Parece el cuento brutal que surgió de una pluma exquisitamente endemoniada. Las dobles vidas que cursan algunas personas de una manera imposible de reunir para que, a la vista de todos, sean aceptadas y vividas con total plenitud. De suyo, que sean dos vidas tan desiguales es condición para ser yuxtapuestas y prescindentes.
Pero hay seres humanos acumulando estas contradicciones y estos yerros. Mil mentiras disputándose secretamente la única verdad disponible, que tarde o temprano va a emerger. La noche y el día, “lo bueno y lo malo”; el antagonismo es la única certidumbre posible. Pero cuando todo se sepa, nada será reconocible.
¿Pueden los hombres y mujeres que provocaron tanto dolor tener una vida “normal”? ¿De qué forma se relacionan con hijos, pareja, familiares y amigos?. A menos que se vaya de casa al trabajo y del trabajo a casa, uno tiende a pensar que la vida de un represor pueda salir a la luz, para que sus descendientes sepan la verdad.
“Qué llevó a la hija del “Dr. K” a narrar
“Analía Kalinec, la hija del genocida que decidió escribir su historia: “Fue como querer comprender lo incomprensible”
“Eduardo Kalinec es un represor que actuó en los centros clandestinos que integraron el circuito Atlético-Banco-Olimpo.
“Analía Kalinec es docente hace más de 20 años; psicóloga hace más de 10 y estudiante de abogacía desde hace dos. Pero señala que hay algo que, sabe, está siempre aprendiendo: a comprender. La escritura de “Llevaré su nombre”, su primer libro, se enmarca en esa tarea: “Fue como querer comprender lo incomprensible”, dice sobre la publicación en la que reconstruye desde diferentes registros –escritos personales, cartas dirigidas y recibidas, artículos periodísticos, resoluciones y fallos judiciales– una historia que es suya, es de su familia y es de todo el país: el camino que recorrió desde que supo que su padre, Eduardo Kalinec, es un represor que actuó en los centros clandestinos que integraron el circuito Atlético-Banco-Olimpo (ABO), fue detenido y luego condenado.
““Tiene que ver con una posición tomada”, explica Analía en diálogo con este diario a pocas semanas de haber salido a la luz su libro. Una posición tomada respecto de su historia como hija del “Dr K”, como se hacía llamar su papá en los espacios en donde torturaba, secuestraba y reprimía durante la última dictadura cívico eclesiástica militar, que comenzó a ser conocida públicamente en 2016, a la par del salto a la vida pública y la lucha por la memoria, la verdad y la justicia del colectivo Historias desobedientes –hijes y familiares de genocidas que repudiaban su participación en el terrorismos de Estado–, pero que hasta ahora no había contado ella en primera persona. “Si otros ya la contaron o la están contando, si están escribiendo sobre mí, sobre nosotros, reflexionando, me pareció válido y necesario no resignar mi posición, mi punto de vista, mi experiencia y mis vivencias. Acá está todo mi esfuerzo por querer comprender lo incomprensible, esta es la síntesis”, aclaró.
“–¿Cuáles son los hitos incomprensibles de esta historia?
“–Hay cosas que no van a poder tener nunca sentido para mí: la condición de torturador de mi papá, cómo puede un ser humano llegar a ese nivel de crueldad. Pero sus silencios son más incomprensibles. Es algo que estoy viviendo y padeciendo en carne propia ahora. Que no pueda o que no quiera revisar sus crímenes, arrepentirse, pensar en el daño que le hizo a los otros, no lo puedo concebir.
“La autora es la segunda en orden cronológico de las cuatro hijas que Dr K tuvo con Ángela Fava, todas nacieron durante la última dictadura. Ella, Analía, en 1979. Cuenta en las primera páginas de su libro que tenía una relación muy linda con su papá, menciona sobrenombres cariñosos con los que se llamaban, incluso consigna cartas que el represor le escribió durante su adolescencia.
“Hasta 2008, lo único que sabían las hermanas era que el padre proveedor, todo poderoso, hombre total de la casa, era comisario de la Policía Federal, una institución que corría por las venas de la historia familiar. De hecho, las dos hermanas menores de Analía habían estudiado y trabajaban en la fuerza.
“El represor ya estaba detenido desde 2005 y desde entonces, Analía comienza a desandar el camino desde la ceguera, comienza a romper con la lógica de “afectos y lealtades” que imperan en su familia –en todas las que cuentan con algún integrante genocida, dirá en las conclusiones de su libro–, comienza a ver. Para mediados de 2008, el diálogo con su padre se rompe definitivamente. Es cuando el juez federal Daniel Rafecas eleva la causa en la que estaba acusado a juicio oral. De la última última visita que realizó para verlo, en la cárcel de Devoto, regresó peleada con él, su mamá y sus hermanas a excepción de una, la mayor, que había cortado vínculo cuando Kalinec había sido detenido. Los vínculos jamás se recompusieron del todo. Recién tuvo nuevamente noticias del comisario retirado cuando éste le hizo juicio por indignidad, con el único objetivo de desheredarla, tras la muerte de su madre.
“–¿Te ponés a pensar a veces en el costo que tuvo para vos este “abrir los ojos”?
“–Bueno, claro. El costo emocional que tuvo todo este proceso es altísimo. E intento no racionalizarlo tanto porque no está bueno. Pero cuando lo hago, y porque esto charlamos mucho en Historias desobedientes, lo que puedo decir es que hay mucha presión cultural, tan arragiada y ancestral, de rendirle lealtad a la familia pase lo que pase. Hasta la propia ley prohíbe que un hijo o hija declare contra de alguno de sus padres. Y la disyuntiva siempre es qué pesa más, si el mandato de lealtad familiar o el deber de denunciar un crimen contra la humanidad. No hay escapatoria al costo: te pares donde te pares siempre vas a estar en falta para la lógica de la familia de un genocida. Es cuestión de trascender esa disyuntiva y darle valor a lo que ese dato, el que los ubica como criminales, genera en cada uno. Yo no pude vivir con eso.
“La ruptura de la relación con su padre no significó, para Kalinec, un borrón y cuenta nueva. “Desde entonces, mi papá se convirtió en objeto de estudio para mí”, definió en algún pasaje de la entrevista: leyó cuanto libro encontró que tocara la temática familiares de represores, secuestradores, torturadores y verdugos. Revisó la causa que lo investigó, acusó y por la que lo juzgaron. Fue al juicio en su contra. Indagó sobre posibles nietos apropiados dentro de su familia, e incluso, tras la sentencia que lo condenó a prisión perpetua, fundó el colectivo Historias desobedientes, que se sumó a la lucha, el reclamo y el trabajo de organismos de derechos humanos por la reconstrucción de la memoria y la verdad, y la obtención de Justicia.
“–Convertiste la angustia en participación y compromiso. ¿Es una especie de pedido de disculpas en nombre de tu papá?
“–Es algo que conversamos mucho al interior del colectivo. A nivel consciente siempre se sabe que no es nuestra culpa lo que hicieron nuestros padres y familiares genocidas, sino responsabilidad de ellos, pero hay algo que opera a nivel inconsicente y que tiene que ver también con desarrollos sociales, históricos, culturales, de esta cuestión generacional de traumas heredados o cuestiones que se transmiten, donde uno recibe la carga de una historia y cada quien hace lo que puede con eso. El título de este libro tiene que ver con eso: esta es mi historia, yo asumo que éste es mi apellido y que en esta historia que le voy a tener que contar a mis hijos porque también es suya, esto que hizo mi papá. Es mi aporte para tratar de recomponer algo.
“–Así como la decisión de “llevar su nombre”, también la hay respecto de seguir siendo su hija y de llamarlo “papá”, incluso en contra de lo que él mismo quiere.
“–Sí. Yo no sentí nunca que al cambiarme el apellido me cambiara algo a mí. Una vez escuché a Mariana Dopazo –hija de Etchecolatz, quien se cambió el apellido–, en una charla sobre genocidio y filiación decir una frase que me dejó perpleja: “no le permito más ser mi padre”, dijo, en el marco de un trabajo de mucha elaboración y valentía que Mariana hizo. Hablé con mi psicóloga y eufórica le dije que era lo que necesitaba. En dos intervenciones me dejó desarmada. Yo ubico una función paterna en él, lo nombro todo el tiempo como papá porque él es eso, y yo me paro genuinamente en el lugar de hija y repudio sus crímenes, le reclamo que diga lo que sabe desde ese lugar. Por más de que me quiera excluir y desheredar, yo soy heredera forzosa de esta historia y soy su hija indefectiblemente. Asumir este lugar y desde este hacer algo distinto para mí, para mis hijos y los hijos de mis hijos, es mi tarea.
“–De hecho, ponés como condición que rompa el pacto de silencio para llegar a un acuerdo en el juicio por indignidad que te hizo… Es convertir una historia íntima y personal en colectiva.
“–Sí. Empecé este recorrido haciendo un trabajo personal y hacia adentro, y termino exigiendo soluciones. Este libro empieza conmigo sin poder creer la realidad y termina pidiéndole que hable, y a la Justicia que no le dé salidas transitorias. La historia es colectiva, no es mía ni tuya ni de cada uno, en cierto punto. Y este también es el sentido del libro: comprender que si estoy acá parada es producto de las luchas de las Madres y Abuelas, de una sociedad que siguió reclamando por Justicia, por que se sepa lo que pasó y haya penas para los responsables. Todo lo que hace que hoy exista el colectivo Historia desobedientes es mérito de esta sociedad, de los juicios, de la derogación de las leyes de impunidad.
“Página 12
“Ailín Bullentini
“7 de agosto de 2021”.