(viene de la edición anterior)
Después le pedí a mi hermano Pablito que me sacara una foto con esa pantera rosa que yo misma había hecho en la cárcel de Villa Floresta para mi hermanita. Cuando quedé embarazada le había preguntado si podía prestársela a mi bebé. Y entonces quedó esa foto donde me vi con esa tristeza absoluta, abrazada a la pantera rosa, el día en que había perdido a mi bebé tan esperada, mi primera hija. Creo que el bello tema “Era en abril” es el que mejor expresa lo que sentí entonces, en ese mes de mayo de 1979.
Mucho después, en 1989, cuando ya tenía mis dos hijas, -la menor de ellas con unos dos años- tuve ese embarazo ectópico. La internación para el legrado hospitalario, esta vez fue con anestesia total, sábanas limpias y comida abundante. Es que en esos tiempos el hospital nuevo del pueblo parecía un sanatorio.
También fue triste (tal vez todos los abortos lo son) pero no denigrante como el primero, en el que si no me agarré una septicemia fue porque salía de las cárceles de la dictadura inmunizada, supongo, de estar entre tanta mugre y vaya a saber qué enfermedades infecto-contagiosas.
Pero además de las condiciones de seguridad e higiene que pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte de una mujer, estos procedimientos quirúrgicos tienen que estar a cargo de personal médico sensible que sepa acompañarnos y contenernos emocionalmente. Por eso estoy a favor del respeto a la conciencia de los profesionales en las instituciones.
Recuerdo la falta de tacto de un enfermero del hospital cuando me dijo, mientras preparaba la sala de operaciones:
-Ustedes se hacen cualquier cosa y después nosotros tenemos que hacernos cargo.
Y yo, indignada, le contesté llorando:
-Perdóneme, usted me dice eso porque soy pobre. Porque yo no me hice absolutamente nada. Tuve un aborto hace tiempo. Si lo hubiera hecho ahora se lo diría. Vine a este hospital varias veces, con unas pérdidas de sangre terribles pensando que tal vez tendría un cáncer como el de mi madre. No conseguía turno. Después de una semana de tener que regresar con esas pérdidas de sangre que parecían una canilla abierta, porque vengo del campo a dedo porque no hay colectivos y ya estaban dados los pocos turnos. Tuve que ponerme en la puerta del consultorio de la Dra. Barzola, la ginecóloga, explicándole mi situación para que me atendiera sin turno. Fue muy amable y atenta, me hizo hacer el test de embarazo. Y me explicó que si tenía esas pérdidas era porque el bebé estaba decidiendo si nacer o no.
O si la madre estaba decidida a tenerlo, creo hoy. Porque es una decisión compartida entre la mamá y su hijito. Yo no creo eso que es un embrión como dicen con tanta frialdad muchas compañeras. Tal vez porque no han sido madres y no saben cómo sentimos lo que siente nuestro bebé dentro nuestro.
Como no había ecógrafo en el pueblo, la Dra. Barzola me dio la orden para hacerme la ecografía en Neuquén. Me llevó la ambulancia del hospital.
Pero tuve que recorrer caminando las clínicas porque como tenía obra social, primero había que ir a la sede neuquina para obtener la autorización porque el hospital público no tenía funcionando su ecógrafo…
Luego de dos meses en reposo absoluto, recorrí caminando la ciudad de Neuquén en búsqueda de una clínica para poder hacerme ese estudio indispensable. Estarían de paro, seguramente, porque estuve como pelota “tomala vos-dámela a mí”. Akí no, porque no funciona, o no está el ecografista, que vaya cinco cuadras para allá… Para que después me dijeran que no funcionaba. Vaya siete cuadras por esta calle y dos por la otra…
Cuando creí que me caería desmayada en medio de la calle, con la sangre corriéndome como una canilla abierta, llegué a la Clínica Mater Dei de Neuquén, donde por primera vez me atendió un doc sensible.
-¿Puedo pasar al baño?
-Por supuesto, akí.
Después, mientras preparaba el ecógrafo, iba completando la historia clínica. Cuando me preguntó el domicilio, le respondí:
-25 de Mayo Viejo, La Pampa.
-No me diga que usted es de ese pueblo… Mi padre fue el primer médico allá tantos años…
-¿Kien era?
-El Dr. Vieytes. Y somos médicos mi hermano y yo.
Me contó que ya había fallecido su padre, el querido doc del pueblo. Nos pusimos a hablar de las carencias de la salud pública de los tiempos de su padre, recordado y querido por todos, y las ausencias del Estado, años después, como si no hubiera pasado nada más que el tiempo.
-Pero ¿cómo está caminando así?- dijo cuando vio la ecografía. Supuse una septicemia con un bebé fallecido vaya saber desde cuándo, porque me dio la orden para un legrado urgente en el sobre con la ecografía y me llevó en su auto al hospital, donde la ambulancia había regresado sin mi…
Después de mi internación pedí los dos libros del hospital veinticinqueño, el de quejas y el de agradecimiento. De queja por ese calvario infame que describí minuciosamente y el de agradecimiento por la excelente internación y la cálida atención de todo el personal.
Por eso yo lucho por el derecho al aborto hospitalario, pero también por el respeto a la libertad de conciencia del personal que realice el legrado. Que haya tanto respeto hacia quien no está de acuerdo por su ética como, fundamentalmente, por el derecho a la atención humanitaria para quienes pasamos por esa crítica situación, tan vulnerable.
También lucho porque si viviera en el pueblo esperando un bebé quisiera tener la cálida atención de la Clínica Mater Dei de Neuquén con un doc sensible como el hijo del Dr. Vieytes.
Si así fuera se podría haber evitado la tortura que padeció esa beba veinticinqueña recién nacida a quién le quemaron una piernita porque en el hospital del pueblo no había calefacción para la revisación de neonatología. Se quemó con una estufita y la salvaron porque la atendieron en Neuquén.
25 de Mayo aporta millonadas al Estado por las regalías petroleras, sin embargo parece que no regresa al hospital público ni un sope. O bien desaparece en el camino la guita que quedará en los bolsillos de los políticos.
Tal vez con una cooperadora fuerte, podamos lograr que cada hospital público sea como en los tiempos de Evita. Una cooperadora que vaya completando lo que falta y le pase las facturas al Estado, quien es el responsable de que nuestros impuestos vayan donde corresponda.
No como ahora que la salud y las escuelas dan calambre. Un claro ejemplo es esa historia tan terrible de esa escuela donde murieron el portero y la vicedirectora, tan sensible, que había reclamado durante tanto tiempo por esa pérdida de gas en ocho notas al dope, como seguramente hará cada director de hospital público.
Si Evita y el Che, medico sensible, vieran hoy el estado calamitoso de nuestra salud pública, seguramente investigarían por qué los de arriba se hacen los otarios y no hacen nada más que esperar que pase el tiempo, involucrados en vaya a saber qué negociados infames con nuestros impuestos.
Pero nosotros sí podemos hacer algo empoderándonos como pueblo unido. Un claro ejemplo es esa escuela secundaria de la avenida San Martín de San Antonio Oeste, que cuando tuvo las paredes electrocutadas, se cerró la escuela hasta que se hicieran absolutamente todos los arreglos, tal vez con la cooperadora. Se arreglaron los techos y se dejó todo piripipí.
Yo escuché la entrevista que le hicieron en la radio al ex intendente cuando le preguntaban por qué se había gastado tanto dinero, con el tonito de la Su preguntando si acaso era un Sheraton. Porque las boletas se las pasaron al intendente que era el responsable de dichas obras. Lo que ignoro es si les devolvieron ese dinero que seguramente fue obra de los padres y profes de la escuela.
Pero las clases no se cortaron, porque ya sabemos a qué se dedican los chicos sin clases: al más puro alpedismo, engrosando la larga fila de ignorantes que seguirán votando a cualquiera que les prometa el oro y el moro. Lo primero que haré será reducir la inflación, que es una gilada… Y bajaré el impuesto a las ganancias a los trabajadores…
Parecían las promesas del salariazo del infame senador con mil condenas que está sentadito allí votando contra el aborto legal.
Los chicos tuvieron sus clases en diferentes espacios, en los bomberos, en salones de club y vaya saber dónde más. Porque se veían los inmensos cartelones de AQUÍ ESTAMOS CON LAS CLASES HASTA QUE ARREGLEN NUESTRA ESCUELA.
Son esas misteriosas soluciones de nuestros pueblos tan provincianos… En el hospital sanantoniense, en una sala de ginecología un sobrio pañuelo verde y un cartelito “CONTÁ CON NOSOTRAS” y en otra de obstetricia un pañuelo celeste y el cartelito “CON NOSOTRAS NO CUENTES” resuelven creativamente posturas antagónicas.
Si el aborto en una clínica cuesta hoy una suma inaccesible para nosotras, las mujeres de pueblo, estamos subsidiando esas clínicas con nuestras obras sociales y medicina pre-paga. Si se realizaran en los hospitales, esa guita regresaría a la salud pública, tantos pesos por anestesia, otros por internación y demais.
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.