Una prueba de que los argentinos no sabemos nada del mundo, es nuestra ingenua creencia de que seríamos cosmopolitas. Los diarios de nuestro país hablan casi exclusivamente de Argentina; de Africa y Asia no tenemos ni idea, y si nos preguntan por Alto Volta, creemos que es un grupo de rock.
Así, la reacción conservadora por el viaje a Rusia y China navega por mentalidades barriales que opinan que estar allí es “caerse del mundo”. Raro: China es la segunda potencia económica mundial (con seria posibilidad de pasar a ser la primera), Rusia es la segunda potencia militar mundial. Y cuando hubo que pedir desesperada ayuda por las vacunas -algunos ya se olvidaron- Estados Unidos no daba nada: fue Rusia la que nos auxilió, y nos permitió empezar el largo camino de salida de la pesadilla Covid-19.
Estados Unidos fue la que nos hundió con el insólito préstamo a Macri de 54 mil millones -que gracias al actual gobierno nacional fueron 8000 menos-, tomándonos de ese modo como objetos de sus propias decisiones económicas. Ahora, o nos declaran en moratoria o nos vienen a vigilar cada tres meses: nosotros al desastre, ellos al negocio.
De modo que en lo económico, en lo geopolítico y en el apoyo tecnológico, bienvenido sea el multilateralismo: seguiremos nuestras relaciones con el país del Norte, pero no dejaremos de tomar lo conveniente que nos venga de otras latitudes.
En la misma semana, estuvo también la fuerte manifestación contra el comportamiento parcial de la Corte Suprema, que en Mendoza fue mayor aún en términos proporcionales, con unas 4000 personas en tiempos de calor, pandemia y vacaciones. Fue grotesco que algunos medios hablaran de “dos manifestaciones, una a favor y otra en contra”, cuando la asistencia de las “a favor de la Corte” fue escuálida, casi nula. Lo cierto es que Comodoro Py y la Corte deberán empezar a tomar nota, porque esto recién estaría empezando: las actividades críticas y masivas -se prometió- seguirán hasta que la cúpula del Poder Judicial vuelva a actuar acorde a la ley.
Por su parte, Máximo Kirchner hizo estallar un fuerte petardo con su renuncia a la presidencia del bloque. Fue en términos muy estridentes -no diferentes de los que usaría un opositor-, denunciando supuesta laxitud en la negociación con el FMI.
La negociación con el FMI no es buena, pero se sabe que ninguna puede serlo. No pagar lleva directamente al default, llamado piadosamente “moratoria”. Máximo parece sugerir que hay que pagar, pero negociar mejor. ¿Cómo se consigue eso? ¿Además de lograr que no haya reforma laboral ni reforma previsional ni privatización de empresas públicas, puede pedirse que el FMI no requiera baja del gasto público? ¿Se podrá negociar con el FMI como si fuera la Sociedad de Beneficencia? ¿Se puede tomar en serio que ir a la Corte de la Haya pudiera cambiar en algo los cronogramas de pago, fijados en el desastroso convenio del Fondo con el macrismo?
Gran ruido tras la renuncia, con el fantasma de la división del FdT inevitablemente en el horizonte. Nadie más siguió a Máximo, amén de la alegría de un cierto sector del kirchnerismo: lo cual lleva a pensar que quizá la jugada busca instalar al heredero de Néstor hacia su candidatura para las internas del 2023.
Intertanto, el panorama es confuso: ¿votaría la oposición el convenio, si un sector del oficialismo no quiere votarlo? ¿Esta presión podría cambiar en algo el convenio, dado que Kristalyna se dio oficialmente por enterada? Si no se aprueba en el Congreso: ¿tendría que aprobarlo directamente el Ejecutivo –como sugiere Bullrich para no hacerse cargo-, o iríamos derecho al default, con la consiguiente posibilidad de corrida cambiaria?
Todo por verse. En Juntos por el Cambio también reina el desacuerdo: no votarlo suena poco responsable siendo que ellos pidieron el dinero, votarlo sería conveniente para el gobierno. Pero a la vez no votar iría contra la economía, y con ello malquistaría a la oposición con empresarios y sindicalistas a la vez. La situación es de alta incertidumbre -a lo cual la decisión de Máximo ha colaborado- y los movimientos de cada sector dependerán también de los que vayan a hacer los demás.
La política no aburre ni descansa en la Argentina. En otros países se vive en paz, lo político es apenas un fondo inaudible. Aquí, cada mañana hay que leer diarios, prender la radio o la tv para saber si no hay algún aviso de incendio en curso.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.