Ingmar Bergman entendió siempre que el cine era la herramienta y el medio con el cual podía desarrollar todas sus preguntas metafísicas: la vida y la muerte, la presencia o ausencia de Dios, la disquisición entre el bien y el mal.
Todos los temas que recorrerían su obra. En sus memorias, al recordar su niñez, Bergman diría: «Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios».
Tal es así, que mucha de su producción pasa por la revisión de estos conceptos. En Fanny y Alexander (1982) cuenta la historia de dos niños atravesada por la muerte, el misterio, el castigo. Bergman, hijo de un pastor Luterano, no iba a estar exento de todas estas preocupaciones a lo largo de su vida.
Con un amor por el teatro, tan grande como el que tenía por el cine, Ingmar Bergman puso en escena obras de Ibsen y Strindberg. Sumamente interesante es una adaptación que hace de Sueño una obra del último.
Hablar de este director sueco es, quizás, hablar de alguien que dio en el centro de lo que puede significar un cine que trascienda todo lo que uno conoce como aquello que es común en una producción cinematográfica.
Ejemplo: guiones que no responden a las características clásicas de este medio, es decir, que están más cerca de la dramaturgia del teatro que del lenguaje del cine. O el trabajo con el actor, muy inteligente, muy sensible, por parte de la dirección.
Bergman deja que su actor vaya hacia un estado de organicidad destacable. Fresas salvajes (1957) con el gran Victor Sjöström, es una clara muestra de esto. Otras grandes películas son El séptimo sello (1957), Persona (1966) o Gritos y susurros (1972). En todas encontramos el misterio de ser humanos, el temor por las cosas que nos son desconocidas, el dolor y la locura.
Asistir a una película de Bergman, hace unos 20 años, cuando aún persistían esas salas donde se daba cine de autor, era un gran acontecimiento. Se sentía la seguridad de tener un encuentro con la cultura en su forma más sublime.
El cine de este director nos dejaba hablando largas horas después de una proyección, en un café, en una cena. Con la llegada de internet, esto poco a poco ha ido desapareciendo. Aunque aún hay valientes que nos proponen ciclos de cine en pequeñas salas o donde sea. Sirvan estas palabras también como homenaje para ellos.
Ingmar Bergman ha dejado un cine que habla de sus sueños, sus temores, sus anhelos. Si uno lee sus escritos, se da cuenta que la vida de este creador pasaba por un todo: sus reflexiones eran sus películas, sus películas eran su vida.
Hoy podemos encontrar gracias a la red de redes casi toda su producción en You Tube y otros sitios donde se almacenan las películas de los grandes cineastas.
Nunca será lo mismo que verlas en una sala de cine, pero sí una posibilidad de acercarse a estas obras. Y mirar. Y asombrarse por la maravillosa creación de hombres y mujeres a lo largo de los años, en ese registro de imágenes, palabras y sonidos que definen el paradigma de nuestra época.
Columnista invitado
Juan Carlos Carta
Escritor, poeta, dramaturgo. Director del Círculo de Tiza Teatro. Es docente de la Universidad Nacional de San Juan.


