Cierro puertas, abro nuevas,
la vida nunca termina,
cada tramo que se cierra
otro rumbo se me inicia.
Ochenta años me sostienen
con raíces encendidas,
no me pesan, me confirman
que la memoria es semilla.
Tengo salud todavía,
tengo el mar que me acaricia,
una guitarra que suena
y un desierto que me abriga.
Camino libre y sereno,
ya sin culpas que lastiman,
lo que fui me da raíces,
lo que soy me da la brisa.
Sostengo manos cansadas,
escucho almas que suspiran,
acompaño en la partida
y en sus ojos Dios me mira.
No me despido del todo,
mi esperanza se arremolina,
cierro un tramo del camino,
otro claro se avecina.
Y si alguien me preguntara:
-¿Qué te queda todavía?-
responderé con el alma:
esperanza compartida.
***
Libre soy, y así camino,
con el alma agradecida,
sin cadenas que me atajen,
sin temores que me inhiban.
Y si el bandoneón del tiempo
marca el pulso en cada esquina,
yo lo sigo, firme y manso,
porque sé que Dios me guía.
Que suene fuerte este tango,
que resuene en la avenida:
todavía estoy de fiesta,
todavía tengo vida.

Columnista invitado
Mario Santos Amézqueta
Nació en Mendoza en 1946. Próximo a cumplir ochenta años, su voz sigue sembrando versos como quien riega una viña antigua. Su vida estuvo marcada por giros intensos: ingresó joven al seminario, donde la fe y las humanidades templaron su vocación de servicio. La guitarra y la palabra lo llevaron a villas de emergencia y patronatos de menores, siempre al lado de los más olvidados. Estudió periodismo, ciencias políticas y sociales y psicología, y fue docente universitario hasta que el golpe militar de 1976 lo convirtió en preso político y luego en exiliado. En Ecuador fundó agencias, publicaciones infantiles de pedagogía escolar, productoras audiovisuales y una organización de los niños por la paz. En España reinventó sus manos como artesano, mientras su pluma se abría en diarios y poemas. Hoy, después de haber vivido en tres países y atravesado tantas estaciones, continúa escribiendo con la misma vocación que lo sostuvo siempre: servir, compartir y dejar testimonio. Su obra literaria -intensa, cercana, marcada por la esperanza- es el fruto maduro de una vida que nunca se rindió.













