El 3 de noviembre se cumplieron treinta años de la muerte de Armando Tejada Gómez, buen momento para reivindicar el compromiso de su obra y la estatura estética que alcanzó. Desde antes de su muerte, y de forma natural, los nuevos poetas buscaron (y lograron a base de trabajo y talento) hacerse un lugar en el panorama poético y parte de esa búsqueda tuvo que ver con alejarse de referencias al paisaje y lo popular como lo habían entendido generaciones anteriores. Las coordenadas ahora eran la ciudad y el rock. De todas maneras, el debate por un arte comprometido no se agotó sino que después del 2001 pareció actualizarse. ¿Compromiso con qué? ¿Para qué? Son preguntas que exceden este artículo, aunque podemos señalar un par respuestas que son invariables: compromiso con el trabajo en la búsqueda de la palabra poética y con el tiempo histórico. En ese sentido, Armando Tejada Gómez fue un poeta comprometido con una idea sobre la poesía y una conciencia profunda del papel que podía jugar esta en ese momento histórico. Refiriéndose al Nuevo Cancionero escribió que el “objetivo es el de convertir el auge de la canción nativa en una toma de conciencia profunda y popular, desdeñando el costumbrismo fácil y el pintoresquismo folklórico de tarjeta postal, para que la canción responda a un auténtico ser y querer ser de nuestro pueblo y sirva de vehículo de comunicación verdadero entre cada región del país y de América, en esta hora de crecimiento incontenible de nuestra personalidad nacional. Porque el cancionero pertenece inalienablemente al patrimonio cultural del pueblo y de los intérpretes y autores depende su desarrollo”. Esos objetivos y la idea de que no hay nada rígido y estable sino que todo va cambiando como el hombre mismo, explica la conmoción profunda que significó la poesía de Tejada Gómez y la causa de que nuevas generaciones puedan apropiársela para recrearla.
Zamba del laurel
Si lo verde tuviera otro nombre
debería llamarse rocío,
si pudiera crecer, desde el agua al laurel
volvería a la infancia del río.
En lo verde laurel de tus ojos
el misterio del bosque se asoma
y la vida otra vez, vuelve flor de tu piel
bajo un sol de muchacha y aroma.
Déjame en lo verde celebrar el día,
porque por lo verde regreso a la vida,
yo muero para volver
juntando rocío en la flor del laurel.
Si lo verde supiera tu nombre
la ternura no me olvidaría,
porque viene de vos, puro y simple el verdor,
como el simple verdor de la vida.
Se me ha vuelto cogollo el silencio
de esperarte a la orilla del río
y me gusta saber que un aroma a laurel
te llenó de rocío el olvido.
Columnista invitado
Sergio Morán
Nació en 1979 en el este de Mendoza, Argentina. Desde 2010 reside en la Capital de esa provincia donde ejerce la docencia en escuelas secundarias. Integró el Taller Más allá de las palabras que coordina Diana Starkman. En 2018 publicó su libro de poemas Calle desconocida (Peces de ciudad). Textos suyos han aparecido en diarios, revistas y antologías, entre ellas Poemas por el agua (Payana Ediciones), producto de la lucha en defensa de la Ley 7722. Desde 2020 dirige la revista digital Futuros eran los de antes, especialmente dedicada a la poesía. Participó de los talleres de historia de la poesía que coordinó Javier Galarza. En 2021 Ediciones en Danza publicó su segundo libro, Ya no acampan gitanos en los baldíos. Su último libro, El amor es un exceso de lenguaje, fue publicado por Peras del Olmo en 2022. Es parte de la Asamblea de Trabajadorxs de la Literatura de Mendoza que lucha por impulsar políticas culturales para les escritores de la provincia.