Si podemos imaginarnos a Apolo y a Dionisos compartiendo una mesa, comida y bebida, y charlando y riendo alegremente y recordando anécdotas, ¿no podríamos imaginarnos también que en un descuido el artero Apolo echa veneno en la copa de Dionisos mientras el dios de los excesos ríe y bebe desmesuradamente? O quizás el mismo Dionisos, aprovechando las sesudas especulaciones de su pariente Apolo, ¿no podría verter subrepticiamente una ponzoña letal en la copa del dios del sol?
Que estas dos divinidades olímpicas se hayan puesto de acuerdo para el nacimiento de la tragedia griega no quiere decir que hayan seguido siempre de acuerdo a lo largo de más de dos mil quinientos años de producción teatral. Sin duda en el contrato original debe haber existido la cláusula trágica concedida a Apolo, y también la cómica, como cesión al dios Dionisos. Quién sabe qué borrachera fenomenal los llevó a ambos a aunar criterios tan desmesuradamente dispares para permitir el nacimiento y la expansión sin límites de la tragicomedia. ¿Será el grotesco un exabrupto del embriagado Dionisos, y el absurdo un delirio del presuntuoso Apolo?
Tal vez debemos suponer que ambos dioses han debido adaptarse al cambio de los tiempos, o que la represión implícita y explícita de una nueva religión que no permite la risa, haya generado como revancha una sobrevaloración de las artes de Dionisos en el teatro. Porque no nos es permitido reírnos de nuestros dioses cristianos ni podemos encontrar elementos cómicos en las divinidades que reemplazaron a los dioses del Olimpo en el Occidente y en la mayor parte del mundo. ¿Puede ser ésa una de las causas de la tremenda necesidad de “distracción” que ha impuesto a Dionisos sobre el severo Apolo?
Sin embargo, creo necesario enfocar más el análisis en la sociedad capitalista y materialista a fin de comprender mejor este desequilibrio.
A nadie parece llamar la atención la constante solicitud de liviandad que expresan los potenciales espectadores de teatro, a desmedro de cualquier tipo de obra que por nombre o argumento suene a pensamiento, drama o planteo de cualquier tipo que fuere. Es tal vez explicable una tal necesidad como resultado de una sociedad en la cual se vive constantemente en guerra, en hambre, en crisis socio-político-cultural y todo lo que ello implica. Vemos las carnicerías humanas en directa televisiva sin solución de continuidad, y es posible que esa sobrealimentación del horror provoque la urgencia de superficialidad, de humor vacuo, de lo más frívolo de las artes dionisíacas. No deja de ser llamativo, sin embargo, el hecho de que en el cine sigan triunfando las películas de violencia, muerte, sangre, violación, etc etc. Pero es indispensable separar al cine y la televisión del teatro. Las personas saben, aunque no sepan que lo saben, que el teatro les requiere una presencia en cuerpo y alma, y que no sería posible soportar que frente a ellos un actor “fingiera” destriparse. Aunque vean escenas más truculentas a menudo en la pantalla con todos los efectos especiales. Algo, un sentido de la realidad (o de la ficción), los hace saber que al día siguiente el actor de pantalla aparecerá lozano en las revistas de moda. Mientras que el actor de teatro… quizás es alguien al que nunca podrán ver en carne y hueso fuera del escenario, o al menos no en ese tipo de publicaciones, que son las de amplio alcance.
En fin, la lucha entre Dionisos y Apolo parece haberse convertido en una paradoja. Si consideramos cierto el axioma de que la felicidad no produce arte, por lo tanto no genera pensamiento, entonces podríamos afirmar que Dionisos ha hecho un pacto con el poder –no el del Olimpo, el de la Tierra- para que prevalezca su frivolidad por sobre toda obra de contenido dramático. Se puede rebatir esta afirmación arguyendo que el humor también genera pensamiento, y puede ser cierto, en cierta clase de humor. Como el de Ricardo III, por ejemplo, cuando se ríe de sus propios desmanes. No podemos evitar sonreírnos cuando en un aparte Ricardo III habla de la fragilidad de las mujeres, o cuando lo vemos aparecer con un libro de oraciones en la mano antes de ser proclamado rey. Pero nos resultaría raro ver a Adán en el techo de la Capilla Sixtina matándose de la risa al tocar el dedo de Dios. Aunque tal vez deberíamos verlo, porque es para reírse. Pero para hacerlo, es indispensable que admitamos que nos podemos de reír de lo dramático porque existe con precedencia a lo cómico.
Y aquí tal vez sería necesario establecer una cronología de precedencia como con los hermanos gemelos: aunque sea por unos instantes, uno nació antes que el otro, hay un primero y un segundo -yo creo que Apolo nació antes que Dionisos. Aunque estos derechos de primogenitura ya hayan pasado de moda, no se puede negar que la humanidad empezó a expresar su arte dramáticamente antes que humorísticamente. También podría esgrimirse entonces el argumento de que visto según la evolución, en conclusión el humor es más evolucionado que el drama…
Pero regresemos al banquete en que Apolo y Dionisos departen amigablemente. Apolo bebe moderadamente y cree llevar las de ganar, porque su compañero de mesa es un conocido beodo y fiestero, y sin dudas se va a emborrachar tanto que no sabrá distinguir los términos del contrato milenario que están por concluir. Lo que no sabe Apolo es que Dionisos ya ha acordado entre bambalinas con los señores del capitalismo cuál va a ser el carácter de la cultura del futuro, cuya principal y casi única meta será la evasión. Apolo por lo tanto es un ingenuo, y de nada le valen su moderación y su sagacidad. Y Dionisos qué es entonces, ¿un traidor?
Para ser justos históricamente, debemos aceptar que sin el acuerdo entre estas dos deidades, sin la tregua olímpica que hace cesar las guerras divinas, el teatro no podía cobrar pie en la tierra de los hombres, al menos no como arte independiente, como la mayor y más acabada expresión del arte en la sociedad humana. Pero el debate entre tragedia y humor no termina, a pesar de que a fines de la Edad Media se llegó a la cláusula de la “tragicomedia”, donde vemos acercarse a los elementos de ambas categorías, en abierto desafío a los preceptos aristotélicos, sin que verdaderamente se mezclen y den los resultados que de manera tan dispar han enriquecido nuestro teatro moderno.
Sería necesario, sin embargo, interrogar a Dionisos acerca de esta imperante necesidad de evasión que arrasa con todo lo que en nuestros días lleve la etiqueta de teatro. Hasta el punto de hacer sinónimos a la palabra “teatro” con “distracción”. Habría que descubrir cuál ha sido el arreglo de esta divinidad del exceso y el placer con los señores que controlan las mentes a través del dinero. Y habría que convocar a Apolo desde su mínimo exilio entre las polvorientas bambalinas del teatro antiguo para obligarlo a convivir nuevamente con su pariente Dionisos. Quién sabe si entonces el humor pudiera volver a hacer pensar, y si el drama pudiera sacudirse de encima su leyenda aterrorizante para los habitantes de nuestra sociedad adocenada, masificada, descaracterizada y sin voluntad propia.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).


