La ola lo pasó por arriba. Schiaretti, antiguo empleado de Macri en Brasil y que a menudo parece seguir siéndolo, tuvo que dejar su demagogia “cordobesista”, y su cerrada negación de la pandemia. Con más de 5000 contagios diarios registrados hace unas semanas en una provincia que posee sólo el 8% de la población nacional, estaba (y está aún) cerca de duplicar el promedio del país. Ningún distrito llegó a índices tan altos durante el proceso iniciado en marzo de 2020.
Con la lógica de ir contra lo que se decidiera a nivel nacional, continuó sin medidas restrictivas de peso hasta hace un mes, y mantuvo las clases presenciales (ese extraño mantra que ofrece resistencia contra las decisiones sanitarias). Resultado desastroso: no es tapando el sol con un dedo que éste va a dejar de brillar.
Corrientes, distrito donde gobierna Juntos por el Cambio, no ha dejado de dar tristes sorpresas desde hace meses. Primero, se encontró 900 dosis de vacunas en el automóvil del ministro de salud, quien dio peregrinas explicaciones. Luego, hubo testimonios de que allí se vendían vacunas, incluso se supo el precio: $5000 cada una. Luego se interrumpió el servicio de oxígeno, y murieron 15 personas ese día en la clínica implicada: el ministro dice que no murieron por el problema del oxígeno, pero resulta que ese día, en todo el resto de la provincia, murieron sólo 2 personas más: la estadística dejó mal parada la endeble versión oficial.
Mientras, se ha logrado mejoras en la provisión nacional de vacunas. En el mes de mayo y primeros días de junio llegaron 7 millones al país, con importante aporte de Aztraseneca, pero también de otros tipos y orígenes. El gobierno nacional ha negociado en todas las ventanillas posibles. Mientras, una opaca campaña mediática ha aburrido hablando de Pfizer: a la población le importa poco ese ruido. Se quiere las vacunas, no una marca determinada. Paradojalmente, dentro de las disponibles, ahora casi todos prefieren la Sputnik (como la inimputable Mirta Legrand señalara sin ruborizarse, luego de haber participado de las denostaciones y ataques previos).
La adquisición anunciada por Kicilof de 10 millones de dosis por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, ha dejado al desnudo que los gobiernos provinciales pudieron comprar vacunas pero no lo han sabido hacer. Aquellos que se han cansado de criticar al gobierno nacional por supuesta falta de dosis –siendo que en Argentina nunca se interrumpió el proceso vacunatorio como ocurrió en otros países-, ahora deberán reconocer lo evidente: en la CABA, por ejemplo, no compraron vacunas porque no se tomaron el trabajo. Y si pudo haber más cantidad en el país, es su responsabilidad no haber contribuido en nada al acopio que sí hizo el gobierno de Alberto Fernández.
Mientras, Argentina, por vía de un acuerdo con el Instituto Gamaleya, comenzará a fabricar sus propias vacunas Sputnik. Para eso se necesita tecnología, infraestructura y personal calificado. El país cuenta con todo ello: no en vano hay un Ministerio de Ciencia y Tecnología que el macrismo cerró en su momento, y ha sido reabierto recientemente. Pronto dejaremos de depender de la provisión desde el extranjero, un logro que pocos países en el mundo pueden exhibir.
Son dos lógicas. La de mejorar las condiciones sanitarias, en la que el gobierno nacional ha podido ahora afianzarse tras un período donde la llegada de vacunas no era intensa. Y la de oponerse a esas medidas sanitarias en nombre de cualquier argumento de ocasión, lo que ha llevado a provincias con gobiernos opositores, como Corrientes o Córdoba, a problemas de difícil solución, y al agravamiento en términos de contagios y de muertes.
Ojalá pudiéramos poner a la pandemia fuera de la lógica mezquina del cálculo electoral, cálculo que –para este tema- a la gran mayoría de la población le importa nada. Es de lamentar que Patricia Bullrich hiciera una torpe acusación que salpicó incluso a su idolatrada Pfizer, que tuvo que desmentirla. O que esa misma dirigente, hace rato extraviada en algunas de sus declaraciones, lanzara previamente que a cambio de dosis de Pfizer ella regalaría las islas Malvinas. Esos disparates no tienen pregnancia en la población. La gente quiere acceder a precios razonables en sus alimentos, y asegurarse su salud con la de su familia: el resto, con todo ese ruido mediático vacuo, puede sonarle bien o mal cuando prende el televisor, pero a la hora de las decisiones no le importa.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.