3. Cambio de manos
La Beretta calibre 22 llegó a manos del militar ambicioso, cuando su cuñada se la dejó, con la promesa que nunca se la retorne a su esposo, el hermano mayor. Esto pasó aquel día de comienzos del invierno cuando la familia de su hermano con esposa y su prole llegaron de visita a su casa en las afueras de la Ciudad de Buenos Aires.
Fue para unas vacaciones escolares de julio. En la tarde del día que llegaron, su cuñada le pidió que se juntaran un momento, que tenía algo que contarle.
Había entre el militar y la esposa de su hermano un secreto y una deuda de cuando vivía bajo la tutela del hermano mayor en la ciudad de Córdoba. Fingía que estudiaba y se gastaba la vida y los dineros en fiestas y juegos de apuesta… y peleas. Una noche llegó a la casa y la cuñada le curó y ocultó un puntazo de cuchillo en la espalda que milagrosamente paró en un hueso.
Fueron a la cocina que estaba pegada al cuarto de estar, al cerrar la puerta el ruido del televisor quedó opacado. Entonces su cuñada sacó de la cartera la Beretta calibre 22. Le dijo que no quería que su esposo la tuviera, ya se sabía del carácter impulsivo que tenía él, que podía cometer una locura con esas explosiones de emoción que tanto daño le hacían. Apesadumbrada por la experiencia, le contó el episodio reciente con el camionero en el viaje, antes de llegar de visita en esos días, los más fríos del invierno. Silencio por silencio la deuda quedaba saldada y el arma fuera de juego.
Guardó la Beretta calibre 22 en el ropero de su dormitorio por años. Sólo la sacaba los domingos a la tarde, porque esos días no iba al cuartel. Si bien era un militar de carrera, lo era de lunes a viernes. Los sábados le gustaba ir a la cancha a ver los partidos del Nacional B, donde decía que se jugaba el mejor fútbol, aunque en realidad era porque los domingos, cuando se jugaba el Nacional A, la mujer lo metía en la Iglesia desde la misa de la mañana hasta los cursillos de cristiandad a la tarde.
Al volver y para extraer el olor a incienso de la ropa, se sentaba en el jardín de la casa, sacaba el arma del ropero y la desarmaba con paciencia. Limpiaba cada parte concienzudamente y con aceite mineral la dejaba lista, como para darle un balazo en la cabeza a la esposa, así no tenía que ir más a la iglesia. Y de paso le pegaba un balazo a la suegra, que la tenia de “invitada” en su casa el 98,5 % de los días del mes.
Al final de la tarde, desechadas las ideas asesinas, guardaba el aceite mineral, la franela y la Beretta calibre 22 en el ropero y se ponía a ver en la tele el resumen de los partidos del domingo.
Se jactaba de si mismo por ser un militar de carrera y no caería en el “juego de la política” que detestaba, siempre recordando todo el desprestigio en que había quedado sumido el ejército por culpa de Perón.
Había por esos años una discusión muy fuerte en el seno de las Fuerzas Armadas, pero esas peleas eran para la oficialidad de más alto rango. Él apenas si había escalado al segundo grado en el escalafón de la carrera militar y como Teniente Primero, se las había ingeniado -hasta ese momento-, para no comprometerse con ningún bando. Así pasaron los años. Hasta que quienes integraban las Fuerzas Armadas del país hubieron completado los cursillos de cristiandad. Fue entonces que, imbuidos en un espíritu mesiánico salieron a cumplir con su deber y expulsar a los bichos rojos que se infiltraban en la vida occidental y cristiana.
En las escaramuzas entre Azules y Colorados temblaba de miedo encerrado en el baño y mirándose al espejo. ¿Y si elegía al bando equivocado? perdería la casa, el auto, el uniforme y el prestigio de pertenecer al glorioso Ejército Argentino que había logrado sacar al país de la tiranía del innombrable tirano prófugo.
Cuando los combates del ’62 y del ’63, se acuarteló todas las veces que se acuartelaban; solo se amparaba en cumplir órdenes. “Lo que usted me ordena, coincide con lo que pienso…”, repetía con la mirada en el horizonte y el cuerpo rígido en posición de “¡firrrmes!”.
La Beretta calibre 22 seguía tomando sol, cuando no llovía los domingos. Era entonces que quedaba en la cartuchera de cuero con el correaje lustroso que cuidaba con esmero. Desde allí la Beretta calibre 22 escuchaba la máquina de cortar el césped. Otras veces yacía despanzurrada sobre el banco de madera mientras era limpiada con esmero.
Hasta aquí no la había usado.
La cobardía era más fuerte.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.