El calendario gregoriano. Los relojes. Historia de los más importantes relojes.
¿Influye la medición del tiempo en el tiempo mismo? ¿Al tiempo le importa que lo midan? ¿Para qué sirven los relojes? ¿Qué pensaron los más grandes escritores sobre el tiempo?
Durante el siglo XVI, el papa Gregorio XIII (que reinó del 1572 al 1585), reunió a los mejores astrónomos de su época para realizar una reforma del calendario en vigencia, que era el Juliano, confeccionado durante el gobierno del emperador Julio César en el siglo I a.C., porque la Iglesia católica se hallaba en dificultades para determinar sus fechas importantes, como la Semana Santa.
Para resolver estas cuestiones tácticas, el Concilio de Trento encomendó al papa la reforma del calendario, y así fue que en octubre del 1582 Gregorio XIII descontó diez días al calendario para restaurar el equinoccio de primavera a la fecha correspondiente, pero al hacerlo, del jueves 4 de octubre se pasó al viernes 15 de octubre, con lo cual hubo hechos muy curiosos.
Uno de estos hechos fue que los dos más grandes creadores de la literatura mundial, Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare murieron en la misma fecha, pero con diez días de diferencia, ya que Inglaterra no adoptó el calendario gregoriano hasta el 1752.
Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, murió el 4 de octubre de 1582, la sepultaron al día siguiente, pero ya era el 15 de octubre…
En el siglo XIII, en la recta final de la Edad Media, aparecieron los primeros relojes, hechos por herreros y confeccionados de acero. El metal sufría la expansión y contracción de los cambios de temperatura, y por lo tanto adelantaban o atrasaban de 15 a 30 minutos por día. Por supuesto no se trataba de relojes de pulsera, sino de inmensas maquinarias con campanas, destinadas a los campanarios de las iglesias o a las torres de los castillos.
En el siglo XV se inventaron los relojes de manecillas para marcar las horas, y en 1505 el herrero alemán Peter Henlein construyó un reloj mecánico pequeño, que antecedió a los primeros “relojes de saco”, que se montaban en cajas y en lugar de pesas utilizaban resortes, sonaban a cada hora y funcionaban durante unas cuarenta horas seguidas.
La primera revolución relojera se dio en el siglo XVII, cuando el científico holandés Christiaan Huygens inventó el reloj de péndulo, con el cual alcanzó una exactitud casi equivalente a la de los relojes de sol.
El péndulo de Huygens funcionaba movido por la fuerza de gravedad, y la idea ya había sido formulada por Galileo Galilei en 1636, pero el genial astrónomo estaba demasiado viejo y ciego en ese entonces para poder llevarla a la práctica.
El primer reloj eléctrico fue inventado en el siglo XIX y se movía mediante un electroimán alimentado por una batería. En 1914 el norteamericano Henry Ellis Warren accionó el primer reloj eléctrico exacto con ayuda de un dispositivo electromotor.
Con el desarrollo de la tecnología, se descubrió que un cristal de cuarzo vibra con una frecuencia de 16 mil a 30 ciclos por segundo, y en 1948 se construyó el primer reloj atómico, con un margen de error de una diez millonésima de segundo, lo que equivale a un error de un segundo cada 300 años.
Pero el más sorprendente es el reloj de cesio CS1, construído por los alemanes, que pesa una tonelada, y que en un año de funcionamiento ha permitido calcular que tiene un error de un segundo cada treinta millones de años.
Sin embargo, tenemos que preguntarnos, ¿esta exactitud en la medición del tiempo, influye en la vida humana? ¿Cambia el tiempo al sentirse medido con tal precisión? ¿Llegamos tarde a una cita de amor o demasiado temprano al dentista desde que se construyó el reloj de cesio?
Para que reflexionemos acerca de esta paradoja, citaré una poesía del francés Jacques Prevert que se llama justamente “El tiempo perdido”:
“Ante la puerta de la fábrica
el obrero se detiene de repente
el buen tiempo ha tironeado de su chaqueta
y no bien se vuelve
y mira el sol
muy rojo muy redondo
sonriente en su cielo de plomo
le hace guiños
familiarmente
Dí camarada sol
¿no te parece
una reverenda burrada
regalarle un día como éste
al patrón?”
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).