En otros tiempos, De Gaulle planteaba desde Francia la tercera posición entre la URSS y los Estados Unidos, y se retiraba de la OTAN. Pero eran otros tiempos: vemos a partir de la guerra desatada en Ucrania una total dependencia de Europa respecto de EE.UU y su estrategia en la OTAN, lo cual no es fácil de interpretar.
¿Qué gana Europa haciendo de escudo de los EE.UU., poniendo el cuerpo a guerras que no le son propias? ¿Cuál es el beneficio de enfrentarse a Rusia, una potencia nuclear, sabiendo que el blanco inmediato y preferencial de cualquier ataque militar sería Europa misma, no unos Estados Unidos muy alejados en lo geográfico?
Quizá sea que “Europa” –como me dijo alguien que allá vive- no existe como unidad, y que cada país se las arregla como puede, siendo débiles frente a la gran potencia militar del mundo. Quizás sea que la defensa, si se organizara íntegramente desde sus propios países, implicaría dinero, inversión en infraestructura, equipamiento y formación de recursos humanos, y que por ello se prefiere descansar en el abrazo del oso estadounidense.
Lo cierto es que la guerra se inició por el avance de la OTAN hacia los límites de Rusia, y la “solución” europea es… ¡¡acercarse más a los límites de Rusia!! El intento de Finlandia y de Suecia para entrar a la alianza atlántica resulta de lamentar, pues confunde la seguridad occidental con el avance de la influencia de los Estados Unidos a nivel planetario.
La OTAN debió disolverse cuando cayó la Unión Soviética hace treinta años, pues con ella desapareció el Pacto de Varsovia. Habiendo sido abolida la alianza militar que existía desde la URSS, el mecanismo defensivo en su contra debió desaparecer también. Pero Estados Unidos aprovechó el emplazamiento y se quedó, y Europa asumió que su defensa –sobre todo en lo que hace a armamento sofisticado y ojivas nucleares- quedaría en manos de una OTAN que no es más que un brazo de la geopolítica de los Estados Unidos, por cierto que nada disimulado como tal.
Trump, que desde su derechismo extremo planteaba un regreso de Estados Unidos a priorizar su política interna, quería cobrarles a los europeos por mantener la OTAN: no tuvo éxito. Sí lo tiene Biden manteniendo la subordinación europea a la alianza atlántica, incluso cuando se le incendia su propia casa. No sólo la aceptación de su imagen presidencial es débil y el retorno de los republicanos resulta una alternativa muy probable, sino que la inflación -producto de una guerra en que EE.UU. no es inocente- se hace cada vez más alta, y el presidente estadounidense disciplina a sus aliados orientales visitándolos (Corea y Japón) mientras dos matanzas brutales son cometidas en su propio territorio, a partir de jóvenes criminales que con armas largas salen a matar a supermercados o a escuelas, en una saga a la que el país del Norte –condicionado por la Sociedad del Rifle y por la facilidad para adquirir armamento- no logra encontrarle límites.
También hay problemas para que Turquía vote las nuevas sanciones contra Rusia, o que lo haga una Hungría que ha perdido precios preferenciales en los combustibles que los rusos le otorgaban. El apoyo a Ucrania empieza a encontrar escollos, pero EE.UU. sigue preocupado en amenazar a China –ahora prometiendo guerra por Taiwan y agitando banderas de derechos humanos-, y profundizando lo que cree que es su gran oportunidad para acabar con Rusia.
¿Quiere Europa acorralar a estos colosos que le son geográficamente cercanos? ¿Puede desconocerse lo peligroso de las consecuencias? ¿Vale la pena embanderarse en una lucha mundial por la hegemonía que no es propia de los europeos? Pareciera que la respuesta es “no”, pero no hay liderazgos en la Europa actual, y los De Gaulle ya no existen ni campean.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.


