Un vecino murió de un ataque al corazón producto del miedo que venía de la mano de una factura de luz de $ 180.000. Argentinos y argentinas electrodependientes o que necesitan medicamentos oncológicos, pasan para el otro mundo sin la asistencia del Estado. Los que viven en la calle, producto de los crudos fríos que hemos sufrido ni siquiera pueden ser conscientes del último aliento. Pibes de las barriadas más humildes, sometidos al juego perverso del narcomenudeo, eligen suicidarse antes de ser asesinados por sus nuevos mandantes.
Los datos de la realidad de hoy dista mucho de conformar algo parecido a lo que conocimos como Argentina. Durante la gestión del traidor del ex Presidente Alberto Fernández -que supo muy bien pavimentar el camino para dejarnos al lobo metido dentro del gallinero- en las grandes ciudades se veían algunos que otros hermanos y hermanas que habían caído en desgracia. Hoy se trata de algo de tipo epidémico que no sólo afecta a las grandes ciudades, sino que florece como peligroso reguero de pólvora. Es lo que vemos a diario.
Los desocupados del ámbito privado suman su lloro a los empleados públicos a los que no les renovaron el contrato o, peor aún, que fueron echados sin más, aunque se trate de personas con muchos años de excelente servicio público en todas y cada una de las reparticiones. Eliminar la obra pública trajo aparejado avanzar con la recesión como política de gobierno. Se trata del desagregado de las decisiones del Presidente Javier Milei y su grupo de rateros, a tiro de las exigencias del capital concentrado trasnacional, en contra de todos.
En este contexto, que describo tomando algunos pocos datos de lo que vemos a diario, tratamos de llevar adelante nuestra vida. Por un lado temerosos respecto del futuro, asociado a la disposición de ahorros de cada quien, para relojear cuánto tiempo nos falta para terminar como aquellos que ya cayeron bajo las brutales políticas de reducción poblacional que lleva adelante el macrimileísmo. La cabeza nos trabaja a full mientras se extiende el silencio producto del parate casi total de actividades en todas las áreas.
Ni hablar de los casos de depresión y posterior suicidio de cientos de miles que, sin cifras oficiales -puesto que los mismos empleados de Tánatos son quienes desactivan los controles institucionales, suman malas nuevas al devenir cotidiano. “Quedamos los que puedan sonreír / en medio de la muerte, en plena luz” escribió alguna vez el genial Silvio Rodríguez. Sus palabras obran de retrato de este tiempo de destrucción de la sociedad que conformamos, donde habrá que ver cuan derruido se halla aquel que cumpla un conocido precepto.
“Que el último apague la luz” repetimos sin tener idea del origen de este dicho popular que, respecto de lo que viene, quizás sea el propio primer mandatario. Acto seguido luego de arriar la última bandera que el viento haga ondear en Plaza de Mayo, entregará lo que quede de la Patria, llave en mano, a los dueños del mundo. Hacia allí nos dirigimos y sabemos bien, casi todos, que la película no va a terminar bien. En principio quizás sea pertinente sumarnos en cada una de las movilizaciones de los jubilados y jubiladas, semana a semana.
Nuestros queridos viejos y viejas dan el ejemplo de cuidado de la república en tanto hacen uso de la atribución constitucional que rige para “para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” según raza el bello preámbulo de nuestra carta magna que afirman fuera escrito por Domingo Faustino Sarmiento. Pero claro, eso los lleva a ser motivo de palos y gases, como hasta el papa Francisco ha repudiado. Lo que siempre dijimos, los gobiernos antipopulares se asientan en la represión de los sufrientes.
Esta es la sangría en la que nos debatimos. Más allá de los bobos que tienen un buen sueldo, por lo que la ven venir pero de costado y mientras tanto pierden mucho, igual que vos y yo. Todo el país es una suerte de gran velorio mezcla con paisajes de los que podemos atisbar en la terapia intensiva de cualquier nosocomio. El silencio descorazonador de una nación a al que su máximo responsable le apaga todas las chimeneas que otrora impulsaban a la Argentina potencia y nos deja a las puertas del peor de los tiempos.
“¡Viva el colonialismo, carajo!” debería vociferar a gritos quien nos lleva al matadero, con una recua importante de cómplices de todos los colores y en los tres poderes. Entonces quizás sirva tener a mano algunas consideraciones vitales, para no caer en la estampida, mientras tratamos de ayudar a los nuestros menos favorecidos. Dispongamos del abrazo, para nosotros mismos, familiares y amigos. Mirémonos a los ojos en tanto decidimos salir a combatir la entrega y a los entreguistas. Volvamos a soñar con la Argentina que alguna vez logramos ser.


