Los que mandan le bajaron el precio a poco andar. Lo marcaron como comunista para estigmatizarlo. A pesar que luego de un pasado radical intransigente abrazara la ideología marxista leninista, no por ello su vida y su obra valdrían menos. Muy por el contrario, desde siempre fue la voz de los que nunca podían expresarse. Eran años en los que el orbe estaba partido en dos y millones sufrían las políticas de hambre de un capitalismo que hace décadas está en retirada, pero falta mucho aún para que deje de hacer daño.
Este hombre enooorme que parió nuestra tierra nunca fingió lo que no era y sin dejar de escuchar los padecimientos de su pueblo, logró interpretarlo desde las bellas poesías que escribió, muchas de ellas ellas musicalizadas por artistas de fuste de la argentina y de todo el planeta. Su voz de caverna portentosa estaba subrayada por esa personalidad única que lo hacía distinguirse en cualquier contexto. Por eso lo persiguieron y una y mil veces trataron de acallarlo. Pero los sueños aún le debían nuevos amaneceres.
Necesito que me ayudés a dar cuenta de su tarea literaria tan monumental como exquisita. Si te parece, haceme llegar fotos, ilustraciones, anécdotas que tengan que ver con ese legado que es necesario rearmar entre todos. Hay mucho en juego, no solamente visibilizar lo que muuuchas veces nos escamotearon. En estos tiempos de disolución nacional que perpetra la ultraderecha, volvamos a encontrarnos con sus versos contundentes, donde la ternura y la lucha por un mundo nuevo siempre convivieron en armonía con lo mejor de nuestra gente.
El Telar de la Vida
La vida es frágil
y está siempre expuesta a las lastimaduras,
que se quiebra la rama que cae el rayo
y mata o incendia grandes bosques
y mueren fauna y flora ateridas,
esa inerme existencia de las pequeñas vidas.
Luego vuelve el silencio
e imepra la ceniza.
Decenios y decenios, tal vez siglos
y, ya fósil abajo, son tumbas geológicas
de materia dormida.
Cuando vuelva la lluvia, arriba,
en la epidermis terrestre del planeta,
el sol, la luna, el parto
de una semilla a salvo,
frágilmente increíble, regresará lo verde
por la savia del árbol como un río
hacia arriba.
Con el viento padrillo, preñador
a destajo,
parpadeará el cogollo, la flor de las praderas
y volverán los pájaros a la rama y al nido.
Hay que tener paciencia porque la muerte
es frágil.
Tanto como la vida.
Después, en la opulenta lujuria del verano,
las aguas violarán los ríos apacibles,
las quebradas, las rocas, el sexo del paisaje
y otra vez, otro siglo dormirá su rotura
como si fuera el último yacimiento de olvido.
Esto dijo el Amauta y se bebió el silicio.
El Telar del Enterrado
La identidad es un emprendimiento
de vasta, de una desmesurada dimensión.
Las raíces, de hondas, se vuelven inasibles.
Uno se ve brumoso a luz del paisaje
y tiene una memoria que en realidad no tiene.
¿Por qué perdura entonces? ¿Por qué insiste?
Y más: ¿Por qué nos busca en las vidas remotas,
en estas vidas breves, con la misma obcecada,
obstinada obsesión?
¿Por qué yo leo el aire? ¿Por qué la sed de hondura?
siempre creo que estuve ya en la luz de este valle,
que he mirado esos rostros y esos silencios altos
donde mis dioses mudos ya no son ni oración.
¿Quién soy, si soy? ¿Soy el que está durando?
Soy el que ha partido o el que está llegando
a su ser, a su uso infinito de estar de sólo estar?
¿Cuánto polvo me habita? Y aún, ¿cuánto barro?
¿Qué de mí está enterrado? ¿Hasta qué edad de olvido?
¿Quién me dejó olvidado en esta eternidad?
Digo el lugar: América, por señalar un ámbito
o dar de cielo a cielos señal de identidad.
Yo soy el enterrado, el poema de abajo
hecho añicos, disperso, esparcido en el viento
que la arena ha escondido
y que yo busco en vano entre el polvaderal.
El Telar del Aire
El es un habitante transparente.
Nadie lo ha visto nunca y nunca lo verá.
Es la vida invisible o sea que es la vida:
intangible, increíble, inabarcable y toda,
espejo del espejo, anverso del reverso.
Sólo sucede, sólo está de sólo estar
y cuando te suceda tú también estarás
haciendo lo imposible porque sea posible,
una vez en mil años, verla, reconocerte,
reconocerla y verla como otro nacimiento,
el diezmo de los días, la sola soledad.
Es transparente. Pasa por todos tus sentidos
incesante, jadeante, pasa y vuelve a pasar
por esa imperceptible vibración del sonido,
esa leve silueta musical de los pinos
que cae allá en la tarde lenta como el telar.
Ese es el aire. Es ese que lleva y trae cosas
serenas, impalpables. el que escribe en las hojas
estrías, escrituras, donde leen los dioses
los códices del tiempo, los rituales sagrados
que catan en tu oficio todo lo que vendrá.
Eso que pasa y pasa invisible a los ojos,
lo inadvertido y mágico, lo travieso, lo ignoto,
ese duende incansable de la noche y el día:
el aire, el transparente, la materia sonora
que hace cantar al cántaro y llorar la vasija
apenitas, apenas, mientras vuelve y se va.
Sube el Amauta, asciende a la más alta peña.
A llenarse de luz, sube el Amauta.
Telar del Otro
He vivido leyendo lejanías,
el asombro remoto de las cosas,
sitios de nadie, otras geografías,
pueblos indescifrables y tránsitos penosos
para saber, al fin, a mis regresos
que la piedra es un cosmos
y que los cielos son arboladuras
y las distancias, hombres,
mujeres, niños, animales
definitivamente portentosos.
Ahora se, desmesuradamente,
que el misterio es el otro,
el diferente ser que trae adentro
el silencio que cae
como el guijarro al pozo
y muere circular, muy lentamente,
muy adentro de adentro
donde estamos nosotros:
al fondo del misterio y el silencio
donde también, desmesuradamente,
somos al fin el otro.
Dicen en mi memoria los Amautas
que ese fue el drama y esa la codicia,
que la muerte se hartó de Salamancas
quinientas veces mil, siglos de días
donde perdió el misterio el asesino,
la cruz, la espada, cuando ya supimos
que el otro no era el otro: era un suicida.
La arena no es la piedra. Nunca entierra.
la arena sólo olvida.
Telar de la Cebolla
Para asumirse Indio
hay que sacarse a diario
sumisas adherencias:
el polvo de la vida, lo impalpable
que, fino e infinito,
nos ha desfigurado la conciencia
hasta que nos parezca que parezca
el carozo inferior que la apariencia.
Telitas de cebolla, tela a tela
uno va hasta el meollo, se destela
y cuando llega al núcleo,
digo al útero,
al indio elemental y originario
sabe que ahí comienza lo que empieza.
Es que el Antiguo sabe por antiguo
que si al jardín le crece la maleza,
eso no es un jardín y acaso nunca
vuelva la flor a su naturaleza.
Esto, siglos tras siglos,
le ha sucedido a América.
Hay que matar al yuyo, despojarse,
desyuyarse el olvido tela a tela,
ir a buscarse donde nos perdimos
y limpiar nuestro origen de maleza.
Hay que volver, hay que ir, hay que asumirse
en la humedad terrestre del planeta
y subir al telar a cielo limpio
hilo por hilo y más, tela por tela
hasta dar con el rostro que tuvimos
a pleno sol en tierra, a plena luna
y otras desaforadas primaveras.
Telar de la Luz
La luz se ve. Uno no la imagina.
Irrebatible y única impera en las fogatas
y la antorcha la lleva como la cabellera
de la sombra compacta,
desatando las trenzas de la noche
en el estrellerío donde la luz no cesa,
porque aún acosada por todas las cavernas
jamás rinde sus párpados
y mira las tinieblas desde sus mil relámpagos.
Según que ya supimos, el rayo
fue un doméstico tributario del fuego
consumiendo en sí mismo
su furia y su holocausto,
cercado por nosotros y el júbilo
de imaginar al fin lo imaginario.
Desde entonces la llama nos seduce
y es desde entonces que la luz nos lame
interminablemente interminable
con ese resplandor cautivo del milagro.
Hilanderos del fuego, ya supimos
cruzar la noche y cercar las tinieblas
hasta que vuelva, como un dios, el alba.
Salíamos, intactos de lo oscuro,
a bebernos la luz hasta ser claros.
Somos esa cultura. El sol sabe.
El huso de la luz hila muy vino
al oeste del mundo,
muy al pie de la piedra y la montaña,
se ve la transparencia de la hoja
y la constelación de las arañas,
se ven los huesos donde dura el hombre
de la mano y la azada,
se ve nacer los valles del desierto,
se ve parir al agua
esa flor a la orilla de los ríos
que bajan, como un pez, de a las distancias.
Es una trama de vapor y espuma,
que ríe por acequias y canales.
De lejos, es azul. De cerca, greda.
Luego vasija y más luego cántaro.
El color es tan claro entre nosotros
que es por ese color que perduramos.
Aquí, el cielo y la tierra, con ser hembras
han sembrado la luz de arriba abajo
y como nuestro Dios era hembra y hombres
era un Dios del amor enamorado.
Ella, como era tierra, abrió la vida
cuando el sol los miraba,
y él, macho de luz, tata de cobre,
volvió desde lo verde a penetrarla.
Somos el pueblo de la luz: América,
así es como nos llaman,
pero nosotros, oreja contra el suelo,
sabemos cómo nos llamamos.
Sea la luz con todos. No tenemos
prisioneros ni al sol ni a las fogatas.
Telar de Dos
Dios sos vos
y es que aquí en Andinia
Dios es hombre y mujer:
lo que tengo de mí
yo lo tengo de vos.
Reverso y viceversa,
vos y yo.
El Dios de mi inocencia
se llama Quetzalcóatl
y es mi dios.
Es difícil nombrarlo
pero quiere decir
que somos vos y yo.
Vos sos mitad de mí,
yo soy mitad de vos.
Cuandosomos parejas
somos un mismo dios.
Nola mitad de uno.
No.
La soledad, amor,
no tiene Dios.
Fuego en Animaná, Cuarteto Zupay
Zamba del laurel, Chany Suárez
Trovador del rocío, Mónica Abraham
Nota
Libro Los telares del sol, Armando Tejada Gómez, 1994, Ediciones Culturales de Mendoza


