Todas las potencialidades de la creación están reunidas en la infancia. Mujeres y hombres, cuando niños, despliegan desde su imaginación esos mundos a los que acudirán a lo largo de sus vidas. Islas misteriosas, viajes infinitos, terroríficas casas abandonadas, se presentan abonando la imaginación del que juega.
Un patio con el pasto crecido es una enorme selva amazónica.
Cualquier zona de árboles se transforma en paraje de bandidos.
Meterse debajo de la cama es entrar en un túnel desconocido.
En la infancia, también, está el teatro. Es decir, la representación y la mímesis aristotélica ya se establecen de manera orgánica, sin teoría ni filosofía, en aquellos que juegan: héroes y heroínas, inventores, astronautas, deportistas increíbles, son representados por niños en el espacio lúdico de las siestas o en las tardes de invierno. O mejor, en todos los días de cualquier estación. Porque los días de la infancia no miden climas ni fechas para generar su juego.
Dos grandes creadores del teatro: Tadeusz Kantor y Peter Brook, pensaban que en la infancia se encontraba el germen inventivo de sus trayectorias como artistas.
Cada uno, para hablar de su teatro, se trasladaba a su niñez. Fue allí, dicen en textos autobiográficos, que encontraron la llama de su arte sagrado. Fue allí, donde se manifestaron sus máximas creaciones o vieron lo que más los deslumbró.
Para el niño Tadeusz, quien creció en Polonia, en medio de las guerras mundiales, hallar la luminosa energía del teatro a través del juego se transformó en una necesidad esencial.
Un día, jugando, encontró lo que siempre consideró su mayor creación: con cajas de zapatos unidas por un hilo y ante una boca de escena precaria, descubrió la posibilidad de cambios de escenografías. Como por las vías de un tren, deslizaba los vagones – cajas ante la boca de escena. Cada una de esas cajas representaba una escenografía y espacio diferente…
Para el niño Peter, a quien no le gustaba el teatro, pero si el cine, su mayor descubrimiento fue el día en que su padre lo llevó a ver una representación en una librería de Oxford Street: una función para niños de un teatro de juguetes del siglo XIX.
Todo estaba hecho en cartulina. De repente, como por un acto mágico vio en un lago hecho de tiras de papel azul, la figura lejana de un hombre montado en un bote. Pronto, a través de los recursos de la iluminación y de la oscuridad, la figura del hombre pasó a un primer plano. Había nacido el concepto de montaje en la cabeza del pequeño Peter Brook.
Los descubrimientos que tenemos en nuestra niñez son aquellos materiales con los que después trabajaremos como artistas. La metáfora, la sinécdoque, todos los tropos, están naturalizados en la infancia. Un niño juega y esa tabla es una espada, la luz tenue de una lámpara la luna y el agua de un charco después de la lluvia, la laguna donde anidan animales ancestrales.
Columnista invitado
Juan Carlos Carta
Escritor, poeta, dramaturgo. Director del Círculo de Tiza Teatro. Es docente de la Universidad Nacional de San Juan.


