1. Córdoba, después de la caída de Perón
Debió tenerla consigo mucho tiempo antes a la Beretta calibre 22, seguramente que algunas de las encrucijadas que había vivido en el pasado reciente las hubiera resuelto con otro final.
Le costó tres años reponerse del impacto que el golpe de Estado había asestado en su vida, en la de su familia y en la del país. Nunca había pensado que los militares pudieran ser tan crueles con las instituciones del Estado, con los servicios públicos, con toda la gente y con la vida misma. Pensaba que era una venganza atroz porque uno de los suyos, un militar de carrera como Perón, se había excedido con el respeto y la consagración de derechos para “los desposeídos de siempre”, como se leía en los panfletos de las clandestinas unidades básicas.
Le costó absorber esa idea después de casi una década de haberse sumado a la construcción de una patria justa, libre y soberana. Y ahora habían venido con eso de “la revolución libertadora”.
-Esa runfla de personas soberbias, mentirosas, cobardes, asesinas y ladronas, sin alma. Nada les importaba la Patria ni nadie- repetía cada mañana, palabras más o menos iguales, después de leer el diario.
No pudo terminar su carrera universitaria primero por haber sumido su vida en la militancia política del movimiento nacional y popular. Después de la ruptura democrática, porque había estuvo ligado al régimen depuesto: “…no venga a rendir más, no pierda tiempo, nunca lo vamos a aprobar” le dijo un profesor que lo había aplazado ya tres veces. Y como la tercera es la vencida, guardó los libros que había comprado para la carrera, los apuntes de clases, las libretas de notas, los trabajos prácticos. Todo sepultado en un baúl y no lo abrió ni cuando le prometieron un resarcimiento casi veinte años después.
Así fue como se quedó mirando el canal que atravesaba la ciudad tratando de encontrarle un sentido a la vida. Durante los años siguiente y un par de veces a la semana, cada vez que cruzaba el puente miraba el canal y pensaba qué hacer de su vida, mientras se ganaba el mango vendiendo de todo -menos su alma- al diablo.
Hasta que el nuevo presidente, Frondizi, le propuso a la Argentina que había que vencer un desafío y dar la batalla del petróleo. Él que siempre había sido lector de diarios, encontró durante el gobierno del desarrollista que leer el diario La Razón, y sobre todo las notas de Jacobo Timmerman, le hacían sentir que estaba en lo correcto. No le seducía políticamente la gestión presidencial y no se sentía apelado por el llamado a la épica del petróleo. Para él era más una cuestión tipo desafío personal, como de emprendedor unido a una causa justa que le recordaba un tiempo ya ido.
Se sumó a la idea, encontró a quienes convencer y armó una sociedad anónima con la intención de explorar y quizás explotar pozos petroleros. Durante los dos años siguientes alternaba su tiempo entre el armado y la consolidación de su empresa y la venta de terrenos, bolsas de maíz, ruedas para tractores y lo que fuera que le permitiera cobrar una comisión para comer.
Buscó y alquiló junto a quienes soñaban con él una elegante oficina y se compró un auto de esos que en cada acelerada consume la producción de una refinería de petróleo. Claro, había que ser demostrativo y ostentoso.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.