Maestro de maestros, Alejandro Dolina es de los pocos periodistas y escritores que, cuando abren la boca es porque ya saben lo que van a decir. Lo asertivo discurre por su cerebro con la fuerza de una espada y su mente formateó, llevó y trajo, sopesó y comparó con los contextos, los antecedentes y los hechos. Categórico.
La calidad del profesional se advierte desde lejos, pero también la toma de posición. Desde siempre adhirió al peronismo y, groso modo, a lo nacional, popular y de izquierda, sin dobles discursos ni agachadas. Lo más probable es que no sea un santo, como todos (“el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”).
Por eso es que la derecha sintió el cimbronazo que produjeron sus palabras que, si bien dedicadas a negadores, tienen la virtud de, por elevación, poner en el ángulo una afirmación rutilante y muy sabrosa. Sus comentarios suelen discurrir entre el tono zumbón y esa cosa canyengue, de barrio, que no se deja convencer así nomás.