Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
En Canadá durante julio y agosto el ritmo cotidiano entra en modo vacaciones, entonces cuando las personas se trasladan de un lugar a otro en la ciudad el tiempo se reduce, a veces hasta a su mitad. Se disfruta la ciudad vacía, que si no fuera por el calor no haría falta envidiar la orilla de los cientos de pequeños lagos que abundan en las cercanías de Toronto. Claro que, podría alguien pensar, todos los autos están en las rutas, porque los canadienses se van yendo de vacaciones. Hace veinte años, cuando salimos a las rutas cercanas a Toronto, supimos acerca de la verdad en las autopistas. Camiones, muchos camiones. Pero esos siempre están, podría decir. Daría la sensación de que se han duplicado, quizás es porque hay más choferes dispuestos a manejar sin encontrar bloques de hielo que vuelan desde el techo del “tráiler” que va adelante. Más allá de que las planchas de hielo vuelan, manejar en invierno tiene todas las consecuencias del clima. En el verano es mas tentador manejar y viajar por las autopistas no es la excepción.
Entonces, reconocer a quienes conducen es tarea fácil. Sobra el tiempo, inevitable el recuerdo de la autopista del Sur, para chismear en la vida y obra de las personas que de a ratos van delante nuestro, de a ratos quedan detrás y por mucho tiempo es posible que estén manejando el auto de al lado. A mi me gusta “cortaziar” y nombrarlos por la marca del auto que conducen. Es que cada 25 km, con suerte un poco más, hay un puente en reparación, una repavimentación o una ampliación y mejoramiento de la calzada. Porque son el tipo de trabajo que no se puede hacer en el invierno. Alteran el flujo del tránsito, haciéndolo lento en parte también por los que viajan por esos caminos. Y se suman a los que van en una suerte de fila, a la velocidad máxima posible, muy juntos unos de otros, con las diferencias mínimas de cada vehículo.
Es lo que se conoce como la fórmula del peso, la velocidad, la masa explicaría mi profesor de física que, para demostrar el efecto, cortaba la tiza sobre el escritorio y lanzaba con precisión el trocito a la cabeza del estudiante revoltoso del fondo.
Sin embargo, el tipo de razonamiento que lograba mi profesor de física parece no importar a quienes conducen todo tipo de vehículo. Lo descabellado de ir en una ruta de tres carriles a una velocidad superior a 100 km por hora, con una mínima distancia no entra en la ecuación de la seguridad. Como tampoco evaluar la propia capacidad de manejar. No es cuestión de ponerse detrás del volante de un auto y con un poco de práctica salir. El vértigo de la autopista pareciera hacer desaparecer el sentido común. Hay que practicar el manejo defensivo, lo que obliga a estar atento a los posibles errores del resto, para así evitar el choque. Hacer esto a velocidad y sin espacio para el escape, deja poco margen para la felicidad.
En la ruta veíamos grandes camiones transportando todo tipo de mercadería, algunas veces también veíamos una casa sobre un “tráiler”. También casas rodantes de todo tipo, simples y sofisticadas. Y todos, lanzados en velocidad tratando de llegar a destino tan rápido como fuera posible. Como se trata del verano, de salir rápido de la ciudad e ir a un camping, a una casa alquilada en medio de un bosque o visitar a un pariente en una ciudad con playa. No importa adónde, hay que irse y rápido. Aprovechar el tiempo, llevando todo lo necesario para atiborrar las horas libres.
La primera vez que fuimos de camping, pregunté a las personas participantes en un grupo de internet dónde había lugares para acampar cerca de Toronto. La respuesta fue que había miles. Sí, gracias, ya sé que hay muchos, pero mi pregunta es ¿qué tal son? La respuesta fue más o menos la misma. Aquí son todos iguales, hay un estándar que siempre se trata de superar, o al menos igualar. Es el servicio que se ofrece en los parques provinciales. Entonces nos concentramos en buscar uno que nos pareciera adecuado. Cargamos el auto, un fiel carro surcoreano de 1985, que venía sobreviviendo a distintos usuarios latino-hispanos. Como tenía una quinta puerta, se tiene una idea fantasiosa de la capacidad del baúl, aunque siempre cabe mucho menos. Entonces se anima a llevar mucho más de lo necesario. Hasta leña y dos bidones de agua. Recorrimos una tienda muy grande y de muchas sucursales, que tiene una sección especialmente dedicada a la vida tipo “outdoors life”. La oferta es muy variada, sofisticada o simple, accesible o muy cara. Todo en el mismo comercio. Antes de partir fuimos varias veces, tratando de no olvidar algo y quedar atrapados en un mundo desconocido y salvaje.
Viajamos un poco más de 200 kilómetros a un parque provincial cercano a un poblado. Habíamos elegido esa posibilidad precisamente por la cercanía, en caso de necesidad. Seguramente en ese pueblo podríamos conseguir algo. No queríamos tener que usarla, porque en nuestra experiencia con ese tipo de negocios, siempre es más caro. Esos negocios son “careros” como diría mi madre. El resultado fue que nuestro auto parecía una lancha con motor fuera de borda, con la trompa levantando al cielo y alcanzando apenas el límite máximo en las bajadas y con viento a favor. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de Los Beverly Ricos movilizándose en su antiguo Ford Modelo T por las calles de la elegante ciudad del condado de Los Ángeles, en California.
Probablemente la serie de la tele ponía el dedo sobre la llaga de la discriminación que pavimenta la historia de esa ciudad, donde los no blancos no podían ser propietarios allí. Ni los judíos podían -en el principio- ser parte de esa comunidad, de acuerdo con Wikipedia.
Inapropiado el vehículo que teníamos para transportar todo lo deseado. Desubicado el modelo tipo sedán para esa zona, donde se realizó la reunión del Grupo de los 8 en 2010. El parque provincial que elegimos para nuestra primera excursión esta ubicado en la parte sur de una gran placa geológica que ocupa un tercio del país, muy rica en minerales preciosos. En el proceso geológico de formación de esta zona, quedaron atrapados muchos lagos, cuando los glaciares se movieron y eso se llevó toda la tierra fértil, dejando poco espacio para el cultivo de algún tipo de granos. Lo que crece, se aferra a las rocas casi superficiales. Los árboles hunden sus raíces en las grietas de la roca y toman las nutrientes de los lagos. Esa mezcla perfecta de agua y árboles ha transformado a este lugar en una atracción turística de verano, con afluencia de la provincia de Ontario y el resto Canadá, pero también en el mundo entero. Siendo considerada la principal atracción turística del país. Nada de esto lo sabíamos antes de llegar y descubrir que todo lo que cargamos en el auto, lo podríamos haber comprado al mismo precio, en la misma cadena de tiendas y a diez minutos del camping.
Pasaron los años, conocimos muchos parques provinciales en las cercanías de esa ciudad, viajamos con autos más grandes, más adecuados, con mayor capacidad de carga y aún sabiendo la oferta accesible, cuando vamos de vacaciones vamos cargado con todo. Además, se le agrega una parrilla en el techo, repleta de bolsos. Un portador de bicicletas atrás y marchamos con eso y todo a meternos en la autopista.
Accidentes hay siempre, nadie está exento de que esto suceda. Aquí parece que se le agregan más posibilidades de que ocurra. En el viaje de ida, la excitación por llegar hace perder la prudencia. Avizorar la cercanía de la rutina del trabajo, puede contribuir al error en el regreso. Podríamos sumar el efecto del alcohol los domingos a la noche en los viajeros de fin de semana. Esos que dejan a la familia durante la semana y hacen el viaje de ida y vuelta alrededor de esos días. Y cada una de las personas detrás del volante de la extensión de su personalidad, lanzadas a más de 100 km por hora, en una autopista de tres carriles.
Hasta que descubrimos que existen los caminos vecinales, rutas similares a las que manejamos en Argentina. Una velocidad máxima permitida un 20% menor. Claro que alguien rompe la regla al mejor estilo italiano, despistado al creer que está en un circuito de carreras en Monza y desata una tragedia de familias rotas, hierros retorcidos y cárcel al final de la jornada imprudente. Estos caminos cruzan los campos sembrados de la cercanía del inmenso lago Ontario, donde se produce gran parte del alimento de la ciudad. Pequeños pueblos cada tanto, todos similares en su oferta. Así se llega de regreso a la ciudad al final del descanso de verano, con la vista preñada de verde natural y los pulmones henchidos de aire puro de campo. Ya se empieza a desear volver.
Toronto 9 de julio 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.