo iban a reaccionar si ellos mismos habían apoyado al golpe de Estado, si la esposa de Jorge Rafael Videla llevaba (sigue llevando) apellido inglés, Hardtrige?… eso pensaban los que apoyaban la guerra. Pero sabemos, los ingleses no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes. Los medios le hicieron creer a la población sin experiencia que la guerra estaba “ganada”. Hubo triunfalismo anticipado, lo que nos remite al presente, donde el mismo sector social sigue creyendo que Macri encarna la felicidad y Cristina la corrupción. Chaves ya sabía eso.
“Qué diferencia hay entre el Héctor que entró en la cárcel en el ’76 y el que salió en el ’82”, le pregunta la periodista…
“En la cárcel me hicieron muchos documentos, DNIs, que nunca aparecieron y me sacaron fotos. Cuando salí estaba sin documentos, así que tuve que hacerme el carnet de conductor y el DNI. Yo miraba mis fotos de antes y me decía “qué cara de loco que he tenido!”. Por eso sé que he salido bastante rayado y bastante mal de la cárcel, pero sin tener conciencia de ello en ese momento; y tuve la labor-terapia ya que desde que llegué a Alvear de vuelta, muchos iban a hacerme consultas, pero con un pretexto, cosa de lo que me di cuenta después, cuando uno me dije “mire doctor, yo sólo venía a verlo”.
Sobre el reencuentro con sus hijos: “Yo estaba tan desesperado por trabajar… Y fui un padre que desapareció seis años de la vida de sus hijos…! El mayor estaba con mi hermano en Buenos Aires, en una escuela de doble turno dirigida por una profesora de Matemáticas hija de un teniente coronel; una escuela inglesa; mi hermano pagaba los gastos; los otros hermanos lo ayudaban. O sea que mi hijo mayor estaba en una posición privilegiada; en mayo fue a Alvear un poco más de tiempo; yo no tenía donde vivir… alquilé una casa y se fue a vivir conmigo. O sea que el varón estuvo conmigo en Alvear, con todo lo que eso significa, ya que mi hermano se oponía. Nadie sabía si yo iba a seguir en libertad o no.
La menor de mis hijas mujeres tenía tres años y medio cuando me metieron preso; los tres últimos años no la vi nunca, y a sus hermanas tampoco. Por cierto que sus hermanas tenían la imagen de su padre… cuando aparecí en Mendoza me conocieron. Pero la relación con mis hijas mujeres siempre ha sido más difícil; para ellas yo había desaparecido del mundo; para el varón no, porque él vivía con mi hermano en Buenos Aires y a pesar de que no me visitaba, yo tenía una relación. El varón en Alvear fue echado de la escuela porque era un mamarracho, por lo que compré una casa en Mendoza y entonces empecé a ir y volver. Estaba tres días en Alvear y tres días en Mendoza. El siempre estuvo cerca de mí. La relación con mi hijo varón siempre fue muy estrecha, a pesar de que los dos tenemos carácter fuerte”.
Chaves estaba en pareja con la madre de sus hijos cuando lo detuvieron; “ella estaba con tratamiento psiquiátrico, muy mal. Luego nos separamos. Después ella resolvió separarse de mí, estando yo preso”. Chaves no quiere abundar mucho en detalles de esta parte de la historia. No lo dice con esas palabras, pero es inevitable pensar que los defensores de la “Sagrada Familia”, también destruyeron hogares y vínculos parentales.
A Héctor le llevaría varios años volver a formar una nueva familia, con una mujer santiagueña muchísimo más joven que él, Nilda, y con quien tendría dos hijos más, hoy estudiantes universitarios y militantes. De tal palo tal astilla…
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, docente jubilado y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua. Agrupación Luis Barahona, Biblioteca de la Memoria Jaime De Nevares, Malargüe.