El imperio de lo imaginario o la teoría de la horda
El cielo de la tarde otoñal amenazaba una inminente garúa, y Chito, al salir de la gran farmacia, se sentía extrañamente feliz. Desde hacía más de tres horas había estado recorriendo el ex “Gran Buenos Aires”, desde Tapiales hasta Quilmes Oeste, pasando por la Ciudad de la Furia, y no había sufrido ni un solo percance digno de mencionar de todos aquellos de los que a diario nos depara nuestro querido pago chico.
Extrañamente no había visto ningún choque, ningún robo, ni siquiera un escruche o una pungueada en el subte, ni tampoco a los transeúntes o conductores discutiendo. Aún hasta pasando por el Congreso en el día de la “marcha de jubilados del 9-4”, apoyada por ambas CTAs y “la oposición”, o al recorrer la siempre impredecible Plaza Constitución, siquiera lo había picado un aedes aegypti hembra -ni tampoco macho-, ni había tenido el honor de convertirse en feliz albergue transitorio de unas pobres pthirus pubis homeless al acudir (obligado) a los temerarios baños públicos de la Estación, a riesgo de eludirlos y “disgraciarse”, sin llevar un calzón limpio de repuesto en la mochila.
Ni los avatares del Roca, ni las pérfidas máquinas validadoras de la SUBE, ni los impiadosos pasajeros, guardias de seguridad, horarios, frecuencias interrumpidas, cortes de vías o bultos que se menean habían atentado contra su parsimoniosa calma, y hasta los álgidos fields de la UGD de PAMI, más el “laboratorio asignado”, o el temible sistema de medicamentos, con su visita a la impredecible cita con la “farmacia adherida” habían podido derrotar la victoriosa marcha de un día casi soñado: ¡CHITO NO HABÍA TENIDO NI UN SOLO PROBLEMA, SIN TENER QUE SER PARTÍCIPE, NECESARIO O NO, DE NINGUNA DE ESAS CONTINGENCIAS IMPREVISTAS PERO RECURRENTES IN AETERNUM, TAN DE ARGENTINA!
Ahora caminaba los cincuenta metros que lo separaban de la parada del 583B para regresar a la populosa estación Quilmes, a menos de un kilómetro de distancia.
Llevaba en la espalda, en bandolera sobre el hombro izquierdo, su mochila “de asalto” de tamaño medio con unos diez kilos de ropa para lavar -dado que aún seguía viviendo en un “barrio privado… privado de gas, privado de baño y privado de lavadero por las diversas reparaciones y tristes avatares que el consorcio de copropietarios le deparaba hacía meses- y en su mano derecha iba la notebook en su estuche portable, más la bolsita “verde esperanza” con los medicamentos del mes, bamboleándose alegremente.
A menos de cien metros, ya en la parada, vio que se recortaba la silueta del bus en cuestión, agazapada, casi escondida detrás de otros dos colectivos, y en actitud de huída, sin mirar, ni ver, ni parar, un colectivo de la línea 583 con cartel de Estación Quilmes intentaba pasar desapercibido.
El Viejo Chito, con gestos difícilmente no visibles, logró que “la unidad” se detuviera… a dos metros de la orilla de la acera, desde donde la bestia aguardaba impaciente que el inoportuno pasajero subiera.
Cargando con su bagaje, Chito transitó a medida velocidad la distancia que lo separaba del pescante, y subió el alto escalón colgándose de los pasamanos, para no hacer tanta fuerza con las rodillas… y la mochila se le descolgó del hombro desestabilizándolo… bastante.
-Quilmes estación, por favor…-.
-¿Adónde?- rumió el chofer.
-A la Estación de Quilmes…- reiteró Chito, mientras el obrero del volante avanzaba a los tirones, sin cerrar la puerta, haciéndole errar con la SUBE el “recuadro de carga” al trastabillar, que con un gesto de molestia el chofer volvió a cargar en la “validadora”.
El pasaje era escaso, no más de diez personas, y los dos primeros asientos estaban vacíos. Chito depositó sus pertenencias en el piso, y sentándose con calma, buscó sus gafas y el celular para ver el horario de trenes “online”.
-Ahí no se puede sentar, tiene que ir atrás…- le sugirió casi socarronamente amable el chofercho.
-Perdón… ¿cómo dice? No lo escuché bien…-.
-Que ahí no se puede sentar, tiene que ir a los asientos de atrás…-.
El Viejo Chito se sintió como si hubiera entrado en la máquina del tiempo, y transformado en residente afroamericano descendiente de esclavos, estuviera ahora en un bondi en el Detroit de los ’60, con los asientos del fondo pintados de negro, reservados amablemente para su uso exclusivo.
-Disculpe señor… no entiendo por qué…-.
-Porque usted es “discapacitado” y ahí no puede viajar- espetó el todopoderoso chofer con un gesto de suficiencia y autoridad.
-Mire señor, creo que usted primeramente está equivocado. Y como segunda acotación le pregunto: ¿qué técnica o conocimiento utilizó para discernir que yo soy un “discapacitado”?-.
-Y… lo vi subir, y que apenas podía caminar, y casi caminar, y subir a la “unidad”… entonces, ahí no puede viajar… mire si freno y se cae-.
-Nuevamente le digo: es una apreciación errónea. Por lo tanto, no pienso ir a ningún otro asiento, dado que aquí, yo y mis bultos nos sentimos muy cómodos…-.
-Pero usted se tiene que pasar para atrás… ¡es el reglamento! ¿O no lo va a obedecer y a mí me harán una multa?-.
-Realmente no entiendo su temor, ni por qué le harían una multa, cuando al momento de subir yo “a su unidad” cometió tres infracciones seguidas sin siquiera mosquearse: no se arrimó al cordón, obligándome a subir a dos metros de la vereda, arrancó a mayor velocidad de la permitida, y ni siquiera cerró la puerta del bus, muy preocupado en pensar que me podía caer… con la puerta abierta-.
-Bueno, haga lo que quiera, yo le digo que así no puede viajar. O va para atrás, o se baja… o si no, no sigo-.
-Lamentablemente, su señoría, no pienso hacer ni una cosa ni la otra, porque no hay ninguna ley explícita que respalde lo que usted dice, por lo que le sugiero que continúe su ruta…-.
– Ah, bueno… ¿entonces querés que pare y no siga? Yo no sigo – reiteró parando el móvil en mitad de la Avenida 12 de Octubre, con los consiguientes bocinazos de protesta sonando desde atrás, para repetir “amablemente”: -¡O te vas para atrás, o te bajás, o no sigo y quedamos parados acá!-.
-Señor, haga lo que estime conveniente. Pero lo que usted dice, no es cierto, por lo tanto, en mi derecho de no ser discriminado, elijo quedarme sentado en este lugar-.
-Ah, bueno, entonces no sigo, y voy a llamar a la policía…-.
-Haga lo que estime conveniente-.
Una mujer mayor, aunque seguramente menor que Chito, se acercó desde atrás para enrostrarle lo siguiente: “por su culpa voy a llegar tarde a mi trabajo… si usted no tiene nada que hacer no juegue con el tiempo de los demás, y hágale caso al conductor…”.
-Señora, lamento que usted tenga este inconveniente, pero a quien le debe exigir que siga, es al colectivero. Yo no pienso ceder a una exigencia falsa y caprichosa de este individuo…-.
-¡El caprichoso es usted, que no piensa en los demás y nos perjudica a todos!-.
-Estimo que también está equivocada… y que realmente no puede discernir quién es el que la está importunando… hable con el señor conductor, y exíjale que siga. Yo, en defensa de mis derechos y de las leyes que me amparan, no pienso moverme-.
-¡Usted es un maleducado egoísta!- terció otra dama, mientras el conductor tecleaba su celular, y hablaba con quién sabe quién, descendiendo del vehículo, gesticulante, mientras las damas en cuestión hacían causa común despotricando contra Chito, que muy gentilmente les refirió:
-Señoras, yo no tengo por qué dialogar con ustedes, ni siquiera escucharlas… por lo que les pido que por favor, no me vuelvan a dirigir la palabra. Y si estiman que deben llamar a la autoridad pública para actuar en este diferendo, lo hagan, pues están en todo su derecho…-.
El colectivero volvió a subir, el pasaje le preguntó si iba a seguir o no, el tipito insistía que si Chito no se corría “atrás” o se bajaba no seguía… y que si Chito seguía sin obedecerlo “iban a terminar todos en la comisaría”.
Chofercho volvió al volante, arrancó “la unidad” y ante la pregunta del pasaje de “si va a seguir” contestó que no, que iba a correr “la unidad” para no obstruir más el tránsito. Continuó doscientos metros su recorrido, para estacionarse en una esquina, distante a cien metros de la Comisaría Quilmes Primera. Mientras lo hacía, hablaba al pasaje instruyéndolo con que Chito, con su actitud, era el responsable de todo… y que necesitaría dos testigos de todo lo ocurrido cuando llegara la policía… que estaba estacionada en un móvil, justamente enfrente.
Mientras el pasaje hostigaba o intentaba convencer a Chito de “deponer actitud de defensa de sus derechos” con los más diversos recursos que oscilaron desde que “llegaban tarde al trabajo”, o que “una señora pierde el turno en el médico”, o que “una niña autista se había asustado y descompuesto y estaba llorando por su culpa”, -Chito se dio vuelta y vio que entre la decena de pasajeros no había ninguna niña autista llorando, por lo que gentilmente contestó a la mujer: si es así, deberían llamar una ambulancia…- y mientras el señor obrero del volante los instigaba a denostarlo y casi, lincharlo públicamente, Chito parsimoniosamente les respondía que quien no seguía sin mediar una causa cierta y sí un capricho, era el conductor… y que debían radicar sus quejas en su ventanilla, y no en la de él… y a la par dos veces le contestaba al chofer…
-¡Muy bien, muy bien! Ahora usa la táctica de la horda, al nombrarme “Enemigo del Pueblo”… ¡Enemigo del pueblo, enemigo del pueblo!- gesticuló Chito, y la horda allí pareció más ilustrada y calló de inmediato sus protestas… o simplemente sucedió que varios bajaron del vehículo al unísono, cuando Chofercho les indicó: “ahí está la otra unidad, suban a esa porque ésta no sigue”.
Afuera, otros dos patrulleros se sumaban al primero detenido, y el amable trabajador-conductor de masas descendía de “su unidad” para franquear al pasaje el ingreso gratuito a la “otra unidad”, y hablar con los policías, que ya rondaban el bus en número de seis, de ambos sexos, mientras las “testigas voluntarias” seguían a bordo de “la unidad” diciendo: ¡Tiene razón el chofer… yo me quedo para que a este tipo se lo lleven preso… bráse visto!
Con parsimonia y una sonrisa poco convincente, “un masculino y una femenina” de la policía de la Provincia de Buenos Aires subieron al pescante del bus seguidos del conductor, y desde allí el masculino uniformado, con una mirada “periférica”, pareció inquirir a Chito, mientras la mini horda hacía ominoso silencio.
-Señor, buenas tardes… ¿Qué pasó?-.
-Buenas tardes señor… ¿me pregunta a mí?-.
-Sí, cuénteme que pasó… qué problema tuvo…-.
-Yo ninguno… quien tuvo problemas para continuar con su trabajo fue el conductor…-.
-Claro, pero él no puede seguir porque usted no puede estar sentado aquí…-.
-Y yo digo que no hay ninguna ley que me lo impida… y si usted estima que sí, cite dos testigos, dígame que ley estoy infringiendo, y si corresponde, me lleva detenido, y se terminó la disputa…-.
-No… yo no puedo hacer nada. Este es un problema entre partes… no puedo ni debo hacer nada-.
-Bien… y si usted no puede ni debe hacer nada… por qué está aquí y seguimos con una conversación que si no es obligada, no tengo por qué seguir. O siga con su trabajo, o haga que el colectivo siga su camino, y listo…-.
Desde atrás se escuchó un murmullo de descontento de los tres o cuatro pasajeros que quedaban, cuando el agente de la ley y el orden volvió a cargar sobre Chito:
-Mire señor, si usted es discapacitado, no puede encapricharse en viajar allí-.
-¿Y cómo usted asegura que soy discapacitado?- contestó Chito.
-¿Usted es discapacitado?- preguntó el agente comenzando una nueva ronda de “cuento de la buena pipa”.
Divertido, Chito se irguió en toda su medida, firme como granadero, mientras el “oficial” con gesto preocupado le decía… ¡No, no se levante!- entre asombrado, y casi, autoritariamente pasivo.
Chito hizo caso omiso al gesto de “contenerlo” del policía, dio un paso hacia atrás en el pasillo, ante el asombro del resto del pasaje expectante, y llevando los brazos hacia adelante cuan viejo practicante de calistenia, realizaba impecables flexiones de piernas, hasta llegar casi al piso “de la unidad”. Incorporándose acto seguido, en una secuencia que repitió cinco veces, y mientras al detenerse daba vueltas en círculo a izquierda y derecha, le preguntaba al agente: -¿A usted le parece que estoy “discapacitado” de alguna forma?- mientras detenía los giros y bailaba alegremente, a los saltitos, en la misma forma desopilante, sonrisa en ristre, que Popeye el marino…
El pasaje “testigo” no resistió más e hizo mutis por el foro por la puesta del fondo, para correr a subir a un nuevo colectivo que arribaba, mientras el “oficial” intentando imponer su autoridad le contestaba a Chito: -¡Yo le hice una pregunta, no me responda con otra pregunta!- apreciación a la que Chito respondió sentándose de nuevo parsimoniosamente al lado de sus bultos, en el primer asiento del colectivo.
-Señor, le estoy respondiendo con hechos… creí que sería más perspicaz… no, no soy “discapacitado”. De hecho, es un derecho que no ejerzo, simplemente, por no cumplir los requisitos necesarios para serlo, ni los médicos cuando lo solicité alguna vez, no tuvieron el ojo clínico (para evaluar en forma y peso vivo) ni el talento del “conductor” en cuestión-.
-Pero usted con su actitud, está haciendo que toda esta gente se perjudique…-.
-Se equivoca Agente…-.
-Teniente…-.
-Se equivoca, Teniente, quien lo está haciendo sin razón, es el chofer y no yo…-.
-Pero mire, recapacite… usted es un hombre grande…-.
-Justamente… y estoy persuadido de que si yo no defiendo mis derechos, no lo hará usted ni nadie… por lo tanto, le pido que por favor, si considera que estoy infringiendo alguna ley, me detenga, o me obligue a descender del bus con su “fuerza pública” y de no corresponder ello, le diga al chofer que siga con su recorrido-.
-Mire… yo pienso igual que usted, pero imagine que…- intentó Don Teniente convencer por vía imaginaria al rebelde Chito.
-Yo no tengo que imaginar nada, estimado. Si hay un delito, me detiene… y si no, hace seguir la colectivero. Es sencillo… las leyes no son imaginarias. Son, o no son-.
-Con usted sentado acá, no va a seguir…-.
-Bien… pues entonces, seguirán pasando las horas, sin definirse la controversia-.
Mientras tanto, alrededor del colectivo se situaban estratégicamente para realizar el asalto final “a la unidad” otros cinco policías, y un tercero se sumaba a la pareja inicial junto al pescante, a la par que el televisor del bar frente al bondi detenido mostraba desde TELEFÉ Noticias cómo una horda de motochorros, casi en vivo, asaltaba a varias personas en “algún lugar del conurbano”, u otros “saltarrejas” entraban a una propiedad en modo “robo piraña”, y los entrevistados comentaban que la policía llegó “una hora después de los hechos y las denuncias” para citar que “no podían hacer nada, porque no tenían medios ni personal para combatir al delito”, y a la par, los uniformados desplegados que espiaban decían a media voz: “son todas mentiras”.
Para dar apoyo a su compañero de armas, la voluminosa “oficiala” (que parecía ser de menor grado que el Teniente) se acomodó las charreteras para terciar:
-Mire caballero, yo no le voy a hablar como policía, sino como usuaria del transporte público…-.
-Mire señora, si no se dirige a mí como funcionaria pública, no me interesa dialogar con usted…-.
-¿Se da cuenta con esa actitud el daño que está haciendo? Está causando que un servicio público se detenga por su culpa-.
-Por la mía no… será por la irresponsabilidad del “conductor designado”. ¿Le han hecho el control de alcoholemia y drogas? Yo realmente, no sé si corresponde viajar con un energúmeno de este calibre al volante-.
-Discúlpeme, pero el que está infringiendo la ley…- se enardeció amablemente la agente Doble Ancho que transpiraba profusamente.
-Bueno, si por favor me explica con qué, y si un acto es punible de detención, la invito a que me lleve detenido…-.
-No, es una norma interna de la Empresa reservarse el derecho de admisión…-.
-¿En un transporte público, con normas clarísimas establecidas por la Secretaría de Transporte?-.
-Que usted con sus caprichos no respeta…-.
-¿Me podría decir cuál?-.
-La que dice que usted no puede sentarse aquí, porque es discapacitado-.
-Pero yo no soy discapacitado…-.
-Bueno, entonces tampoco puede sentarse acá porque éstos asientos son reservados para discapacitados, tiene que ir al fondo… lo dice la ley, está ahí, escrita en la pared del colectivo…-.
-Al parecer las leyes cambian a cada instante a gusto de quien las interprete… casualmente recién sostenían lo contrario. ¿Me podría decir a que ley se refiere?-.
-Yo no tengo por qué saberlo, está escrito ahí. Yo no tengo por qué saber todas las leyes. Si quiere saber qué dice, búsquelo por internet…-.
-¿Y si usted no sabe qué dice la ley que invoca, como auxiliar de la Justicia, cómo la va a hacer cumplir… por la fuerza y porque se le antoja?-.
-La amabilísima agente Doble Ancho se puso colorada de impotencia, e iba a continuar la discusión perdida, cuando su compañero superior le hizo una seña tipo “cortala”, y le pidió que atendiera las necesidades de Choferto, que como suricata ansiosa cogoteaba desde el asfalto. Con un mohín entre de disgusto y promesa a cumplir, tipo “ya te voy a agarrar a vos, viejo e mierda”, se bajó del pescante.
-Bueno señor… yo le pido por favor que recapacite… yo opino igual que usted, pero no puede interrumpir un servicio público, porque con usted sentado acá el chofer no va a seguir. Está atentando contra la lógica y el buen orden público-.
-Bueno, entonces, deténgame…-.
-Mire que yo lo puedo hacer bajar por la fuerza pública, ¿eh? Tengo el personal esperando… -mientras, afuera, ya había una decena de uniformados prestos al asalto, y el grupo frente al pescante sumaba seis ansiosos efectivos, como jauría que espera que suelten a la zorra, Chofercho incluido.
– Bueno, pues lo invito a que si es legal, lo ejecute, y si no lo es, conmine al empleado de la empresa de colectivos, del servicio público, a que lo haga y siga viaje-.
-Pero señor, entiéndame… si no me hace caso, y el oficial del servicio de calle me lo ordena, lo voy a tener que hacer bajar por la fuerza…-.
-Entonces el abuso será responsabilidad del Oficial de Calle, y no suya… aunque su “obediencia debida” sin respetar las leyes, también podría ser un delito.
-Mire… haga como le parezca, pero yo tengo orden de despejar la vía pública y dejar seguir el servicio… y voy a pedir órdenes…-.
Ya no quedaba nadie en el interior del colectivo, a Chofercho la “oficial” Doble Ancho le tomaba “una declaración” mientras transpiraba profusamente la gota gorda, pese al vientito frío y la tenue llovizna que, como Patoruzito, aparecía y desaparecía…
El Viejo Chito, muy divertido con el rumbo del incidente, se preparaba mentalmente para resistir el próximo embate autoritario solito, y con sus derechos y conocimientos en ristre como único escudo, cuando se le ocurrió mirar la hora. Eran las 14.50, y hacía más de una hora que el bondi dormía la siesta en la esquina de la temida y brava Taquería Quilmeña 1.
-Ya fue, me cansé…- pensó Chito, pero sin intención de entregar armas y deponer actitud defensiva de sus derechos, se incorporó…
El oficial, nuevamente subió al pescante y le inquirió:
-¿Se va a bajar?-.
-Usted tiene razón, me ha convencido…- y tomando sus bártulos, se incorporó para simplemente sentarse cómodamente dos asientos más atrás.
-Bueno, listo, podemos seguir-.
-¿Qué hace… qué dice…?-.
-Pues que recapacité y usted tiene razón, no vale la pena por defender mis derechos hacer perder tanto tiempo a tanta gente que no sabe qué hacer, pero cree que “la lógica de la horda” le da la razón. Ya está, hice lo que quería el imberbe dueño del colectivo: me senté atrás. Ahora dígale que puede seguir, ya no hay supuesta infracción que sea impedimento para que continúe con el servicio…-.
-Pero ahora ya se fue toda la gente…-.
-Pero yo aún estoy acá, y tengo un pasaje que quiero que se respete…-.
-Uhhh… no puede ser… ¡pero mire que al chofer le dieron orden que corte el recorrido y vaya a las oficinas…-.
-¡Vaya, qué contrariedad! ¿Y podría decirme…- contestó Chito con cara de ángel caído- por qué no me lo dijo antes, así nos íbamos todos, y sanseacabó?-.
Tomando su mochila, el porta laptop, la bolsita de plástico verde con los medicamentos de PAMI, y con una sonrisa socarrona en los labios, Chito saludó tocando la visera de su gorra al Teniente, y se retiró, como el resto del pasaje, por la puerta trasera.
Iba tranquilamente hacia la parada, porque se acercaba otra unidad del 583 B. Calculó el tiempo, volvió sobre sus pasos, quedando a espaldas de Chofercho, que con todos los vigilantes como escuchas, despotricaba contra “ese viejo loco”. La muchachada uniformada se puso en guardia, como custodia de Reagan el día del atentado, cuando Chito les sonrió, y dirigiéndose a Chofercho le consignó: ¿Viste que tenés que aprender mucho para poder ser un psicópata autoritario de verdad? Ah… y por favor pará el que viene y decile que me lleve porque te cortaste, y no pienso pagar otro pasaje…
Por las dudas, el Teniente ya había detenido al nuevo “interno”, indicándole que llevara a Chito “sin cargo”, y él, con resignación, que subiera, sin siquiera preguntarle al Viejo su nombre, ni quién carajo era.
Chito sonreía cuan Patán después de una pillería, cuando por el rabillo del ojo comprobaba que Chofercho, rojo de ira, subía a su sacrosanta “unidad” y, como buen obrero del volante, salía pitando hacia quién sabe dónde.
Epílogo
Chito llegó a Los Tapiales al atardecer de un día agitado. Al arribar a su piso abrió la puerta, y ahí estaban tomando unos mates el Peláo con Trenzas junto al amigote de Chito, el loquísimo Canario Negro.
La visita okupa saludó a Chito con algarabía, y después de dos termos de agua hechos mate, reían con las ocurrencias de el Viejo, y sus encuentros cercanos de todo tipo.
-¡Qué loco, Chito, la justicia popular panelística de nuevo en acción!-.
-Sí Canario, tal cual. Vivimos en un lugar donde las víctimas son victimarios, y donde la razón o las leyes importan un bledo ante la opinión de “la horda”… hasta que la horda va en cana como rugbier patotero en el Le Brique de Villa Gessell… ¡porque no sabían que patear a alguien hasta matarlo era un delito!-.
-¿Viste Chito, que no solo acá impera el criterio de “la horda primitiva consorcial” por sobre toda ley y derecho basado en el radiopasillo?- le contestó Vicentiano-, recordando la última aventura de Chito en diciembre con “La Justicia Sonámbula”.
Canario Negro lo miró inquisidor, para preguntarle sin más miramientos y a rajatabla…
-Viejo Chito… ¿y qué pasó con la “Banda de los Consejeros”, que no hay gas en todo el edificio y el baño, la cocina y el lavadero parecen Kosovo después de un bombardeo, desde hace como seis meses?-.
– ¿No les conté? Uhhh… pero bueno… ¡mejor que esa historia diabólica quede para la próxima!-.
Columnista invitado
Juan Rozz
Historietista, guionista, cuentista, escritor. Columnista en Revista TUHUMOR, edición digital, colaborador en NAC & POP Red Nacional y Popular de Noticias. Autor del libro “Historias de Desaparecidos y Aparecidos”, Acercándonos Ediciones. Creador de “El Caburé Peña de Historietistas” y “El Caburé – Cooperativa Editorial”. Creador, productor radial y columnista de “Gorilas en La Plaza” – EfeEmeUnydos. Colaborador en “Rebrote de la Historieta Argentina”. Colaborador en “Web Guerrillero” – Periódico Digital Internacional. Colaborador en “Museo de la Palabra” – Fundación César Egidio Serrano.


