Los empresarios no son los denostados. La población suele hablar mal de los políticos, cree que si un país está mal es porque algunos políticos se han enriquecido, o no cumplen bien su cometido. No se entera de que ningún político se ha enriquecido como para ascender a las grandes ligas del dinero: ninguno es Paolo Rocca, ningún político es Galperin, ninguno tiene la caja de Pérez Companc.
Se suele creer que es porque los empresarios “se lo ganaron trabajando”. Seguro que algo de eso hay, pero si un taxista trabaja 12 horas diarias y gana apenas para comer, no parece proporcionado que haya quienes facturen millones de dólares por mes: no es que los millonarios trabajen 1200 horas por día, eso no existe. El otro argumento es que “ellos no le quitan nada al resto de la gente”, a diferencia de los políticos. Pero esto tampoco es cierto, aunque sea menos fácil de explicar. Ningún empresario puede sostenerse sin trabajadores, y estos ganan migajas, comparados a su patronal: evidentemente, no es justo. Pero además, muchos grandes empresarios -al menos en la Argentina- han vivido de los subsidios estatales, y han compartido la corrupción política, usándola al servicio de sus negocios y negociados.
Hace semanas se rememoró la movilización de trabajadores del 17 de octubre de 1945, vale la pena recordar que se hizo porque desde su Ministerio, Perón había mejorado sus condiciones laborales, recortando privilegios de las patronales. Las cuales, desde los años sesenta, se fueron acostumbrando al enriquecimiento a costa del Estado.
Los empresarios le salen mucho más caros a los argentinos -muchísimo más- que los tan meneados planes sociales. Porque los grandes empresarios reciben subsidios diversos, por una parte. Por otra, porque se han tomado medidas a su favor desde los gobiernos, en tanto muchos ministros de Economía han sido simples empleados de las multinacionales. Así, en tiempos de Duhalde se “perdonó” la deuda a una conocida empresa de medios, pasándola de dólares a pesos. O en tiempos de la dictadura, cuando Cavallo era subsecretario y por una medida nefasta que llevó su sello, se “convirtió” mágicamente la deuda de los grandes empresarios en deuda de todos los argentinos (la deuda privada se transformó en pública), y miles de millones de dólares empezaron a engrosar la cuenta de la enorme deuda externa que hace poco el macrismo aumentaría hasta lo inconcebible.
Salen caros los empresarios, pero pocos se dan cuenta. Los políticos la ligan toda. La población no se da por enterada de la corrupción que suele habitar detrás de muchas concesiones y licitaciones: la extraña “causa de los cuadernos” (o de las fotocopias) se usó contra políticos, pero también contra empresarios nacionales -aparentemente con la finalidad de que fueran reemplazados por el capital trasnacional-. Lo cierto es que allí no pocos grandes empresarios (por cierto que algunos bajo presión) declararon haber entregado coimas. Confesión de lo obvio: para que haya un político que cobra una coima, tiene que haber un empresario que la paga.
¿Y por qué la población suele acusar sólo a los políticos? Porque en el capitalismo, el poder del empresariado queda escondido. Como dijo un autor clásico, en el capitalismo no hay “coacción extraeconómica”. Traduzco: se saca ganancia a los trabajadores sin necesidad de ejercer ninguna violencia directa. La coacción política se deja en manos del Estado. A diferencia del feudalismo y otras formas previas de organización social, los propietarios no son los gobernantes. El trabajo feo queda en manos de los gobernantes, la principal ganancia en manos de los empresarios.
¿Se comprende? Hay en el capitalismo una “división del trabajo”: se dividen el poder político y el poder económico, y le toca al primero defender los intereses del segundo. De modo que el malo de la película es el poder político, y el más beneficiado es el económico. Los abominados son los políticos, los máximos beneficiarios son los empresarios.
Ni este artículo, ni mil textos parecidos podrán apagar esta apariencia por la cual parece que la culpa de todo es de la política, la cual -al contrario- es el único medio que tiene la población de poner límites al poder económico. Porque, como decía aquel viejo teórico del siglo XIX, no es que la población sea miope: el mundo se ve invertido, porque objetivamente está invertido. Creen que la economía es inocente, porque ella está efectivamente escondida detrás de la política, y es esta última la que “da la cara” y recibe las bofetadas.
Pero ningún esfuerzo por reivindicar la dignidad de la política será inútil. Hay que bregar por la asunción de que somos seres políticos, como ya afirmaba Aristóteles. Y que la política, lejos de ser sólo ese “espacio sucio” que algunos creen, es la única herramienta apta para que las mayorías sociales puedan poner límites a la lógica ciega de la ganancia y de la reproducción del capital apropiado por pocos.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.


