“La enseñanza de la historia argentina, en general, mejor dicho de la historia oficial que todavía predomina en el país, sigue la concepción que predominó en segunda mitad del siglo pasado, orientada pragmáticamente hacia la colonización capitalista de la Argentina. Había que borrar de la memoria de las nuevas generaciones la obra cumplida por los caudillos, sobre todo después de la Revolución de Mayo; había que exaltar aquellas personalidades que miraban hacia Europa y despreciaban tanto a la Argentina como al resto de los países iberoamericanos; había que introducir en la mente de las nuevas generaciones la idea racista de la superioridad de los europeos y de la inferioridad de los hijos de nuestra tierra. A mediados del siglo pasado, coincidiendo con la expansión de los imperios capitalistas, surge en Europa una corriente racista -Chamberlain, Gobineau y otros- que difunde la idea de que los europeos, sobre todo los anglosajones y también los germanos y los franceses, son seres superiores, diferentes a los habitantes del Asia, del África y de nuestra América. Llegan al extremo de considerar también seres inferiores a los habitantes de ciertas partes de Europa como España o Italia.
“Esta corriente racista que ya viene de antes, porque en el mismo error incurrieron otras personalidades famosas que consideraban que fuera de los países que estaban a la cabeza de la cultura, de los países que habían hecho la primera revolución científico-técnica, el mundo estaba integrado por hombres y mujeres intelectual y físicamente inferiores, comenzó a influir en nuestro medio a mediados del siglo pasado y la historia que desde entonces se enseñó en las escuelas las refleja.
“Todos los sociólogos argentinos, casi sin excepción, de la segunda mitad del siglo pasado y las primeras décadas de este siglo, por lo menos hasta el yrigoyenismo, eran racistas en el sentido que acabo de dar. Por ejemplo lo era Sarmiento, al punto que en su libro Conflicto y armonía de las razas en América hablaba del exterminio de los hijos de los colonizadores españoles y de los hijos de los indígenas, de los negros, mestizos, mulatos y zambos, y quería crear una Argentina nueva con gentes de Inglaterra, Alemania, Francia. Sarmiento tenía la gran ilusión de que la corriente inmigratoria inglesa rumbeara hacia la Argentina. Por suerte, la corriente inmigratoria inglesa se orientó hacia Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelandia. Vinieron algunos ingleses, sí, pero muy pocos como pastores, porque sobre todo vinieron como capitalistas, a invertir dinero, de modo que ese plan de colonizar la Argentina, una vez extirpados los montoneros, los caudillos, los hijos de la tierra, fracasó.
“Alberdi, en menor medida que Sarmiento, con algunas reservas y contradicciones, pues no era consecuente, también volcaba, implícitamente, en su «gobernar es poblar», la esperanza de que la Argentina pasara a ser una especie de prolongación europea. Lo mismo podemos decir de otro escritor que tuvo mucha influencia en Argentina y fuera de ella: José Ingenieros. Su idea es la evolución de las ideas en función de las ideas europeas. Él ve en cada cambio que se produce en la Argentina, la réplica de un cambio que se produce en Europa. En cuanto a la raza, en sus libros de sociología, y en sus conferencias afirmaba con mucha claridad que la Argentina era un país habitado por una raza superior -la blanca-, con preponderancia de hijos europeos y que por lo tanto tenía una misión que cumplir con respecto al resto de América.
“Otro famoso escritor, historiador en su época, Carlos Octavio Bunge, en su libro Nuestra América , pretencioso tratado de psicología, analiza las diferentes razas que pueblan nuestra América, y ve en estas razas una especie de síntesis de todas las calamidades, defectos y desgracias del ser humano: la pereza, la envidia; todo lo que se puede decir de malo está en Iberoamérica. Elige, al final, un personaje, Porfirio Díaz, de México, dictador durante 33 años, y lo elige nada más que para demostrar que en ese personaje están sintetizados todos los vicios habidos y por haber. Esta corriente racista, que persiste todavía, aunque no con la fuerza de antes, se manifestó también en el desprecio hacia el cabecita negra. Todavía hay gente que desprecia al indio, cuando está demostrado que la capacidad de trabajo del indígena y sobre todo su capacidad para asimilar la ciencia y la técnica es muy grande, así como la del negro y la de todos los habitantes del tercer mundo, porque este racismo no sólo afectó a América Latina sino que también se introdujo en África y Asia.
“La historia argentina, partiendo de esta concepción racista positivista, dividió el pasado en civilización y barbarie. Civilización era lo que venía de Europa; barbarie era lo que pertenecía a nuestro país, lo autóctono. Ellos no comprendieron que nuestra civilización, la del futuro, tiene que partir de nuestra barbarie, es decir de nuestra realidad. En la deformación de las figuras de los caudillos se nota esto. También en el análisis del período rosista. Yo no creo en las exageraciones de algunos escritores rosistas pero creo que el problema del rosismo debe ser analizado en función de las causas económicas, políticas y sociales de la Argentina de esa época. Desde chicos nos enseñaron que hay unos hombres buenos y hay unos hombres malos; los buenos eran aquellos que habían traído los ferrocarriles, la técnica, la ciencia, los capitales, que habían convertido a la Argentina, en la época de la reina Victoria, en la más importante de las dependencias del imperio británico, porque la Argentina tenía para Inglaterra mucha más importancia que cualquiera de sus colonias. Era una granja que le proporcionaba carnes y cereales. Nos enseñaron que esos hombres eran los buenos y que los malos eran los otros. Éstos eran aquellos que se expresaban como caudillos, como exponentes de las aspiraciones y necesidades de las clases más bajas. Por eso cuando aparece en este siglo el primer caudillo nacional y popular, Hipólito Yrigoyen, se ensañan contra él, lo calumnian, lo desprecian, lo consideran un ignorante. En el último de mis libros demuestro que aquellos que se creían muy cultos, que se creían los monopolistas de la cultura, que tenían cátedras en las universidades, eran al mismo tiempo los propietarios de los estudios que estaban al servicio de las empresas extranjeras y que ellos eran también quienes aprovecharon el reparto de tierras para quedarse con las mejores estancias. Es decir que no hay dos oligarquías, como se acostumbra afirmar al señalar una oligarquía ilustrada por un lado, y una oligarquía terrateniente comercial por el otro. Existe una sola oligarquía: la que pretendió ser la administradora de cultura y que al mismo tiempo se hizo millonaria defendiendo la penetración capitalista en el país.
“Esto no significa caer en el extremo opuesto. Es decir, no significa afirmar que la Argentina y nuestra América deban aislarse del mundo y rechazar lo que se llama la cultura universal. No. Significa que debemos que tener de ahora en adelante, y esto es lo que hemos tratado de hacer en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, una actitud distinta con respecto a la revolución técnico-industrial y a la cultura en general. Una actitud de asimilación de todo eso, para hacerlo nuestro y superarlo. En cambio los que antes administraban la cultura lo hacían como simples servidores de esa cultura que aceptaban en globo y creían que nosotros estábamos eternamente condenados a ser los discípulos. Yo creo que la historia argentina debería ser revisada de pe a pa. Mi opinión es que los textos de historia deben ser revisados totalmente. Una de las primeras medidas que tomamos al hacernos cargo de la intervención de la Universidad de Buenos Aires fue declarar materia obligatoria en todas las facultades y los dos colegios que dependen de la Universidad una «Historia social de las luchas del pueblo argentino», que atienda en particular a los períodos yrigoyenista y peronista. Creemos que esto es una base para que los futuros profesionales, investigadores, científicos, etc., no vivan fuera de la realidad del país, sino que estén inmersos en ella y se pongan a su servicio. Pero todavía existen discrepancias entre los historiadores revisionistas, diversas tendencias. Yo, por ejemplo, pongo el acento en los caudillos de la primera hora revolucionaria y considero que el más grande de los caudillos argentinos, y digo argentino con toda intención, fue Artigas, y así lo expongo en mi libro Los caudillos de la Revolución de Mayo . En 1941 en el Ateneo de Montevideo pronuncié una conferencia sobre Artigas, y creo que fui uno de los primeros argentinos que en el Uruguay rompió con una vieja tradición y lo situó a Artigas en su justa medida de gran caudillo, enfrentado con los caudillos de la oligarquía comercial porteña que fue la que disolvió a través de intrigas y corrupciones el frente de los caudillos. Artigas era el gran cuadillo y junto a él estaban otros caudillos, como López en Santa Fe y Pancho Ramírez. En un momento determinado Artigas fue el hombre que en todo el país, inclusive en Buenos Aires, tenía una gran fuerza de masas. Entonces, la oligarquía porteña, muy unida a los intereses británicos, dividió el frente de los caudillos. Artigas no fue vencido por los ejércitos de Buenos Aires. Fue vencido por Pancho Ramírez, y Ramírez tampoco fue derrotado por los ejércitos de Buenos Aires. Sino por Estanislao López. Es decir, la oligarquía porteña introdujo allí sus cuñas. Ésta es la tesis que yo desarrollo en Los caudillos de la Revolución de Mayo que se reeditó el año pasado. Es decir: hay que cambiar la historia pero hay que ponerse de acuerdo entre los revisionistas porque no todos coinciden. Algunos consideran que Roca fue un nacionalista popular y que al fundar el P.A.N. (Partido Autonomista Nacional) unió a todos los caudillos, sin comprender que ya no eran los caudillos de antes. Los gobernadores del 80 eran personajes que habían sido domesticados por Buenos Aires y estaban al servicio de la política porteña. Las presidencias anteriores -Mitre, Sarmiento, Avellaneda- se preocuparon, dado que en el país comenzaba una época de prosperidad, por conquistar a los gobernadores y dar posibilidades a las gentes del interior (bancas en el Congreso, embajadas, ministerios y puestos públicos importantes). De esa manera la oligarquía comercial porteña domesticó a los viejos caudillos. De modo que los llamados caudillos del roquismo no eran los mismos de la primera hora revolucionaria. Ésta ya es una zona de discrepancia entre los historiadores revisionistas.
“Lo mismo pasa con la interpretación del yrigoyenismo, del nacionalismo y del peronismo. Son movimientos sumamente complejos y yo diría que sin partir del análisis dialéctico de las contradicciones de esos procesos, es muy difícil ubicarlos. De modo que es fácil decir que hay que redactar de nuevo los textos de historia, pero es difícil hacer coincidir a los historiadores encargados de escribirlos de nuevo. De todas maneras esto no significa que una Argentina como la de 1973, que a pesar de las dificultades y los altibajos está en vísperas de grandes cambios revolucionarios en el orden social, intelectual, cultural en general, cambios que van a partir de adentro de la Argentina, nosotros no tratemos de formar a las nuevas generaciones en un conocimiento cabal de las luchas del pasado, que son las que han impulsado y mantenido vivo el espíritu de lucha que hoy se manifiesta en la juventud argentina.
“La historia es indispensable para el político de nuestros días. Un político que no conoce la historia de su país es simplemente un politicastro de comité. Debe conocerla porque la historia es una ciencia y además porque no se puede, como pretendía la gente del 53 al 80, borrar el pasado. Lo que diferencia a unos y a otros, es que unos, los positivistas, consideran que el pasado se repite en el presente y que se repetirá en el futuro frente a nosotros que consideramos que no es así.
“En 1943 teníamos en la Argentina toda clase de partidos: radicales, conservadores, socialistas, demócratas progresistas, comunistas, etc.; estaba completo el catálogo del país, con una democracia burguesa completa y perfecta y con sindicatos del viejo movimiento sindical dominados por socialistas, comunistas, anarquistas. De modo que cualquier sociólogo positivista que observara el panorama podía afirmar que el futuro gobierno sería radical, conservador o del frente popular, producto de una alianza entre comunistas y socialistas. En cambio, ¿qué pasó? Un coronel desconocido aparece de golpe y cambia la situación, no por su simple voluntad, sino porque están dadas todas las condiciones para cambiar la situación, cosa que los otros no supieron ver.
“En pocos meses se produce el gran movimiento de masas que ejemplifica que el futuro no es la repetición del presente, como aseguran los positivistas. Ésa es la mayor lección que se puede sacar de la historia, una lección que nos indica que debemos evitar los «modelos». Porque otra de las formas de nuestra dependencia cultural era buscar modelos en otros países. En el siglo pasado el modelo anglosajón -Inglaterra y Estados Unidos- era el que estaba de moda. Después se agregaron, sin dejar de lado al anterior, el modelo soviético, el chino, el cubano y el chileno. Se partió siempre de un modelo que visto de lejos era perfecto. El modelo inglés del siglo pasado era perfecto. Sin embargo había miles de desocupados, de niños y mujeres que trabajaban en las fábricas, y los índices de enfermedades y de mortalidad eran enormes en el Imperio Británico. Se veía sólo el modelo perfecto de la nación que había realizado la revolución industrial. Pero los modelos y las comparaciones históricas son siempre falsos. Nosotros queremos una historia que surja de nuestras luchas y de nuestras posibilidades.
“Rodolfo Puiggrós (1906). Nació en Rosario (Santa Fe). Escritor, periodista, ex – rector de la Universidad de Buenos Aires. Obras: De la colonia a la revolución (1940), Historia económica del Río de la Plata (1946), La época de Mariano Moreno (1949), Historia crítica de los partidos políticos argentinos (1956), Libre empresa o nacionalización en la industria de la carne (1957), etc.”.
“Rodolfo Puiggrós
“Escritor, historiador, periodista y político argentino
“Revista Crisis, diciembre de 1973”.