Ya enamorado de los trucos con cartas o cartomagia, a los 9 años tuvo que enseñarle a la mano que se salvó de aquel accidente que lo dejó manco, todos los secretos para ser un hombre nuevo. Nació, como nos pasa a todos, en varias oportunidades. La más importante fue aquella en la que descubrió que un escollo no tiene porqué hacer imposible la continuidad de todos sus sueños.
Lejos de amilanarse en la queja, hizo de necesidad virtud. Para ello debió poner la mesa… con una sola mano. Disfrutó el banquete de la vida que vendría con las noticias de tres matrimonios y cuatro hijos, cientos de viajes y sonreír ante la evidencia que le corroboraba la importancia de la perseverancia. Imposible extender una charla de autoayuda a una persona que se superó a si mismo y con creces.
Lo demás es público, el asombro que provocan aún hoy sus destrezas con una sola mano, aunque ahora sea a través de momentos que quedaron cristalizados en imágenes inolvidables. Porque una tarde cualquiera lo vi en la tele y me sedujo hasta el deseo de volver a verlo, una y otra vez, haciendo cada uno de sus trucos. Gracias querido René, por tu celebración de la inteligencia y de la elegancia.
“Quería ser mago, pero perdió la mano en un accidente en la infancia. Ulises Rodríguez lo entrevistó en exclusiva para Orsai. A cuatro años de su muerte, compartimos una charla deliciosa.
“Buenos Aires, invierno de 1935. Mientras en el mercado, en los cafetines y en cada rincón de la ciudad los porteños no terminan de llorar la muerte de Carlos Gardel, un mago de origen chino, pálido y silencioso, deslumbra a chicos y grandes en el teatro Avenida con prodigiosos pases de magia. El mago se llama Chang. Todos los magos chinos se llaman Chang. Y todos llevan kimono. Este, en particular, lleva un kimono de seda natural con dragones bordados a mano. Marketing étnico. Cada noche la gente lo aplaude a rabiar, porque Chang es capaz de hacer que las cosas aparezcan y desaparezcan en cuestión de segundos, como si las tragara la cuarta pared del tablado.
“Ver para creer, pero todo el mundo se deja llevar. Cuanto más grande la ilusión, mayor la fe del iluso.
“Entre los ilusos que pagaron la entrada para ver al genial Chang hay un pibe en la platea que no quita los ojos del mago, atento a cada gesto, a cada movimiento de sus manos. El pibe se llama Héctor René Lavandera, y a partir de este instante solo le importará una cosa en el mundo: que el mago Chang lo haga más lento, para que él sea capaz de ver el truco. «Más lento, Chang; más lento», repite el niño. «¿O no se puede hacer más lento?».
“Ver para creer, pero todo el mundo se deja llevar. Cuanto más grande la ilusión, mayor la fe del iluso.
“Desde ese día extraordinario, una sola idea obstinada lo perseguirá para siempre: llegar a ser, alguna vez, como el gran Chang. Convertirse en Chang, sin kimono. Mira a su padre Antonio remendar zapatos y se pregunta por qué su padre no será Chang. Un amigo de la familia le enseña un truco simple: esconder una carta, que la carta parezca perdida y después, cuando todos hayan comprado el boleto, sacar la carta de un bolsillo, como si nada. Magia.
“Ahora el pibe lleva un mazo de naipes a todas partes y practica el truco; lo hace en los recreos o escondido en el baño, para que nadie descubra el artificio. El truco del pañuelo, sale. El de la moneda, también. No será Chang, pero René empieza a sentirse un mago.
“Tandil, invierno de 2010
“René Lavand habla pausado y cada tanto clava los ojos en el interlocutor, como una lechuza. De a ratos mira el fuego del hogar en su cabaña tandilense, a la que un cartel de troncos identifica en la entrada como «La Strega» —las brujas, en italiano— en honor a la obra del violinista genovés Niccolò Paganini, un virtuoso con síndrome de Marfán: sus manos medían cuarenta y cinco centímetros. Se llegó a decir que Paganini había hecho un pacto con el diablo por su asombrosa técnica y sus adelantos musicales.
“Otro cartel escrito en cursiva y pintado en madera, al costado de la cabaña, cita a Hamlet: «¡Oh Dios! Podría encerrarme en una cáscara de nuez y considerarme Rey del espacio infinito».
“René bebe en pequeños sorbos una copa de vino y se moja los labios con la lengua, un gesto que repite de vez en cuando, aunque no esté tomando nada.
“Con tres cartas rojas y tres negras, Lavand puede hacer un show de media hora. Alterna las barajas, una arriba de otra, de manera que se mezclen bien. Muy bien. Pero al final siempre aparecen las negras con las negras y las rojas con las rojas. ¿Cómo lo hace?
“En un rincón, junto a un ventanal, se planta «Milagro verde». Tal el nombre de su laboratorio. Sencillo pero elegante. Un escritorio de roble con un paño verde, una lámpara, una máquina de escribir, un cortapapeles y las barajas. De un perchero cuelgan sombreros. Muchos sombreros. De ala ancha, de vaquero; sombreros panamá, de gaucho. Y en un paragüero, a la vista, asoma su colección de bastones. Bastones de madera, empuñados en bronce y tallados a mano.
“Sombrero, bastón, corbatín, anillo de sultán, botas lustrosas, saco a medida, un Audi en la cochera, perfume importado… Con una ronda semejante cualquiera de nosotros estaría servido. ¿Qué más se puede pedir? Tal vez algo más: vender ilusiones.
“Con tres cartas rojas y tres negras, Lavand puede hacer un show de media hora. Alterna las barajas, una arriba de otra, de manera que se mezclen bien. Muy bien. Pero al final siempre aparecen las negras con las negras y las rojas con las rojas. ¿Cómo lo hace?
“Para que no queden dudas repite el truco, más lento. Pensamos en el mago Chang. Enfocamos el mazo. Pero es imposible adivinar el secreto. Entonces lo hace otra vez, ahora en cámara lenta.
“-No se puede hacer más lento- dice, mientras vuelve a dar vuelta las barajas. Las negras con las negras, las rojas con las rojas.
“Al final no es como Chang. Tampoco como el resto de los ilusionistas, que trabajan rápido para despistar. Lavand lo hace lento. Y vuelve a repetir el truco, con una sola mano, hasta que no se pueda hacer más lento.
“¿Pero cómo lo hace?
“-Cuando empieza el espectáculo noto muchas caras que buscan la manera de descubrir el truco. Pero a medida que va transcurriendo el show el público se deja llevar, se relaja y disfruta. Diría que se deja engañar, porque la gente está ávida de ilusiones.
“René mira la botella de vino, la levanta y la observa a trasluz, para calcular si alcanza a llenar dos copas. «Me parece que vamos a tener que sacrificar otra», dice. Y se ríe con una carcajada malvada de dibujitos animados.
“Coronel Suárez, verano de 1937
“La vida porteña de los Lavandera quedó atrás. Ahora el niño juega al carnaval en la puerta de la nueva casa, mientras Sara, su mamá, lo relojea por la ventana. Todo es risas y baldazos de agua hasta que se escucha una frenada, un grito y enseguida el llanto desesperado del chico que interrumpe la siesta del pueblo. Una vecina con los ojos saltados de horror le avisa a Sara que René cruzó la calle y lo atropelló un coche.
“Lo llevan al hospital, que está cerca. El auto le pisó el antebrazo derecho. Se lo reventó. «Hay que amputar cuanto antes para evitar la gangrena», dice el médico del pueblo, el doctor Patané, y no duda un segundo. Actúa rápido. Corta la parte más afectada por el accidente. La mano con la que René hace esos trucos que tanto les gustan a sus tías y a la gente del barrio. La mano que mejor baraja.
“Héctor René Lavandera tiene nueve años. El niño todavía no lo sabe, pero para convertirse en un artista, a su apellido también le espera una mutilación. Un corte glacial en la última sílaba. Justo ahí, en el pasado del verbo ser.
“-Después de esto un amigo de mi padre me dijo: «René, vas a poder llevar un balde el resto de tu vida. Dos baldes, jamás». Y yo pensé que si ponía mi cerebro en la baraja y el corazón en los públicos del mundo, iba a poder pagarle a otro para que me llevara los dos baldes a mí.
“Aquello que para la familia fue una desgracia, para René se volvió el motor que le permitió desarrollar su arte. Un arte propio, hecho con barajas y objetos pequeños. Ilusiones en miniatura. Ilusiones hechas con cosas que caben en una mesa.
“Tandil, invierno de 2010
“Aparece en la sala una mujer rubia de camisa blanca y pantalones negros. La mujer trae dos cafés en una bandeja.
“-Le presento a Nora, mi compañera. La labradora de mi alma- dice y ella saluda con un beso.
“-Hola, un gusto. No te olvides que a las diez nos encontramos para cenar en el hotel, y acordate de pasar por la farmacia a retirar los remedios.
“Nora es rubia, agradable, veinte años menor que Lavand y la tercera mujer en la vida del prestidigitador. Antes estuvo casado con Sara, con la que tuvo dos hijas: Graciela y Julia; y luego formó pareja con Norma, de la que nacieron sus otros dos hijos: Lauro y Lorena.
“René conquistó a Nora con un truco de navajas. De una navaja grande hacía que aparecieran otras más pequeñas en la mano de ella y luego otras más pequeñas aún. Cuando logró el amor de Nora, nunca más volvió a hacer ese truco. Dice que en la guerra del amor cada uno se defiende con las armas que tiene, y como el perfil griego no es su fuerte ha tenido que apelar a otros artilugios.
“-Llevo cincuenta años de casado, solo que en tres etapas y con algunos meses de descuento. Cada divorcio fue morir un poco.
“En una mesa de madera con vidrio encima hay fotos de Lavand y Nora con las pirámides de Egipto de fondo, otra con castillos españoles detrás, una al lado de Atahualpa Yupanqui, otra abrazado con el Polaco Goyeneche y una en la que se ve a René mezclando cartas y a David Copperfield mirando con asombro al ilusionista argentino.
“Es confesa la admiración del mago más famoso del mundo por Lavand. El día de la foto, Copperfield se presentó en Lausanne, Suiza, una noche que René actuaba en un hotel, y le dijo que había viajado hasta ese lugar solo para verlo.
“-Me hizo sentir muy halagado, por más que Copperfield no tenga nada que ver con lo que yo hago. La diferencia es abismal. Él viaja con cinco toneladas de equipaje y yo con cincuenta gramos, lo que pesa una baraja; él viaja con miles y miles de dólares en materiales y yo con cinco dólares, que es lo que cuesta una caja de cartas.
“(continuará)
“Revistaorsai.com
“Ulises Rodríguez
“2019”.
Aquellos vientos trajeron estas tempestades