Mantener la ilusión… con una sola mano, así se base en el manejo de un naipe de cartas. Pero es necesario que haya una gran personalidad que cuente pequeñas historias, perfectamente hilvanadas, con remate disímil. Mejor dicho, hago mi análisis con “el diario del lunes”, acerca de este señor manco que creó un personaje insoslayable para la historia de la televisión y entró en el recuerdo.
Convocado para hacer su show desde distintos puntos del planeta, tenía el don de hipnotizar a sus audiencias por el manejo cuidadoso del lenguaje, la elegancia, el “don de gentes”. Siempre se advertía la cosa canyengue en su discurso y la media sonrisa, que delataban al bonaerense que se echó al mar a vivir de trucos de cartomagia hechos… ¡con una sola mano! Una verdadera proeza.
Verlo aún hoy es un bálsamo para la imaginación y el entendimiento de todo lo que debe ponerse para que el desempeño frente al público y a una cámara de televisión sean positivos. Nadie que lo haya visto puede olvidarlo ya que cualquiera de sus pases generados desde la destreza de esa sola mano, iba acompañado por la historia que elegía para sumergirnos en un mundo sin igual.
(viene de la edición anterior)
“Tandil, otoño de 1950
“René mezcla las barajas en el comedor de su casa. Cada vez que las apila parece que ronroneara un gato. Su madre teje en un sillón y bufa. Él sigue como si tal cosa, hasta que ella no aguanta más, deja las agujas y la lana a un costado y le dice algo que viene pensando desde hace meses.
“—Hijo… eso de la barajita está muy lindo, pero hay que ir pensando en hacer algo en esta vida.
“Para no contradecirla, René entra como cadete al Banco Nación de Tandil, ciudad a la que se mudaron los Lavandera en 1943. Nada le impide contar fajos de billetes con una mano ni escribir a máquina tan rápido como el resto de sus compañeros.
“En su casa el padre lo mira, con una mezcla de lástima y frustración, al verlo devorar cada noche el libro Secretos de Cartomagia, escrito por Joan Bernat y Esteban Fábregas.
“—En sus ojos podía leer sus palabras: «Pobre hijo mío». Él sabía, tanto como yo, que ese libro estaba escrito para hombres con dos manos. Pero lo que él no sabía era de lo que yo iba a ser capaz.
“René se convence a sí mismo de que una sola mano no le impedirá convertirse en el mejor. Aunque no existan libros ni maestros que enseñen ilusionismo para mancos.
“—La única misión del artista es convencer al mundo de la verdad de su mentira, si no fijáte cómo mienten los poetas. ¡Qué mentirosos que son, pero que bien mienten!
“En un cajón de su escritorio, en el Banco Nación, René guarda un mazo de cartas. Cuando no quedan clientes, varios compañeros se reúnen a su alrededor para admirar su arte. Aquellos son los primeros aplausos, entre formularios, legajos y libretas de ahorro.
“El debut en público tiene lugar en el Hotel Continental de Tandil. Un espectáculo de stand up para unas cincuenta personas, conocidos del trabajo y del club de esgrima, deporte que René practica. Desde ese momento, la insistencia de sus amigos para que se presente en Buenos Aires se hace constante. La primera puerta porteña se le abre con El Show de Pinocho, el programa de Juan Carlos Mareco. Un productor ve el show y lo contrata para que haga un número en el teatro Tabarís. Y de allí, sin escalas, pasa al Teatro Nacional, con espectáculo propio.
“—Y gracias a aquellos vientos llegamos a estas tempestades —dice René, citando una de las tantas frases con las que se apoya en sus shows.
“No suele leer libros, pero sabe cómo contar historias. Dice que las historias sirven para añadirle a sus shows la belleza del asombro. Admira a Jorge Luis Borges, pero no tuvo oportunidad de conocerlo. Sin embargo sueña siempre con él. Y en todos los sueños sucede lo mismo. Están frente a frente, pero René no atina a decir nada.
“—Solo me quedo duro, escuchándolo. Y eso es todo.
“Otro de los sueños recurrentes del ilusionista es el reencuentro con su mano ausente. Condenado a vivir en una mazmorra, sueña que la puerta de su prisión solo puede abrirse con su mano derecha: la perdida. Maldice a Dios y pide a los gritos que lo dejen salir. Siente los años de encierro. Transpira. De imprevisto la puerta se abre y sale llorando de alegría. Se alivia por un momento, pero vuelve a paralizarse cuando ve que del picaporte cuelga su mano derecha. De los recuerdos del pasado, ella, la mano inexistente, aparece para rescatarlo.
“—Son los públicos del mundo los que tienen la llave; son ellos los que han abierto mi mazmorra para siempre.
“Las Vegas, Cali; década del sesenta
“En el bolsillo derecho de su saco guarda la manga de la mano ausente. Da la sensación de que allí esconde su secreto mejor guardado. De que en cualquier momento estirará el brazo y sacará algo que asombrará y hará que todos se pongan de pie y suenen los aplausos. Aplausos que ha conquistado en los cinco continentes. Aplausos y billetes que ganó en 1963, cuando una gira por toda América lo lleva sin escalas a Las Vegas.
“El rumor de que un mago manco ha llegado al casino del mundo corre rápido por la ciudad, y lo van a buscar los productores del show de Ed Sullivan. Piensan que tienen un nuevo freak para la audiencia americana. Qué justo. Ese día René juega sus mejores trucos y deja con la boca abierta a cincuenta millones de espectadores.
“—Nunca olvidaré la cara de Sullivan y el asombro de quienes nos rodeaban. Un norteamericano llevando a la televisión a un prestidigitador manco… Era como presentar a un bailarín rengo.
“La segunda hazaña ocurre en 1994. René viaja a Colombia para un show, una actuación para cuarenta personas en un hotel cinco estrellas con un caché desmedido. No sabe quién lo contrató. No le importa. Pero al llegar le cuentan que la fiesta está organizada por el narco Rodríguez Orejuela, mejor conocido como «El ajedrecista», uno de los capos del cartel de Cali.
“El rumor de que un mago manco ha llegado al casino del mundo corre rápido por la ciudad, y lo van a buscar los productores del show de Ed Sullivan. Piensan que tienen un nuevo freak para la audiencia americana. Qué justo. Ese día René juega sus mejores trucos y deja con la boca abierta a cincuenta millones de espectadores.
“Entre platos de cocaína, mujeres platinadas y tipos trajeados con empuñaduras de pistolas en la cintura, René tiene que captar la atención de los invitados. Junto a él se presentan un cómico y una vedette. El cómico tiembla de miedo y no hace reír a nadie. La vedette no llega a actuar. Lavand se maneja como si conociera el ambiente. Está en el baile y le toca bailar. Le ofrecen cocaína de la más pura, pero en vez de aspirar, sopla. No es un buen comienzo.
“Decide entonces subir la apuesta y arranca el show con una de sus mejores historias. Una historia de sangre, heroísmo y lealtad.
“—Había terminado la guerra. La patrulla en retirada. Un soldado solicita permiso al capitán para volver al campo de batalla en busca de un amigo. Pero se lo niegan. «Es inútil que vayas, está muerto», le dice el capitán. El soldado desobedece la orden y vuelve al campo de batalla por su amigo. Regresa con él en brazos. Muerto. «Te lo dije, era inútil que fueras», lo retó el capitán. «No mi capitán, no fue inútil. Cuando llegué aún estaba con vida, me miró a los ojos y me dijo: sabía que ibas a venir.»
“Con ese relato consigue la atención de todos, y los trucos se suceden con aplausos de anillos de oro. El mismo Rodríguez Orejuela se acerca para felicitarlo. Nunca sabrá si fue cierto, pero el ilusionista alcanza a escuchar que el festejo tenía una razón: en esos días, los narcos habían matado a siete agentes de la DEA.
“Tandil, invierno de 2010
“Son muchos los que se acercan hasta la cabaña de Tandil para aprender sus secretos. Él los tantea con preguntas, los estudia con paciencia. Ser alumno de Lavand cuesta miles de dólares. Y enseñar, para él, es cosa seria. Implica poner al descubierto técnicas que le llevaron años modificar y adaptar para su mano izquierda. Unos pocos privilegiados logran ser sus discípulos. René dice que no está dispuesto a perder el tiempo, y que enseñar no se trata de ganar dinero.
“—Para ganar dinero prefiero dar un show de una hora, que se cobra mucho mejor.
“Suena el teléfono.
“—Hable… Sí, él habla… Mañana estaré allí, no se preocupe… Hasta luego.
“Un inalámbrico en altavoz para oídos con audífonos.
“—Llegué la semana pasada de Portugal; estuve allí catorce días para grabar ocho horas de DVD. Para la posteridad, como dicen. No alcanzo a bajarme del avión que me llama un porteño para un show de treinta personas. Me hablaba confianzudo, como si me conociera de toda la vida. Así que le pedí el doble de lo que cobro para que me dijera que no. ¿Podés creer que me dijo que sí? Entonces redoblé la apuesta y le exigí el dinero depositado en mi cuenta al día siguiente. Y me lo depositó. Al dinero ya me lo gasté, así que mañana voy a trabajar al pedo.
“En Tandil la gente dice que René Lavand vive en un vagón de tren. Los turistas preguntan dónde queda la casa del mago y todos saben explicar el camino. Pero el vagón no es más que un gusto, un capricho: un furgón antiguo de ferrocarril para alojar visitas o tirarse a dormir la siesta. Otros comentan que tiene prohibida la entrada a los casinos.
“—Todas habladurías. Me han llegado a preguntar si estuve preso y si me falta una mano porque me pegaron un tiro por tahúr. ¡Se dicen tantas macanas!
“René se calza una campera de cuero marrón y elige un sombrero de ala ancha del mismo color. En un papel tiene anotado: farmacia, tintorería. Luego se juntará a cenar con Nora. El Audi —gris, largo y brilloso— está en una cochera, a treinta metros de la cabaña.
“En el viaje hacia el centro de Tandil demuestra su habilidad para conducir. Mete los cambios con la misma mano que toma el volante. En un segundo la cruza de lado y pasa a tercera como si nada. Debe ser otro de sus trucos. A diferencia de sus shows, mientras maneja no cuenta historias, pero aprovecha para putear. «Me cago en la mierda», dice, por ejemplo, cuando no puede esquivar un pozo. Acentúa la puteada para que mejore el efecto. Y en ese instante se parece al Turco, el rufián que interpretó en la película Un oso rojo y por la que fue nominado a los premios Cóndor como actor revelación.
“Hace rato que Lavand piensa en el retiro, «pero soy como Mirtha Legrand», dice y vuelve a largar la carcajada.
“A los ochenta y tres años lo fastidia la artrosis, un poco.
“—Algún día voy a tener que aceptar que no me van a renovar el carné y tendré que dejarme conducir, pero de salud ando bien. Tengo el deterioro propio de la edad. El otro día se murió un amigo de un infarto, médico él. La última vez que lo vi, me dijo: cambio artrosis por coronarias.
“El miedo de René es dejar de ir a España, donde tiene cantidad de amigos que visita cada dos meses. Su debilidad es Andalucía.
“—Allí no me sirven, me atienden.
“Cierra los ojos y recuerda los Jardines de Murillo, el barrio Santa Cruz —treinta mil metros cubiertos de cultura árabe—, los alcázares de Sevilla, la Giralda, los carros a caballo con sus cascos sonoros repiqueteando en el eco de la ciudad milenaria y, sobre todo, el paisaje humano: el paisaje andaluz.
“—Es difícil dejar una vida tan millonaria, y no me estoy refiriendo al dinero. Sé que tengo que retirarme plantado con siete y medio, y no que el público me plante con cinco. Pero no sé cuándo voy a dejar de marcar siete y medio. Eso es lo que no sé.
“Revistaorsai.com
“Ulises Rodríguez
“2019”.
El show de Ed Sullivan, 1963