Abelardo Ramos y la Izquierda Nacional
Este texto, escrito por Jorge Abelardo Ramos apareció en el diario “La Opinión” que dirigía su amigo de juventud Jacobo Timerman, padre del malogrado Héctor Timerman, ministro de Relaciones Exteriores del segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y fue publicado al otro día de la muerte de Perón el 1 de julio de 1974.
Para Ramos terminaba una era en la historia argentina, en la que Perón retomó el legado de San Martín y los próceres que hicieron nuestra independencia . El virtuosismo del peronismo dio a la Argentina un período de desarrollo de los derechos sociales, alimentando un sindicalismo fuerte que sirvió a la clase trabajadora de escudo defensivo en el período de la diáspora peronista entre 1955 y 1973, año del retorno definitivo de Perón, quien no pudo ser candidato en primera instancia por una cláusula impuesta por el dictador Lanusse. De allí que primero ganara las elecciones Héctor Cámpora. Luego Perón fue electo el 23 de setiembre de 1973 con el 61% de los votos.
Vale recordar que en ese corto ciclo que gobernó el peronismo (1973-1976) desplegó no solo la política de derechos sociales y laborales sino que llevó adelante una decidida política de proteccionismo económico con la nacionalización de los depósitos bancarios y del comercio exterior, entre otras medidas destacadas.
Desde la presidencia de Cámpora desde el 25/5/73 con José Ber Gelbard como Ministro de Economía, verdadero impulsor de la defensa de la industria nacional en tan solo dos años, ya que al morir Perón, al poco tiempo es asediado por sus rivales políticos internos dentro del peronismo y externos a él y renuncia.
Es por eso que Ramos avizora la tragedia que sobrevendrá el 24 de marzo de 1976, (el golpe militar de Videla y Martinez de Hoz). Ya sin Perón el pueblo argentino queda sin un liderazgo reconocido para resistir a la oligarquía y al imperialismo en plena conspiración.
En el texto Ramos critica a los grupos guerrilleros por su carácter mesiánico, aislados de toda movilización popular, los que resultan con sus acciones armadas provocativas, funcionales al golpismo en ciernes. El débil gobierno de Isabel Perón, su esposa y sucesora, no aparece como heredero del legado de Perón. Es por eso que Ramos reivindica la ya histórica frase del discurso del líder del 12 de junio de 1974: “mi único heredero es el pueblo”. De este discurso dirán los historiadores que fue una suerte de despedida del líder ante la muchedumbre en la Plaza de Mayo.
Y así ha sido la historia hasta nuestros días. Este pueblo argentino es el que se siente hermanado a Latinoamérica y sabe dar una réplica contundente a la arcaica política subordinante de la estructura de poder oligárquico; y de las corporaciones mediáticas y financieras sostenidas por la influyente fuerza imperial anglo-norteamericana.
Prólogo del libro “Adiós al Coronel”
Fue un año terrible. Lo llamamos “el año de la peste”. Toda suerte de infortunios parecían abatirse sobre la patria. En 1974 murieron Jauretche (un 25 de mayo), Hernández Arregui y Alfredo Terzaga. El mismo año una banda- de las bandas de variado color que pululaban- secuestró y asesinó a nuestro querido compañero, el ingeniero Carlos Llerena Rosas.
Y el 1 de julio, al mediodía, una llamada del Ministro del Interior me invitaba a concurrir a la Quinta Presidencial de Olivos. Perón acababa de morir una hora antes.
Al regresar de la residencia, donde había saludado a una trémula Presidente Constitucional, abrumada por la inmensa responsabilidad caída sobre sus hombros, escribí “Adiós al Coronel”, que da título al volumen. Así, y sin proponérmelo, empezó a redactarse este libro, más bien dictado por la historia atroz que tan rápidamente nos envolvió a todos y a todos imprimió su sello.
Llovía sin cesar en esos días. Con las mudas lágrimas de la muchedumbre, Perón entraba en la memoria colectiva. Y como cerrando un ciclo previsto, parecía que con la desaparición del viejo caudillo una noche profunda se apoderaba del país, una noche total, sin otro matiz que el relampagueo incesante de la plaga terrorista. A partir del 1 de julio comenzaba de algún modo una pesadilla, que iría a extenderse a lo largo de estos ocho años interminables.
La fuerza motriz de la crisis reposaba en que la oligarquía había demostrado ser más fuerte que la burguesía y que todos los gobiernos populares, de Yrigoyen a Perón.
El siglo de Roca agonizaba. La hegemonía oligárquica tendía a destruir la industria nacional, debilitaba al estado defensivo y bajaba el nivel de vida de los trabajadores.
Pero también conducía a la desesperación y a la cólera de las clases medias. Una parte de ellas -las fuerzas armadas- se ponía al servicio de los financieros y terratenientes. Y otro sector de la pequeña burguesía, salida de las buenas familias, de la “gente decente”, de los Colegios religiosos o de los liceos militares, tanto como de la universidad liberal, brotada del riñón mismo del universo antiperonista de los barrios acomodados, adoptaba la denominación de “peronista”, aborrecida por sus padres. Luego, una fracción militante de esa misma clase sucumbió a una demencia social que facilitaría la caída de la Presidente Isabel. Sus jefes más notorios eran católicos de comunión diaria, proto-fascistas y archi-militaristas. Se convertirían en pocos meses en ambiguos “marxistas”, de sospechoso tinte y emplearán el atentado individual como método de la acción “militar”. Los nuevos vengadores asesinan a Generales como Aramburu o a dirigentes obreros legendarios, como Vandor, al que consideran “reformista”.
Revolucionarios del Barrio Norte, no logran esconder, sin embargo, su hostilidad profunda hacia Perón y hacia el peronismo real de la clase obrera en cuyo nombre simulan actuar.
El contraterror, con todos los recursos del Estado a su disposición, cierra el círculo infernal y prepara la sedición oligárquica del 24 de marzo de 1976. Invoca el caos terrorista y sume a la sociedad civil en el pánico. Al nacionalismo vacilante y contradictorio del último gobierno peronista, sucede una saga de tristeza y horror que destruye, en beneficio del imperialismo y la rosca oligárquica, toda la estructura del Estado erigida por el pueblo y otro Ejército en los cuarenta años anteriores.
Como sólo cabía esperar lo peor, el gobierno militar lleva al país al filo de una guerra con Chile. Y cuando menos lo hacía pensar, en un giro espectacular de la historia, se ocupan las Malvinas y libramos una guerra contra el imperialismo mundial.
Pero el alto mando capitula en Puerto Argentino. Luego, quienes fueron a luchar o morir merecen culpa, ludibrio o castigo de los grandes jefes. Y bien, desde 1974 a 1982, hasta ayer, escribí sobre cada uno de los episodios decisivos.
Vuelvo a leer en pruebas estas páginas. Compruebo sin orgullo que bajo los años de la innoble dictadura supimos luchar con honor. Tampoco nos dejamos influir en momento alguno por la “opinión pública” de la supuesta “oposición” al gobierno, fuera de “izquierdistas” o de “derechistas”, manipulada en su mayor parte por intereses ajenos. En cada una de estas páginas me propuse examinar la política y la sociedad argentina como un hispanoamericano. Los textos que van a leerse fueron escritos bajo la convicción de que solo el empleo del socialismo criollo como método de análisis podía ayudarme a ver con ojos claros la patria vieja. Tal es la sustancia del libro.
Sostengo aquí que muerto Perón, un “comicio puro” sin Revolución Nacional o que no se proponga hacerla, será una farsa. La partidocracia de hoy se precipita alborozada hacia ese comicio para dejar a la Argentina crucificada en el “statu quo”.
Por todo lo dicho atribuyo importancia cardinal al estudio de la guerra de las Malvinas.
Es cierto que toda la “cipayerìa ilustrada” pretende enterrarla para siempre, como si se hubiera tratado de una especie de locura. A mi juicio fue el comienzo glorioso de un largo viaje, erizado de peligros y promesas, hacia un nuevo Ayacucho.
Jorge Abelardo Ramos
24 de setiembre de 1982
¿Por qué el “Coronel” y no el “General”?
En la Argentina los derechos laborales fueron conquistados en varios hitos. Si bien los socialistas, pero más los anarquistas, marcaron el camino de las luchas obreras a principios del siglo XX. Pero fue Perón, primero siendo Subsecretario de Trabajo en el gobierno surgido del Golpe de Estado del 4 de junio de 1943. Quien tenía el grado de Coronel, esta referencia es invocada por Ramos en el momento de homenajear a Perón después de su muerte el 1/7/74.
Aquel golpe dado por el sector nacionalista del ejército contra la posibilidad de elección del terrateniente salteño Robustiano Patrón Costas, por medio del fraude aplicado por los “consevadores” en la tristemente célebre ” década infame” (1930-1943). Además por rechazar la posibilidad de ingreso de la Argentina en la segunda guerra mundial del lado de los “aliados”, según la intención de los gobiernos oligárquicos anteriores y la presión de EEUU e Inglaterra.
Perón apoyó desde su humilde puesto, cuanto conflicto y huelga hubo, fallando a favor de los trabajadores. Esto popularizó su figura, ganando gran cantidad de adeptos y seguidores. Luego vendrán su destitución, el rescate por parte del pueblo en aquel memorable 17 de octubre de 1945, después serán los años del peronismo, un proyecto político en el que el pueblo encontró su pertenencia por la defensa de sus derechos en un marco de soberanía nacional.
Cuando pide el retiro como Coronel, automáticamente pasa al grado de General. Pero “la fusiladora” lo degrada. Será recién en cercanías de convertirse en Presidente por tercera vez, y junto con la devolución de los restos de Evita, que le es restituída su condición de máxima autoridad en la carrera militar.
Alfredo Caferatta
Docente jubilado. Integrante de Carta Abierta. Militante social y político.