Buenos días desde La Barra Beatles. Barra que fue duramente golpeada hace unos días al conocerse la partida de Javier Martínez, uno de los pioneros del rock argentino. Es que en La Barra Los Beatles aglutinan, tienen suma importancia en nuestro encuentro, pero el rock argentino también somos nosotros, crecimos con él, fueron las canciones de cuna de nuestra adolescencia, se lo transmitimos a hijos, amigos, conocidos, vecinos, novias y a toda aquella persona que quiera conocer nuestra esencia.
Estaba por la calle, se me dio por mirar el celular y leí: “Este sábado 4 de mayo, a las 15,30, falleció el legendario Javier Martínez”. Duro golpe para mí porque a este tipo le debo muchas cosas, y lo mejor es que se lo pude contar en persona arrancándole una sonrisa. Creo que todos los que intentamos escribir canciones, letras, desde el rock, le debemos algunas cosas claves. Me refiero a retomar esa línea que dibujaron los tangueros en donde hay un espacio en donde ya no se sabe qué es pero reconocemos una convivencia extraña: la poesía, lo sabio, la filosofía, el análisis de lo que nos rodea, la mirada como un puñal, hacia afuera pero también hacia adentro, la durísima sinceridad de un anónimo que camina las calles de la ciudad donde florecen hipócritas por todos lados. La denuncia interna de lo feo pero también de la ingenua esperanza de aprender a ser mejor.
Javier era oriundo de Berazategui, una ciudad del conurbano sur en donde otros aires recorren las personas y tratan de moldear algo distinto a la gran ciudad. Seguramente esa mezcla producto de venir de esa localidad, la Buenos Aires de los ’60, el reciente hippismo, que acá era minoritario pero fiel y coherente, hizo de este enorme personaje una suma de cosas que, al ser editadas en forma de disco, se transformaron en una clase de vida, lecciones de cómo deberíamos ser. Para mí fue eso lo que descubrí en las canciones de Manal.
Un domingo gris, lluvioso, de esas tardes tristes porque al mediodía anunciaron que se suspendía la fecha de fútbol dejando huérfanos a los hinchas, ese día Alfredo me hizo escuchar en su casa un álbum que tenía dibujada una bomba. Era todo amarillo y arriba, en rojo, decía Manal. Disco del que hoy miro su lista de temas y pensaría que es un compilado con los mejores temas del trío. Pero no, así debutaban, haciendo desfilar canciones brillantes con letras que me mantenían ahí, súper concentrado intentando comprender cada uno de los mensajes. Por supuesto que no era sencillo, esas palabras no eran las que escuchaba en la escuela, no estaban en la radio, menos en la televisión que se sacrificaba en pos de idiotizarme. Mi vieja miraba telenovelas que eran un espanto, llegaba una vecina y comentaban cosas que me preocupaban, acerca de los que estaban en esa telenovela, ¿será así trabajar, estar en pareja, ser una persona grande? Me lo preguntaba una y otra vez, mientras me resistía a pensar que me esperaba una vida así, rodeado de falsedad, gente superficial, dramas pseudo terribles en casas lujosas que no se parecían en nada a la mía. Personas maquilladas groseramente que hablaban un castellano raro, describiendo situaciones de gente de otro país, suponía. El que se enojaba se iba a llorar a su cuarto, nosotros que vivíamos todos en una misma pieza; otra se iba a la cocina y abría una heladera enorme repleta de cosas, ¿dónde vive esta gente, de qué país son, están en Argentina? Por eso escuchando esas letras de Manal sentía que por ahí esos tipos vivían cerca de mi casa, o a lo mejor trabajaban a unas cuadras de la fábrica en donde explotaban a mi viejo.
En un momento sonó un tema extraño, arrancó una guitarra melodiosa, triste, arrojando notas espaciadas. Enseguida Alfredo me dijo que era un Blues, algo que yo nunca había escuchado, el ritmo cansino que parecía arrastrarse por los parlantes me recorría dejándome atónito. El Blues y su magia envolvente, su legado histórico. El Blues, así con mayúscula, significa tantas cosas, nunca fue solo un ritmo, siempre lo pensé como un compendio de mensajes, de documentos de época, de los movimientos de la sangre de los perdedores, de los postergados. Por eso no es nada fácil escuchar Blues, si uno se conecta no hay un mejor puente hacia esas cosas internas.
Sonaban frases que parecían perderse entre tantos recuerdos: “Vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado, tren de carga, el humo y el hollín están por todos lados, hoy llovió, y todavía está nublado…”. Frases cotidianas, sobre todo para mí, que vivía en un barrio pobre.
Y sigue, se ve que el tipo tiene cuerda para rato: “Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado, charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado, un camión Interrumpe el triste descampado…”.
Menos mal que uno siempre tiene un amigo o un hermano mayor o una novia, que le pasa data, que lo aviva y lo aleja a empujones afectivos de la superficialidad. De ese modo conocí canciones, libros, películas, personajes, que no estaban en mi radar, le doy la razón a ese que dijo “nadie se salva solo”.
Lo más loco es que gracias a esas letras de Manal empecé a preguntar cosas a gente que me parecía que tendría una respuesta. Entonces comencé a escuchar sobre filósofos cínicos, poetas malditos, sabios desconocidos, maestros condenados a la cicuta, mujeres que revolearon por el aire mandatos berretas, gente despierta que sacó a patadas en el culo a religiosos y conservadores, es decir, empecé a tener información sobre esos benefactores de la humanidad que no fueron tan escuchados, por eso los “otros” nos trajeron hasta este incendio.
“Luz que muere, la fábrica parece un duende de hormigón, y la grúa, su lágrima de carga inclina sobre el Dock, un amigo duerme, cerca de un barco español…”.
Una cosa que me encantaba de las letras de Martínez era que al cerrar los ojos podía ver todo lo que describía, es más, creo que él trataba de conseguir eso apoyado en una música que cautivaba, donde un lejano piano ponía cierto clima cinematográfico. La guitarra seguía ahí, aclimatando con notas hermosas, bluseras, regalando colores a un mundo cautivante, ¡qué violero Claudio Gabis, loco! Un notable formado en la intuición y la genialidad que viene de fábrica, un tipo que amaba los trenes, que una tarde caminaba por las vías de Avellaneda y Gerli junto a su amigo Luis Gambolini, y mientras paseaban fue recibiendo mensajes con sonidos de acordes, los reunió y comenzó a cranear el tema. Días después, en una fiesta organizada por Piri Lugones, los Manal conocieron a Jorge Alvarez y Pedro Pujó, sus futuros productores discográficos, Gabis le mostró esa secuencia a Javier y así fue naciendo la letra del tema. Cuando le mostraron “Avellaneda blues” a Jorge Alvarez este supo de inmediato que debía producir al grupo.
El tema contiene varios acordes de paso que embellecen la parte cantada, algo típico del jazz; la línea de bajo viaja en forma melodiosa, tocado con una delicadeza que sorprende, en un bajista poderoso como el Negro Alejandro Medina. La batería es muy jazzera, Martínez allí se mueve como pez en el agua, manejaba muy bien los climas por ser cantante, un caso raro. Lo que recomiendo escuchar con detenimiento es el solo de guitarra de Claudio. Allí hay algunos cambios en la armonía que exhiben los conocimientos del trío, su amplitud estilística, pero es maravilloso como uno advierte que las notas de la guitarra llevan una melodía entre blusera y tanguera que emociona todo el tiempo, es un solo inquietante para escuchar con muy poca luz y una botella de whisky generosa.
“Amanece, la avenida desierta, pronto se agitará, y los obreros fumando impacientes, a su trabajo van, sur, un trozo de este siglo, barrio industrial…”. Claro, cuando uno recorre el Dock, fichando ese barrio industrial, piensa en muchas cosas, es una foto extraña y vieja a la vez, pero es la antigua Buenos Aires que resiste al paso del tiempo, al futuro se lo ve muy poco por allí, quizá alguna vecina se anime a decir que nunca lo vio. Cuando uno escucha esa belleza tanguera llamada “Niebla del Riachuelo”, del inmenso Cadícamo, sabe que Javier Martínez fue en esa línea, tuvo la creatividad y el sentimiento imprescindible como para arrimarse a una mesa donde se sienta un grupo selecto de gente. Dice el periodista y escritor Sergio Pujol en su libro “Canciones argentinas”: la melodía de ‘Avellaneda Blues’ prácticamente no existe, es apenas un cauce musical concebido por Martínez mientras lee en voz alta su propia letra.
La música beat local (todavía no existía el rótulo “rock argentino”) estaba dominada por agrupaciones como Los Shakers, Los Walkers y Los Mockers entre otros, que interpretaban temas en la lengua de Shakespeare, así la definían como para justificarse. Pero Martínez narraba su propia visión: “Todos me decían que no se podía cantar en español porque el idioma sonaba mal y carecía de swing, creo que en realidad tenían miedo de dar ese paso. Yo, en cambio, lo necesitaba como medio de expresión”. Es la realista reflexión de un creador, de un revolucionario, que quizá no comprenda como sus contemporáneos se niegan a revolucionar, pero claro, es ingenuo y humilde a la vez, al creer que todos tienen el coraje como para arriesgar.
Una noche en el bar “La Academia” tuve un encuentro con Javier Martínez, un amigo lo organizó. Aproveché para mostrarle mi enorme respeto por haber marcado un camino que lleve a una vocación secreta, nada menos. En un momento se quedó pensando y recordó que en esa esquina una vez se cruzó con un amigo baterista, le contó que venía de tocar en Villa Gesell, en el mítico Juan Sebastián Bar, y que hacía poco se había incorporado al Gastón´s Group, un proyecto de música comercial de esos años, infló el pecho para decirle que iba rumbo a Casa América, allí por la avenida de Mayo, a comprarse una batería CAF, la mejor que había creado la industria argentina por esos años.
Eran tiempos en los que se reunían personajes de leyenda casi por azar, y entre todos escribían algunos de los mejores capítulos de la historia cultural argentina. En septiembre de 1968 el trío conoció a Jorge Alvarez, un valiente editor de esos años que había puesto en circulación nada menos que “Operación Masacre”, la audaz investigación de un tal Rodolfo Walsh. Alvarez se vio entusiasmado por la música del trío, prometió financiar una grabación y sugirió que cambien de nombre. Fue el propio Martínez quien pensó en “Manal”, una palabra que tenía que ver con mano, porque hacía referencia a una frase muy de esa época: “¿cómo viene la mano?”, un modo de preguntar ¿cómo están las cosas, o cómo va el asunto?. Alvarez notó una cruel indiferencia de parte de los sellos discográficos para con este nuevo grupo, entonces, continuando por el camino de los osados, decidió crear su propio sello: Mandioca. El 12 de noviembre de 1968, en la Sala Apolo, en avenida Corrientes 1382, a tres cuadras del Obelisco, se produce el debut en vivo de Manal. En la platea se sentaron personajes de la talla de Leopoldo Torre Nilsson y el escritor David Viñas.
A principios de 1970 se publica el primer álbum del trío. El arte de tapa, obra del artista plástico Rodolfo Binaghi, mostraba un collage de fotos de los músicos dentro de una bomba a punto de estallar, algunos pensaron que era un homenaje a los anarquistas.
Esta pérdida irreparable nos ha eliminado un mojón, se están yendo grandes personajes de nuestra cultura. Mi amigo, el periodista Carlos Salatino, lo resume: “Se está yendo el Siglo XX”, y es así, personajes, ideólogos, creadores, que nos formaron se van yendo, nos quedan sus obras, los carteles que indican el camino, donde doblar, donde no estacionar, pero la orfandad empieza a ser parte del paisaje, las cosas se nos van poniendo más difíciles. También es cierto que lo que hoy entretiene, a nosotros/as mucho no nos alcanza, nos queda la sensación de que apunta hacia otro lado, nos queremos arrimar como para no desentonar, pero en el fondo sabemos que somos sapos de otros pozos, pozos cavados en otras tierras y por otros obreros de la construcción de panoramas distintos. Veremos qué hacemos, iremos desmalezando con una venda en los ojos que nos impone el paso de los años. Uno resiste, intenta adaptarse, gana y pierde en esa batalla simbólica, pero aún continúa acá, ese es el gran triunfo, oye esa voz que cada mañana ingresa por la ventana y deja las semillas del agradecimiento, una bolsita con alimento balanceado para quienes jamás vamos a vender la esperanza.
Columnista invitado
Jorge Garacotche
Nacido en Buenos Aires. Músico, cantante, compositor, fundador del grupo de rock urbano Canturbe, con varios discos publicados con esta banda y también con La caja, un grupo de pop rock de los ’90. Canturbe fue el primer grupo de rock en grabar un tango, “Soledad”, de Gardel y Le Pera. En sus discos grabaron como invitados músicos/as de la talla de: Charly García, Litto Nebbia, Rubén Rada, Walter Malosetti, Liliana Herrero, entre otros. Es presidente de AMIBA (Asociación de Músicas/os Independientes de Buenos Aires.