Horacio Ferrer, poesía rioplatense por antonomasia
Primera parte
El Río de la Plata poblándolo y el allí, esperando el momento para dar a conocer sus versos, aquellos que lo representaran. Tomando envión para cruzar el charco e instalarse en Capital Federal invitado por Astor Piazzolla, para crear un repertorio que íngresó por siempre en el corazón de millones de habitantes del planeta. El tango merecía una renovación en sus letras y ese fue otro de los objetivos del gran innovador marplatense sentado y acunando su bandoneón.
Hubo mil otras historias, todas vividas en aquellos estimulantes años de una bohemia manifestándose en cada esquina de la gran ciudad. Ese paso canyengue que iba hilvanando relatos a la vez que describía los perfiles humanos que transitaban sobre empedrados y asfalto. Allí, entre los hierros calientes de los intrépidos subterráneos, con la humedad recubriéndolo todo, fueron afianzándose tangos y canciones que hoy revisten carácter de clásicos de la poesía popular.
Creaban un legado mientras se divertían explorando, en lo musical y en lo poético. Buscaban encuadrar en las emociones humanas lo que los cinco sentidos dejaban entrever. Los dolores y los sueños, los deseos y el amor tallando en los habitantes de ese gran conglomerado donde la soledad siempre está rodeada de cientos de personas. Un encuentro con lo trascendente entre un café y el siguiente. Una búsqueda sin pausa y millones tarareando esas obras magníficas.
Horacio Arturo Ferrer Ezcurra (Montevideo, 2 de junio de 1933 – Buenos Aires, 21 de diciembre de 2014)1 fue un escritor, poeta e historiador del tango uruguayo, nacionalizado argentino. Compuso más de doscientas canciones y escribió varios libros de poesía e historia del tango. Cobra fama por los tangos que compuso con Astor Piazzolla, como Balada para un loco -incluida entre las 100 mejores canciones latinas de la historia-, Chiquilín de Bachín y de la operita María de Buenos Aires. Fue presidente de la Academia Nacional del Tango hasta el día de su muerte.
Residencia en Uruguay
Nació en Montevideo en 1933 en el seno de una familia argentino-uruguaya: padre uruguayo y madre argentina. Su padre, Horacio Ferrer Pérez, era profesor de Historia y su madre, Alicia Ezcurra Franccini, 11 años mayor que su marido, sabía más de cuatro idiomas y era sobrina bisnieta de Juan Manuel de Rosas. Su madre y su abuelo eran aficionados a la poesía y habían conocido personalmente a Rubén Darío, Amado Nervo y Federico García Lorca, transmitiéndole ese gusto. De su madre aprendió a recitar poesía, quien a su vez había aprendido a recitar de Alfonsina Storni. El recitado poético aplicado a la canción popular, será una de sus grandes innovaciones en la cultura rioplatense.
Realizó estudios de arquitectura en la Universidad de la República durante ocho años, aunque no llegó a finalizar dicha carrera. Pero obtendría un buen empleo en esa casa de estudios, siendo designado secretario de la misma, que junto a su trabajo como periodista del diario El Día, le garantizaron la seguridad económica.
En la década del ’50, con poco más de veinte años, fue uno de los realizadores del programa Selección de Tangos, en la radio montevideana, con el fin de defender las nuevas tendencias tangueras y del grupo El Club de la Guardia Nueva, para organizar recitales en Montevideo de los músicos que estaban revolucionando el tango, como Aníbal Troilo, Horacio Salgán y en especial Ástor Piazzolla, por entonces líder del famoso Octeto Buenos Aires. A partir de entonces Ferrer dirigirá programas radiales de tango por el Sodre, la cadena oficial radial uruguaya.
En la misma época fundó y dirigió la revista Tangueando, ilustrada y redactada por él mismo. A fines de la década del ’50, formó parte una pequeña orquesta de tango como bandoneonista y publicó su primer libro: El Tango: su historia y evolución (1959). En 1961 el Teatro Circular de Montevideo estrenó su obra (en colaboración con Hugo Mazza) El Tango del alba, que se inspiraba en la vida de Ángel Villoldo, creador del tango El Choclo, estrenado en 1903. En 1964 publica Discepolín, poeta del hombre de Corrientes y Esmeralda y en 1965, Historia sonora del tango.
Romancero canyengue
En 1967, con 34 años, se decide a publicar su primer libro de poemas, Romancero canyengue, libro que presentó recitándolo acompañado por el guitarrista Agustín Carlevaro.
Ese fue “el” momento. Lo que disparó todo fue un tema de honestidad intelectual. “Yo era poeta de nacimiento, mi madre era poetisa, conoció a todos los grandes, pero hasta ahí yo no acertaba con lo que hacía. Empecé imitando a Verlaine, a Darío, a los franceses, una parafernalia, no encontraba una poesía que me perteneciera. En Montevideo había un poeta de barrio, Menecucho, que iba por los tablados en carnaval. Él recitaba sus versos y los vendía por centavos. Y terminaba diciendo “mis versos son malos… pero son míos”. Yo aprendí eso. Y yo a esa altura no tenía versos ni buenos… ni míos”. Hasta que llegó la inspiración, el estilo y la edición de Romancero canyengue.
La poesía de Ferrer era innovadora y llamativa. Utilizaba palabras inventadas y giros inusuales en el tango, fantasiosa y onírica, surrealista en algunos aspectos. “Bandoneonía”, “misticordia”, “tristería”, “narcótica y bulina”, “verdolagáticos cromos”, “oculto clavecín transmilonguero”, “tangamente”…
Solo y espera (Romancero canyengue)
Siguió la tarde fraseando sus propinas.
Los años se gastaron. Tangamente,
la vida hizo su solo de rutina.
El libro fue muy bien recibido tanto en Montevideo como en Buenos Aires. Troilo, Piazzola, Mario Benedetti, Cátulo Castillo, Homero Espósito, elogiaron la obra. Varias críticas literarias sostuvieron que el libro marcaba el nacimiento de un nuevo lenguaje en el tango.
En ese libro incluyó un tango, “La última grela”, tal como le había sugerido Aníbal Troilo y con la intención de que Troilo lo musicalizara. Pero finalmente no fue Troilo sino Ástor Piazzolla el que musicalizó el primer tango compuesto por Ferrer y se fijó en su poesía. “Grela”, en el lunfardo rioplatense es la prostituta, las “proletarias del amor”, como Ferrer las define en el recitado de introducción a la canción.
La última grela
Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho
vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.
Es en ese momento que Ferrer decide trasladarse a Buenos Aires, dejando la seguridad económica que había obtenido:
“Después de la aparición del libro, Piazzolla me fue a buscar y dijo: ‘Si no venís a trabajar conmigo sos un imbécil’. Y me vine… En ese momento renuncié a mi bien pago puesto de secretario de la Universidad de Montevideo. Y al diario El País. El rector me dijo que estaba loco”.
A fines de 1967 ya estaba radicado en Buenos Aires, en una casa ubicada en Lavalle 1447, quinto A, que era la casa histórica de la familia Ezcurra a la que pertenecía su madre, en pleno barrio de Tribunales, a una cuadra de la avenida Corrientes, corazón del mundo del espectáculo porteño. Pero siempre mantuvo también una casa en Montevideo.
Inmediatamente inició el trabajo con Piazzola que lo haría famoso. Piazzola venía buscando un poeta con quien crear obras poético-musicales. Había trabajado con Jorge Luis Borges y con otros poetas, pero no estaba satisfecho. Cuenta Ferrer:
Piazzolla colaboró con varios, con Borges inclusive, pero no era lo que él quería, entonces me buscó a mi, y me dijo: – “quiero que trabajes conmigo porque mi música es igual a tus versos”.
En sentido similar Ferrer sostiene que “los versos no son para leer, son para oír como la música”, “es música que habla”.
El resultado fue la creación de la monumental operita María de Buenos Aires, estrenada en 1968 en la Sala Planeta de Buenos Aires, con Héctor de Rosas y Amelita Baltar como cantantes, y el mismo Ferrer en el papel de El Duende, recitando.
La idea misma de la Operita es muy innovadora: es la historia de una mujer que se siente encarnación de la ciudad. Eso fue algo que no se entendió al principio.
“María de Buenos Aires” fue una sensación, con un tema instrumental como “Fuga y misterio” que adquirió la condición de clásico porteño. Renovó profundamente la canción argentina, tanto en el tango, como en el folklore y el rock. Emilio del Guercio contó que los integrantes de Almendra, una de las bandas fundadoras del “rock nacional” argentino, fueron en grupo a ver la operita, aún antes de grabar su histórico primer álbum Almendra I.
Con el paso de los años, la operita se convirtió en la obra dramática más puesta en escena del teatro argentino en toda su historia, presentándose en 75 ciudades en 25 países. Ferrer, en 1996, realizó una gira mundial con la operita, dirigida por Gidon Kremer, con las voces de Julia Zenko y Jairo, luego reemplazado por Raúl Lavié.
Ya durante las presentaciones de María de Buenos Aires, Piazzolla y Ferrer comienzan a componer canciones de tango con una estética completamente renovada. Entre ellas, componen en 1969 “Chiquilín de Bachín”, a partir de un valsecito infantil compuesto por Piazzola y al que Ferrer le aportó una letra inspirada en los niños de la calle que vendían flores en los restaurantes de la zona de teatros de la avenida Corrientes, a los que los artistas iban luego de las funciones. En este caso, el célebre bodegón Bachín, ya demolido, que se encontraba ubicado en la calle Sarmiento, casi esquina Montevideo.
Chiquilín de Bachín
Por las noches cara sucia
de angelito con bluyín
vende rosas en las mesas
del boliche de Bachín…’
(continuará)
Balada para un loco
Tango 1969
Música: Astor Piazzolla
Letra: Horacio Ferrer
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos… cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizón en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!… Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo…
(Cantado)
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…
No ves que va la luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor… ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste… ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!…
el loco berretín que tengo para vos:
¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.
¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad…
¡Ya vas a ver!
(Recitado)
Salgamos a volar, querida mía;
subite a mi ilusión super-sport,
y vamos a correr por las cornisas
¡con una golondrina en el motor!
De Vieytes nos aplauden: “¡Viva! ¡Viva!”,
los locos que inventaron el Amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.
Nos sale a saludar la gente linda…
Y loco, pero tuyo, ¡qué sé yo!:
provoco campanarios con la risa,
y al fin, te miro, y canto a media voz:
(Cantado)
Quereme así, piantao, piantao, piantao…
Trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!
¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!
Quereme así, piantao, piantao, piantao…
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir…
¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará!
(Gritado)
¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Loca ella y loco yo…
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Loca ella y loco yo!
Balada para un loco, Amelita Baltar
El gordo triste, Roberto Goyeneche
Chiquilín de Bachín, José Ángel Trelles