Donald Trump: insurrección desde el gobierno
Como en una película farsesca, todos vimos lo inaudito: el Capitolio de Estados Unidos, donde debía proclamarse al nuevo presidente, tomado por una serie de personajes violentos y semigrotescos, que llevaban vetustas banderas de la Federación esclavista, que arrasaban con todo ante la sospechosa pasividad de la seguridad oficial. Una policía que sabe cómo moler a palos y también matar a quienes considera “de segunda” -negros, casi siempre-, miraba pasar a los invasores como si no tuviera cómo detenerlos. Unas 12.000 personas había en aquella manifestación, muchos habían venido desde lejanos Estados para participar. No eran muchos, pero eran revoltosos. Los congresistas debieron atrincherarse por momentos, por momentos huir.
Trump los había incitado abiertamente con un discurso incendiario, invitando a marchar sobre el Capitolio para liberarse de lo que, contra toda realidad o evidencia, llama “el fraude” electoral. La estrategia es clara: no quería entregar el gobierno. Si ganaba la elección, él sería de nuevo presidente. Si perdía, sería presidente también, como fuera y de cualquier manera. Estados Unidos está acostumbrado a ejercer prepotencia fuera de sus fronteras, pero no conoce precedentes parecidos en su propio territorio. Se trató de un nuevo modo de golpe de Estado, no tan diferente al que precisamente Estados Unidos fomentó en Bolivia para derrocar a Evo Morales.
No le fue bien a la maniobra, al menos no tan bien como se pudo planificar. Los congresistas no huyeron despavoridos para no volver: a las pocas horas retomaban la sesión y proclamaban nuevo presidente a Biden. Y el denigrante espectáculo de un grupo de facciosos pretendiendo tomar por la fuerza el máximo espacio institucional del Legislativo de aquella nación, empezó a desgastar los apoyos a Trump dentro de su propio gobierno y del Partido Republicano. Muchos dijeron: “hasta aquí”.
Cinco personas muertas, numerosos heridos, entre ellos varios policías. Personajes sorprendentes, de un movimiento como el QAnon, que creen que hay una conspiración mundial satánica para imponer un gobierno de pedófilos, eran principales en la movida. Steve Bannon, el conocido ideólogo de la extrema derecha mundial que también asesorara a Bolsonaro, había anunciado por radio lo que se venía: notoriamente, estaba informado por los organizadores, o formaba parte de ellos. A última hora del gobierno de Trump, fue indultado por este.
El golpe de Estado fracasó. Trump tuvo que hacer declaración de que entregaría el gobierno y de que respeta “la ley y el orden”, pero es evidente que intentó pasar por encima de ellos. Los demócratas pidieron su destitución, pero no tenían herramientas para hacerla, menos en los pocos días que quedaban a Trump como presidente. Muchos republicanos se dieron cuenta que han abierto una brecha por la que puede entrar cualquier cosa: el sistema político se ha mostrado vulnerable y débil. Aún nadie ha presentado cargos judiciales contra el ex presidente que -cauto- contempló darse un insólito “autoperdón”, un indulto a sí mismo que suena descabellado.
Ahora Trump dice que aquellos a quienes dijo “los amo” luego de la asonada insurreccional, han faltado a las leyes de su país. Tarde se acuerda. Lo cierto es que el sistema prohijó a este hombre, que tiene el apoyo de muchos millones de votos, basado en el resentimiento de muchos por la caída gradual pero evidente de Estados Unidos como líder mundial, y de los problemas económicos que padece un sector de la población que no es menor.
Si otros no saben qué hacer con él, Trump sí sabe lo que quiere. Lo suyo no son sólo fanfarronadas: si no se encuentran cauces legales que lo compliquen (no sólo por su llamada a ir sobre el Capitolio, sino por su previa intervención sobre los votos de Georgia y su posterior discurso de apoyo a los grupos vandálicos), podrá seguir teniendo la iniciativa política. Trump demuestra que su audacia y falta de límites le conceden ventaja. Los legalistas no están acostumbrados a tratar con quienes pasan sobre la ley.
Quizá el partido Republicano se parta, quizá Trump forme su propia fuerza, o quizá se apodere del partido y expulse así a algunos fuera del mismo. Se verá. Pero nadie crea que va a quedarse quieto. Si los demás actores políticos no reaccionan con energía suficiente, la desestabilización para el nuevo gobierno será amenaza permanente.
Desde Latinoamérica advertimos la humillación de esos Estados Unidos que en nombre de la democracia, en casos parecidos de otros países, se han permitido mandar tropas propias para “poner orden”. Esta vez el papelón internacional ha sido mayúsculo, si bien tienen apoyos mediáticos para aminorarlo. Pero es mejor que miren para adentro: si no saben actuar con decisión, este escándalo antidemocrático habrá sido sólo el comienzo.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.