Capusotto tiene entre sus personajes a Solari, el insoportable para el cual todo lo extranjero es mejor. Bueno, no de cualquier extranjería: Solari es el canchero típico que dice que todo es grandioso en el capitalismo avanzado. En Estados Unidos, en Francia, en Alemania o Inglaterra. Nunca en Camerún, en Ghana, en Haití o en Jamaica. Nosotros sólo nos comparamos con los grandes, así logramos perder seguro. Y Solari lleva ese apellido porque se queda solo: es el plomazo que te dice que si te compraste un auto, en España te comprás uno mejor por la mitad de dinero; si comprás una computadora, es atrasada respecto de las que conseguís en Florida o California. Y así siguiendo.
Pero no tan solos se quedan estos personajes, abundan los que piensan así. Y no es que lo que dicen sea simplemente falso: sólo que es parcial, incompleto. Es verdad que la tecnología y los artefactos siempre han sido caros en Argentina: también lo es que aquí llegan los avances tecnológicos -excepto los que podemos producir nosotros- demasiado tarde, si comparamos, por ejemplo, con México, que comparte frontera con la potencia del Norte. Pero no sabemos, o no recordamos, que las viviendas en Argentina son mucho menos caras que en Estados Unidos o Europa, incluso en términos relativos (por supuesto, para el sector social que puede comprarlas, que no es mayoritario).
Quien nunca vivió fuera del país, idealiza ingenuamente lo que es estar en Europa. Lo que implica soportar el racismo al ser “latinos”, si estamos en Suiza, Alemania o Suecia. Que nos echen de los parques porque no se puede en ellos jugar a la pelota, que no se pueda allí comer aunque sea con mantelito, no digamos si se nos ocurriera tomar mate -fuera de pandemia, claro-. Que a las 22,00 h de la noche de Navidad nos caiga la policía, porque un vecino exige que no se haga ruido: y que con cinco visitas policiales vayamos a ser deportados, casi en un símil de las tarjetas amarillas y rojas del fútbol. Que prefiramos caminar no por gusto sino porque el transporte público es carísimo, incluso para una familia tipo que allí viva. Que a nadie -salvo una elite mínima- se le puede ocurrir tener apoyo con el trabajo doméstico, porque este es impagable.
Por supuesto que aquí muchos “abaratan” ese trabajo doméstico de otr@s, generalmente mujeres, no pagando la inscripción formal más la salud y jubilación, como la ley viene exigiendo desde tiempos del kirchnerismo. La “avivada” criolla, ya es otro tema. Muy lamentable, sin duda. Que tiene como contrapartida, que el cumplimiento de normas por germánicos y nórdicos, se corresponda con un estilo de comunicación y humor con el que nada tenemos que ver, que es tan legítimo como el nuestro, pero que a nosotros nos aburre y nos lanza a la soledad y el abatimiento.
Ellos viven mejor que nosotros en muchas cosas, peor en otras. Y tienen mentalidades diferentes de las nuestras, como es obvio. Lo cierto es que los pensadores de Nuestramérica, ya a fines del siglo XIX y comienzos del XX, se enfilaron en denunciar la “nordomanía”: la admiración boba por el Norte, y la pérdida del arraigo y el gusto por nuestra región y nuestro país, por las posibilidades que nos son propias, sin estar comparándolas con otras que sean más, o que sean menos aventajadas.
El gran pensador y revolucionario cubano José Martí, el uruguayo y espiritualista Rodó, el dominicano Henríquez Ureña, los argentinos José Ingenieros, Alejandro Korn o Alberini, y por qué no el joven Jorge Luis Borges, creyeron en las virtudes redentoras de aquella juventud latinoamericana, y en la posibilidad de asentarnos sobre nuestro propio suelo y nuestras posibilidades éticas. Creyeron que somos fundadores y portadores de valores propios, y que no debemos vivir imitando ejemplos ajenos, sino sustentando nuestra singular manera de instalarnos en el mundo.
Ojalá así lo entendiéramos. Como lo entienden aquellos europeos que se vienen a vivir a Nuestramérica para acabar con el tedio del Norte, con la repetición incesante de una historia que allá, parece acabada. Aquí, todavía pasan cosas. Estamos aún en tiempo de promover aperturas y acontecimientos. Ciertamente: y aunque no todos se den por enterados.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.