Es tema del cual nos cuesta hablar. Las discapacidades se ligan al dolor, a la posibilidad de que algún día nos toquen a nosotros, o a alguna persona familiar o cercana. Sobre todo, por el imaginario de la completud que nos alberga: seríamos los “normales”, mientras a ellos algo les falta.
Es cierto. Les falta algo más que a los llamados “normales”. Pero a todos nos faltan cosas. El ser hablante, el ser humano, es ser-en-falta. Si sos tímido te falta audacia, si sos audaz te falta aprensión, si sos rico te falta saber qué es ser pobre, y a la inversa.
Completos, no los hay en lo humano. En el presente nos falta el pasado y el mañana. En el rojo nos falta el azul, y en el estar en Mendoza nos faltan Córdoba, San Luis y todo el resto del mundo. A todos nos falta. Si sabemos unas cosas, no sabemos otras. Si tenemos algunas, otras no tenemos.
De modo que la discapacidad añade una falta, pero no pone a quienes la viven en un lugar de “definirse por la carencia”, pues en eso nos definimos todos. No necesitan nuestra lástima: son sujetos, seres deseantes, cuerpos que reclaman y laten. Que casi siempre pueden estudiar, viajar, trabajar, hacer deportes, tener sexualidad.
Ha sido su día el 3 de diciembre. Y han renovado sus reclamos: de plena aplicación de la Ley de Educación Nacional (año 2006) para que se los incluya -salvo imposibilidad definida- en las aulas de las escuelas a que van los demás niños y jóvenes. De acceso a trabajo: se necesita ampliar el número exigible a las empresas -se calcula un 15% de personas con discapacidad en la población mundial- y para que se cumplan las leyes ya en vigencia. Trabajar dignifica sus vidas y otorga una autonomía que reclaman con toda legitimidad, pues no quieren vivir tutelados por otras personas, o por el personal de salud (aún si este lo hace con la mejor voluntad).
En diciembre se cerró un Congreso Internacional de Discapacidad, Género y Ciudadanía organizado desde Santiago del Estero. Realizado de manera virtual, ha congregado a más de 10.000 participantes, dentro de una apuesta por la ciudadanización plena, y el llamado a un claro reconocimiento de derechos. Además de agregarse los de las mujeres -cuando acaba de reglamentarse la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo-, los de las personas con discapacidad son puestos en el centro: que se les cubran los gastos de salud, que puedan ejercer su sexualidad y sus afectos, que puedan realizar las actividades físicas que les sean factibles, que puedan pasear y tener recreación, que edificios y espacios públicos contemplen las condiciones para su transporte y manejo en áreas urbanas.
Allí las universidades nacionales de Santiago del Estero y Tierra del fuego han participado: el Congreso logró apoyo de diversas instituciones provinciales y municipales. Figuras como Zaidel Jacobo (especialista de la UNAM, en México), Tristán Bauer (Ministro de Cultura de la Nación), Viviana Páez (directora de Educación Especial en Tucumán), las muy conocidas Dora Barrancos y Adriana Puiggrós entre muchísim@s otr@s, han enriquecido las reflexiones del Congreso, exhibiendo su importancia temática y su nivel de conceptualización.
Pero sobre todo, está allí el hálito de la vida de las personas con discapacidad. De sus sufrimientos y tristezas, sus gozos y sus logros. De su necesidad de ser felices. Porque son hijos, son hermanos, muchas veces padres, que viven y aman, y tienen derecho a mejores condiciones que les ayuden a ser. Porque carecen de algunas herramientas importantes. Porque igual se ilusionan, pelean, hacen su vida en los bordes del logro y los fracasos. Un acceso al logro que es tan difícil, tan lejano. Pero que buscarlo es tan humano, sin embargo. Tan de ser como ellos son, tan de ser como también nosotros, tan de ser carentes como -reflejados en ellos- todos somos.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.


