Cuando hablamos de salud no nos referimos solamente a las enfermedades y su posible curación. Hablamos que entre la tenencia y la pérdida de la salud hay una amplia franja de situaciones que son las posibilidades de perderla o recuperarla.
Considerando la salud como un estado de armonía bio-psico-social, esta sería más una realidad deseada que la que vivimos en estos momentos; el hambre y las guerras excluyen cualquier armonía social o psíquica. Hablaremos ahora de la pérdida de la salud por enfermedades y su tratamiento dejando también a un lado, por ahora, la prevención como cuidado fundamental de la salud.
Tenemos la imagen legendaria de las comunidades ancestrales en las que un chamán o médico brujo mezclaba jugos, hierbas y otros elementos para elaborar pócimas destinadas a aliviar las dolencias de las personas. También la de un hombre serio y de gesto adusto, o tal vez afable y cercano a las familias, que comenzaba a aliviar con su presencia y se presentaba equipado con un simple estetoscopio y una pañoleta a la vez que enarbolaba un discurso incuestionable. Pero el devenir de los tiempos ha visto la evolución de las comunidades humanas y el crecimiento tecnológico, con una generación parada sobre los hombros de la anterior en una pirámide interminable. Así también se ha desarrollado todo lo atinente a la salud conformando complejas estructuras que obran sobre esta y su recuperación obteniendo resultados que hace años se hubieran considerado milagrosos para el entendimiento humano.
Enfermedades que en la antigüedad podían provocar la muerte hoy se curan con facilidad, otras, consideradas como incurables, hoy se curan en gran número como el cáncer, por ejemplo. Con un diagnóstico precoz aproximadamente el 60 % se curan, el 30 % se cronifican y mueren solo el 10 % de los padecientes. Hoy enfermedades incurables por ahora, como la diabetes, se controlan, permitiendo una vida normal a la mayoría de los que la sufren cumpliendo con pautas de conducta y medicación.
Como detrás de cualquier resultado hay una historia, un encadenamiento de sucesos, sistematizados o no, que darán ese resultado. Podemos observar que los resultados no son iguales en todas las enfermedades ni en todas las regiones. En la salud, como en todas las cosas, hay un porqué, un cómo y un para qué.
El gran crecimiento tecnológico, tanto en métodos de diagnóstico como en técnicas terapéuticas y el desarrollo farmacológico, han surgido de una conjunción de inversiones públicas y privadas, y aquí hay otras complejidades que analizar. La inversión pública, o sea del Estado, ante diversos problemas de la comunidad, no puede sorprendernos. Vemos las calles, las luces y los puentes, vemos estructura judicial, de seguridad y educativa, vemos casualmente hospitales y centros de salud, ya que de esto hablamos.
¿Pero qué pasa con la inversión privada? ¿Cuánto tiene de privada y cuánto de comunitaria, en tanto y en cuanto el Estado como representante de la comunidad es el gran contratante y dador de créditos para la investigación y desarrollo de proyectos? Inclusive en los países que se supone son abanderados de la inversión privada como EE. UU. hay un ejemplo paradigmático. El complejo militar industrial norteamericano hace armas, aviones y misiles de forma privada pero su gran cliente es el Estado norteamericano, o sea que cada bala que los yankees fabrican está financiada por los contribuyentes, y en este caso también es el Estado norteamericano, abanderado de los intereses de sus empresas, el que fabrica las guerras para que se usen las armas, un negocio redondo.
Saliendo de la muerte e intentando volver a ocuparnos de la vida, sigamos con el tema de la salud. En nuestro país conviven desde lo teórico al menos tres sistemas de salud: el público, totalmente soportado por el Estado, que atiende como paciente a quien lo solicite; el solidario, que está representado por las obras sociales y las prepagas -las obras sociales de naturaleza sindical, y las prepagas que son un negocio privado, en este momento mayormente en manos de corporaciones multinacionales o fondos de inversiones, lease fondos buitres- y la medicina privada, de existencia realmente virtual ya que muy pocos acceden a ella y muy pocos pueden acceder. Tema aparte son las terapias alternativas a las que muchas personas acuden y en general no requieren complejidad, suponen un trato personalizado sin intermediación estructural.
Dejando afuera comentarios sobre el sistema público, ya que en él está claro que es el Estado el que se hace cargo de los costos de su implementación, hablemos de las obras sociales y las prepagas.
A raíz de la evolución tecnológica en métodos de diagnóstico y tratamiento de la salud, los costos serían para la mayoría de las personas impagables, como ejemplo están las drogas oncológicas que valen millones, lo mismo ocurre con muchos tipos de cirugías, que en muchos casos incluyen materiales protésicos. La única manera de hacer esto viable es que el conjunto de pertenencia a una obra social sindical haga un aporte dinerario mensual de su salario y esto se utilizará para tratar a los que sufran alguna enfermedad. Algo análogo ocurre con los sistemas prepagos, en esté caso es un negocio que se realiza adoptando el mismo principio solidario pero buscando una ganancia. Aquí todos los asociados a la prepaga pagan una cuota mensual que se utilizará para la atención del afiliado o asociado enfermo.
Hasta aquí el sistema de salud visto desde el paciente que recibe la prestación. Pero qué pasa con los prestadores, con las clínicas, con los centros de diagnóstico, con los laboratorios, los institutos de rehabilitación. Todos estos serían absolutamente inviables si no tuvieran como clientes a esas obras sociales o prepagas ya que para la población en general sería imposible afrontar los costos de la atención de salud de manera individual, sin estar integrados a un sistema colectivo de atención. De darse esa situación todas las clínicas, sanatorios, centros de diagnóstico, laboratorios y centros de rehabilitación quebrarían por falta de clientes que los sostuvieran económicamente.
Queda demostrado que aún lo privado depende de lo público para existir. Es una falacia decir que todo se puede privatizar y que el Estado es innecesario. Generalmente quienes dicen estas cosas son paradójicamente grandes beneficiarios del Estado a través de subsidios o licitaciones de obra pública, son los planeros del Estado, pero con traje, corbata, gemelos de oro, autos de lujo y custodios privados.
Columnista invitado
Daniel Pina
Militante. Ex-preso político. Médico especialista en Terapia Intensiva. Jefe de Terapia Intensiva del Hospital Milstein. Psicoterapeuta dedicado al tratamiento de Trastornos post- traumáticos.


