La figura de Sor Juana aparece recortada nítidamente en el firmamento de lo que conocimos como “la liberación femenina”. Ella fue una precursora, en muchos sentidos. Salir de ese laberinto en el que solemos deambular, hecho por la cultura y la formación familiar, que trasunta época y singularidades, con todos los padecimientos.
La liberación entonces quizás sea esa capacidad para escapar del corset del deber ser, de lo impuesto, abriéndonos a nuevas realidades. No temer al ensayo, prueba error, para encontrarnos con ese ser que sea -almodovarianamente- lo más parecido a lo que soñamos ser. El contexto, sin embargo, casi siempre define.
Cuando se trata de las grandes personalidades de la historia, intuímos lo que luego opera como confirmación: rompieron el molde. Pudieron, a su manera y con las limitaciones de cada caso, transponer esas normativas, lo modélico, para al menos ponerlo en duda. Muchas otras veces, para superarlo como un escollo salvable.
“En 1981 rompe una vez más el círculo de limitaciones, erigiéndose nuevamente en una figura precursora. Insatisfecha por el sesgo que le imprimían los directores a sus libros, decide filmar sus propios guiones. Tras pasar por el Actor’s Studio y la enseñanza de Lee Strasberg, se atreve a dirigir su ópera prima. El resultado se llamó Momentos (1981) que, junto con los dos largometrajes anteriores confiados a manos ajenas, conforman una pintura de mujeres de clase media y alta con una existencia “que no eligieron, la heredaron”, al decir de una de sus protagonistas. El eje temático es que estas vidas solo en apariencia son armoniosas. Un suceso, un sentimiento, una infidelidad, las empuja a la transgresión y al replanteo de su ser en el mundo.
“En sus siguientes filmes, María Luisa va a universalizar el ansia de autonomía de sus protagonistas, llevándolas a enfrentarse con los poderes constituidos: familia, Estado, Iglesia. En Señora de nadie (1982), en los trágicos amores de Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez durante los tiempos rosistas (Camila, 1984), en la insensibilidad histórica de la aristocracia terrateniente de los años ’30 y ’40 (Miss Mary, 1986), la máxima protagonista es la crítica indómita a la sociedad patriarcal.
“En lo formal, Bemberg fue imponiendo una estética propia, la “mirada de mujer” con la que había soñado. La crítica reconoce sus méritos: Momentos es premiada en Cartagena y Chicago; Señora de nadie en los festivales de Taormina y Panamá; Camila fue candidata al Oscar de la Academia de Hollywood; Miss Mary recibe los lauros de los festivales Tokio y Venecia. En este último participó también como jurado, así como en los de Chicago, Berlín y Cartagena”.
“Yo la peor de todas”, de María Luisa Bemberg
Película argentina de 1990, dirigida por María Luisa Bemberg y protagonizada por Assumpta Serna, Dominique Sanda, Hector Alterio, Lautaro Murua, Graciela Araujo, Alberto Segado, Gerardo Romano, Franklin Caicedo y Hugo Soto. Se estrenó el 9 de agosto de 1990. Inspirada en el ensayo Sor Juana o las trampas de la fe, de Octavio Paz, esta historia narra los últimos años de la célebre Juana Inés de la Cruz, conocida en México como la Décima Musa, que se encierra a los veinte años en un convento para poder estudiar. En esa época, el Virreinato de la Nueva España está fuertemente custodiado por la Corona de España y por la Iglesia católica, dos poderes muchas veces enfrentados. Toda la vida de sor Juana está marcada por esas dos fuerzas. Los virreyes la protegen. La Iglesia desaprueba a una monja que no solo enseña canto a sus alumnas, sino que también se dedica a la gastronomía, la poesía, el drama, la filosofía y la teología. Tampoco ve con buenos ojos los apasionados sonetos dirigidos a la virreina, la dulce marquesa de La Laguna, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga. Sor Juana paga muy caro su fervor poético y más aún su atrevimiento teológico. Al regresar a España los virreyes, queda sola frente a su confesor, Calificador de la Inquisición, el padre Antonio Núñez de Miranda y frente al arzobispo de México: Su Ilustrísima don Francisco de Aguiar y Seijas, un misógino fanático que hace levantar las baldosas del arzobispado si ahí hubiera pisado una mujer. También el obispo de Puebla, monseñor Manuel Fernández de Santa Cruz, quien le tiende una trampa, en la que sor Juana cae con la ingenuidad de los inocentes. El cerco se va cerrando sobre ella. Finalmente, termina renegando de sus voces, de su inmensa fuerza creadora, de su talento.
(Biografía de Leonor Calvera)