Yo elegí la vida; canto de identidad y resistencia
No quise bajar la cabeza,
aunque un día me ataron las manos,
me vendaron los ojos
y creyeron que el miedo me partiría el alma.
Y elegí mirar desde adentro,
aprenderme de memoria las grietas del silencio,
cantar en la celda bajito como si fuera un altar,
y forjar con un cordón de mi zapato una cruz que no pedía permiso para brillar.
No quise hacerme el dormido
cuando la historia me tocó la puerta,
cuando el pueblo marchaba con los pies rajados
y los sueños en alto.
Y elegí salir a la calle,
sembrar en las plazas,
defender al hermano como quien defiende a Dios,
porque sí,
porque era justo,
porque alguien tenía que hacerlo
y porque yo también era hijo del pan y la esperanza.
No quise ser uno más.
Y elegí ser muchos:
ser bancario con conciencia,
ser seminarista con mirar transparente y sin sotana,
ser padre con ternura desobediente,
ser voz entre los que no tenían voz
y memoria entre los que no la podían contar.
Y cuando me echaron del país
con el pasaporte en la mano y un destino incierto,
no elegí el odio.
Elegí el regreso,
aunque tardara años,
aunque me doliera cada vez que sonaba un tango lejos de mi patria.
Elegí volver muchas veces, lleno de abrazos y caricias
con los bolsillos cargados de regalos y canciones.
No quise vivir resignado.
Y elegí el humor,
la risa que desarma,
el canto que desflora el dolor,
la guitarra que consuela
cuando la entrega sin condición se hace prisión.
Elegí también equivocarme,
porque vivir no es un acto perfecto
sino una danza desequilibrada con el destino.
Y me perdoné.
Y abracé mis cicatrices como quien acaricia el rostro de un viejo amor.
No quise quedarme en el lamento.
Y elegí escribir.
Contar mi historia para que otros se reconozcan.
Dejar mi nombre grabado en la historia anónima de los valientes.
Porque, sí:
fuimos una generación de locos hermosos,
de forjadores de futuro y esperanzas,
de soñadores sin tregua.
Y aunque no elegimos todo lo que nos tocó,
elegimos cómo mirarlo,
cómo llevarlo,
cómo cantarlo.
Y yo -que nací varias veces-
elijo, aún hoy,
vivir con los ojos bien abiertos,
con el corazón en las manos
y con la alegría tozuda del que sabe
que morir se muere una vez,
pero vivir,
vivir de verdad…
eso hay que elegirlo cada día.
Marucho
Con voz de secuestrado, exiliado, cantor, bancario, seminarista, emprendedor, periodista, educador y hombre que sigue caminando
Columnista invitado
Mario Santos Amézqueta
Nació en Mendoza en 1946. Próximo a cumplir ochenta años, su voz sigue sembrando versos como quien riega una viña antigua. Su vida estuvo marcada por giros intensos: ingresó joven al seminario, donde la fe y las humanidades templaron su vocación de servicio. La guitarra y la palabra lo llevaron a villas de emergencia y patronatos de menores, siempre al lado de los más olvidados. Estudió periodismo, ciencias políticas y sociales y psicología, y fue docente universitario hasta que el golpe militar de 1976 lo convirtió en preso político y luego en exiliado. En Ecuador fundó agencias, publicaciones infantiles de pedagogía escolar, productoras audiovisuales y una organización de los niños por la paz. En España reinventó sus manos como artesano, mientras su pluma se abría en diarios y poemas. Hoy, después de haber vivido en tres países y atravesado tantas estaciones, continúa escribiendo con la misma vocación que lo sostuvo siempre: servir, compartir y dejar testimonio. Su obra literaria -intensa, cercana, marcada por la esperanza- es el fruto maduro de una vida que nunca se rindió.


